I
Amigo, hoy me desperté a la mañana y me formulé la siguiente pregunta: ¿por qué cada 7 de junio los periodistas repiten que no son buenos tiempos para el periodismo?
II
¿Existen los buenos tiempos para el periodismo? ¿No son las circunstancias bélicas —no literal— donde florecen la creatividad o el ímpetu de trabajo? Estas afirmaciones dominan el discurso cada año, donde aparece un mal exterior que acecha al ejercicio del periodismo. A excepción, por supuesto, de aquellos hombres y mujeres que tienen la apasionante fatalidad de cubrir conflictos en la Franja de Gaza, Haití, El Congo, Nicaragua o Somalia (por poner algunos ejemplos).
No hace falta más que prender la televisión, escuchar la radio o leer una columna de opinión sobre el tema para que no se haga mención o énfasis en los valores que encarna el rol del periodista. Durante el día, cientos de periodistas charlatarán desde infames bocas sobre los riesgos del oficio, cómodamente, haciendo del sentido, de la finalidad y la afirmación del periodismo un enunciado que ha perdido su fuerza, su valor radical y su credibilidad.
¿No son las circunstancias bélicas —no literal— donde florecen la creatividad o el ímpetu de trabajo?
III
Los periodistas suelen ser ególatras conformistas y suelen deberse más a su público antes que a una idea propia. Si el rating marca el camino discursivo en la televisión, las redes sociales tientan a los periodistas a fijar posición hasta lograr, finalmente, la consagración efímera y última: la viralización. De la obsecuencia mezclada con dicha tentación nace un hijo deforme: los streamers con aspiraciones periodísticas.
El periodismo pasó de trabajar por el poder a trabajar al servicio del poder. Por un interés económico, en el mejor de los casos; o por convicción, en el peor. Existe también la combinación de ambas. Por eso Martín Caparrós escribió alguna vez: “Habría que hacer periodismo contra la demanda más primaria del público: contra el público. Que periodismo no solo es contar las cosas que algunos no quieren que se sepan. Que periodismo es, cada vez más, contar las cosas que muchos no quieren saber”.
De la obsecuencia mezclada con dicha tentación nace un bicho deforme: los streamers con aspiraciones periodísticas.
IV
Pero, ¿existen los buenos tiempos para el periodismo? Aunque desde el gremio insistan con que Javier Milei es su verdugo, no debe haber momento más oportuno para las editoriales: vemos libros de conventilleros vendiendo miles de ejemplares con biografías del presidente, su hermana, Conan… o esas con pretensiones sociológicas que intentan explicar la época hasta el hartazgo. Innumerables charlas en universidades, elucubraciones, hasta tesis psicológicas, exponen a diario “prestigiosos” escribientes del círculo de periodistas de este país sobre el fenómeno gobernante, pero que, en definitiva, expone el semejante curro.
V
El periodismo no está al borde de la extinción —y no lo digo porque pululen sus escuelas, sostenidas en muchos casos por dueños de medios de comunicación para retroalimentar al sistema de precarización—. Mientras se desarrolle, tome forma y se expandan las variantes de la obsecuencia, el periodismo va a existir mientras el poder lo necesite.
La obsecuencia es una modalidad necesaria del nuevo periodismo: es cada vez pensar y cuestionar menos para defender y legitimar más. Hay más voceros que periodistas; hay una carrera para ver quién fija una posición y la lleva al extremo.
no debe haber momento más oportuno para las editoriales: vemos libros de conventilleros vendiendo miles de ejemplares con biografías del presidente, su hermana, Conan… o esas con pretensiones sociológicas
VI
La verdadera carrera del periodismo es contra las máquinas. Gran parte de la totalidad de la vida del trabajo será suplantada, más temprano que tarde, por la inteligencia artificial. No hay redacción en el país —ni en el mundo— donde no se utilice esta herramienta para laburar menos… o nada.
Como un transeúnte, uno deambula. De conflictos en conflictos. Uno reconoce en el periodismo la facultad de romper el tablero y de modificar el estado de las cosas. Esto significa el permanente movimiento. Después, en la vida, en la realidad, van apareciendo tentaciones ingratas y otras conformistas. Uno elige.
Porque, siendo periodista, podés luchar por un salario digno o no; podés estar precarizado o tercerizado por el Estado o la empresa. Se puede, como cualquier ciudadano, caer en la masa de desocupados que abunda en nuestro país. Pero entonces aparece el movimiento, la reinvención; la supervivencia, la fuerza más poderosa.
La verdadera carrera del periodismo es contra las máquinas.
Puede que lo único a lo que te aferres sea al consuelo de escribir, escuchar al otro y reconciliarte, aunque sea un poquito cada vez más, con el mundo.