El cementerio local de Santa Rosa se encuentra entre Tomás Mason y Asunción del Paraguay al 200, territorio al que podríamos denominar como la esquina de la muerte. Allí, si uno mira detenidamente, se contrastan y confluyen un parque fantasma y el cementerio. Se observa un terreno amplio donde los juegos de los niños y niñas se encuentran oxidados y rotos, con una hamaca colgada de una cadena y un tobogán que ya ni baja ni sube; es la radiografía de un parque donde no caminan ni los perros.
En la esquina también aparece el negocio necrológico con sus históricas tiendas de mármoles y florerías, que completan aquella esquina de la muerte. Mármoles caros para nombres muertos y tristes flores para retratos desgastados por el tiempo.
es la radiografía de un parque donde no caminan ni los perros.
Siempre que fui al cementerio fue para acompañar a mi abuela en “visita” (la visita es entendida como la confirmación de la memoria) a sus seres queridos. Y la última, cuando se murió ella. Recuerdo que miraba los viejos paneles que depositan los restos de habitantes muertos de a mediados del siglo pasado (me llamó siempre la atención las fechas de vencimiento). Observaba las imágenes descoloridas de los rostros, los vidrios de los féretros astillados, pequeños santuarios tapados de polvillos y telarañas; que son como grandes mostradores de recuerdos hechos de cemento con sus problemas edilicios.
“Este lugar que queda es para mí”, repetía livianamente la abuela.
Me llamó siempre la atención las fechas de vencimiento
Camine varios metros mientras recordaba a mi abuela hasta que encontré su nicho. Siempre me generó una especie de temor la simbología del cementerio. Sus arquitecturas con sus placas y el ataúd. ¿Pero qué significa tener una porción de tierra en donde los gusanos te puedan comer tranquilos?
Recorriendo esos pasillos laberínticos donde están los nichos más antiguos pensaba en el déficit habitacional. “En estos pequeños monoambientes puede uno vivir”, pensé. Pero la cuestión del déficit para obtener una casa propia también la padecen los muertos en la búsqueda por un nicho propio. Es por esto que, en el cementerio de Santa Rosa, hay muchos muertos que siguen esperando su pedazo de tierra.
la cuestión del déficit para obtener una casa propia también la padecen los muertos en la búsqueda por un nicho propio.
“¿Alcanzan las dimensiones del cementerio para contener los restos de poblaciones viejas y nuevas?”, volví a preguntarme. Sea por motivos religiosos o de alguna otra índole cultural (o bien porque simplemente uno no quiere seguir pagando impuestos post mortem) existen quienes prefieren convertirse en cenizas y ser arrojados, supongamos, a la laguna Don Tomás.
En el lugar en donde descansan los muertos no reina más que el silencio. Si se experimenta una tarde de sol templado se contempla cómo en los pasillos laberínticos del cementerio se forman caminos con sombras.
Pero, ¿qué hacen los visitantes esporádicos del cementerio?
Para algunos- podríamos referirnos a gran parte de la cultura occidental- ir al cementerio forma parte de una actividad programada de fin de semana largo o en un típico feriado. Es difícil afirmar cuál es el factor universal que moviliza a los seres humanos a concurrir al cementerio, aunque podríamos decir que el “aniversario” es importante: sea fecha de cumpleaños o el día de deceso.
Quienes programan las visitas se encargan del cuidado del nicho. (Significa cambiarle el agua a los floreros, pasarle un plumero a las placas de mármol, o pintar las paredes).
Por ejemplo: a lo lejos se ve un matrimonio trayendo agua para las flores y tirando a la basura los claveles viejos.
He aquí a los acondicionadores de la muerte o los cuidadores del abandono.
Otro hombre se para al frente de un nicho, reposa la mano unos segundos y después desaparece. Una visita fugaz y a su vez profunda y sentida. Este tipo de encuentro individual también es un encuentro consigo mismo.
Son los visitantes de los recuerdos fugaces.
Sentado en un banquito del panteón Mutual se ven las paredes desgastadas con múltiples manchas de humedad. El panteón se parece a una especie de capilla terriblemente desolada que hasta los santos temen. De fondo se escucha un grupo de niños y niñas que juegan a la escondida. Un perro que los persigue, un trabajador que recorre el predio y una especie de animalito con cuatro patas y una cola larga que se cruza mientras la tarde fallece.
Seguí parado junto a ese espacio que mi abuela decía que tenía asignado. Existía una auténtica condición de finitud en aquella vieja. Entonces apoye la mano derecha como un visitante fugaz yendo a confirmar su recuerdo. Sin oraciones redentoras ni crucifijos. Pensaba en mi abuela -o en general en las personas viejas- en ese momento en que comienzan a asimilar o a comprender el estado consiguiente, es decir, la muerte.
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