El encuentro de dos jóvenes en el Festival de Calles

Una lectora de Revista BIFE concurrió ayer al Festival de calles 2019 y quiso compartir su experiencia con nosotros. La fiesta al aire libre, la crisis económica, la historia de amor de sus bisabuelos españoles y un encuentro prometedor con un muchacho. Todo sucedió en un tramo de la calle Yrigoyen, entre cervezas y música.

El Festival de Las Calles sonaba prometedor. Como casi todas las ciudades argentinas, Santa Rosa no le escapó a la proliferación de cervecerías -¿por qué parece ser el único rubro que crece en medio de una crisis aparentemente terminal?-, y yo, como casi todos, no le pude escapar a la devaluación. Entonces me dirigí pasadas las 20 a la intersección de Yrigoyen y Urquiza, con el fin de cazar alguna oferta y disfrutar de unas cervezas en medio de este festín popular. 

Me topé con un camión que oficiaba de escenario. Un matrimonio muy astuto se había llevado las reposeras, el resto de los mortales nos amontonamos en los cordones de las veredas y en las esquinas, con el deseo masivo de generar un poco de calor. Bastante extraña la primera noche de miércoles de este diciembre: frío y había fiesta en la calle.

Por un momento, parada frente a Bruselas, me acordé de mi bisabuela cuando vi a toda esa gente amontonada, reunida porque sí, sin ningún motivo en particular, ¿y qué mejor motivo para reunirse que no tener ninguno? Mi bis abuela era de Andalucía, y recuerdo las historias de fiesta y pasión que me contaba de aquella tierra maravillosa. Multitudes de personas se amontonaban como sardinas en las calles a festejar todo y nada, a beber vino, a bailar porque sí, a cantar desesperadamente.

En una de esas fiestas andaluzas, por el azar de la vida, mi bis abuela conoció a mi bisabuelo (un hombre muy bonachón, según ella). A él nunca lo conocí porque fue asesinado en España por la dictadura de Franco.

Acá, en Santa Rosa, no vivimos bajo ninguna dictadura, pero a mí, a veces, me envuelve cierta dictadura de la modorra. Aunque este no es el caso. Porque los recuerdos y este miércoles en la calle me produjeron una repentina euforia de fiesta y pasión. De esta manera –encendida- me dirigí a comprar varias cervezas, al mismo tiempo que escuché a un hombre con un buzo en el cuello decir: “Esto es para demostrar que en Santa Rosa se pueden hacer cosas”. ¿Se pueden hacer cosas en Santa Rosa? Si hay algo a favor nuestro, es la virginidad de este suelo.

Frente a Bruselas había numerosas mesas, ocupadas por familias enteras y aficionados a la cerveza que poblaron el tramo de la Yrigoyen. Por $150 me armé con un vaso de Session IPA y charlé con cuanto conocido se me cruzó. Mis amigos más pudientes se acercaron con hamburguesas y una banda de rock sonaba desde arriba del camión. 

Pasadas las 00 una pista de baile improvisada frente al escenario desbordaba de gente bailando a todo ritmo con un dj avispado que pasaba canciones de Los Palmeras. Un chabón de chalequito gris, camisa blanca, dejó unos libros de autoayuda sobre la mesa y se puso a bailar Los Charros.

En ese momento, alguien de atrás me empujó sin querer: un flaco de unos 25 años, pelo rapado a los costados, barbita prolija, jean apretado. “Uno más”, pensé indiferente. Cuando iba a voltear nuevamente, deslizó: “Qué bueno que tocan otras bandas, porque siempre son las mismas en estos eventos”.

-¿A qué te referís?- mostré interés. Era algo que venía pensando: en La Pampa hay una tendencia a que ciertos grupos acaparen todo, como una pasión galopante por aparecer con una imagen que “está bien”, que es “correcta” y “comprometida”. Por ejemplo, narrar la pampeaneidad por la “lucha” de los ríos que nunca estuvieron.

-Claro, que siempre son los mismos, como que bajan un mensajito monótono, y medio que aburren ciertas banditas, ¿no?- me dijo.

Con el flaco estuvimos hablando como una hora, hasta la 1, cuando la gente se empezó a ir porque mañana es día laboral. Se ofreció acompañarme hasta mi casa, pero le dije “no, gracias”. No es que no pensé otras cosas. Pero estaba verdaderamente cansada.

Curiosamente no nos pasamos ningún teléfono ni ninguna red social. Quedamos en encontrarnos el próximo miércoles en la calle Alvear, en el Festival de Calles. “Lo dejamos librado al azar”, le dije. “Como mis bisabuelos”, pensé.

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