Por quién doblan los peronistas

Crónica del Día de la Lealtad en La Pampa. El narrador entremezcla anécdotas del 17 de octubre con conceptos de la identidad peronista.

Al bajar del bondi crucé la av. San Martín y dos buscavidas debatían entre pares de medias. El día estaba fantástico para salir a la calle en manada, como en un aluvión zoológico. Los buscavidas eran rosarinos, “¿no querés unos soquetes?”, me ofrecieron.  Llegaron la noche anterior y durmieron en la terminal. Dijeron que son peronistas, “bah, somos sobrevivientes, amigo”; y que viajan a estos eventos cuando pueden. Ahora, lo hicieron a dedo. 

-¿Qué van a hacer después? ¿se vuelven a Rosario y qué hacen?- pregunté

-No sé, amigo. Hoy estamos acá, después vemos- dijo el de gorra blanca.

Con la realidad del cortoplacismo en la lengua y de la imperiosa necesidad de resolver ahora, no mañana porque “mañana vemos”, el rosarino puso sobre la mesa una característica muy debatida del peronismo: la idea de que construye “presente sin futuro”. Tan criticado por la izquierda -que busca una revolución en el cofre donde termina el arcoíris-, como por la derecha -obsesionada con reducir el déficit fiscal-. Sin embargo, si se toman en cuenta los años desde el regreso de la democracia, el peronismo emergió en presentes caóticos para poner orden o apagar incendios (1989 -hiperinflación-, 2001 -corralito-, 2019 -megaendeudamiento-)

Monumento a Perón

Seguí caminando y doble en 25 de Mayo. Al llegar a la avenida Uruguay, crucé a culpógenos Humanistas que no se atrevían a cantar la Marcha, y me aposté detrás del monumento a Perón, sobre la av. que lleva su nombre, mientras una columna de militantes pasaba. Desde este ángulo, uno puede darse cuenta que la obra del artista se resignifica, porque la sonrisa del General se torna más pícara y los ojos (que guían y vigilan la marcha) se arquean. Es más: si uno se acerca y agudiza el oído, al mismo tiempo que hace un pantallazo de los últimos 40 años, puede escuchar un viento del sur, una brisa o la voz del General en el monumento que dice: “No es que nosotros seamos buenos sino que los demás son peores”. Y uno termina por aceptar tal sentencia al observar las más de 30 mil personas que asistieron y que eligieron otra vez esta corriente como destino de un futuro que igualmente se espera, sea puntualmente sombrío, repetido y cansador. 

El rosarino puso sobre la mesa una característica muy debatida del peronismo: la idea de que construye “presente sin futuro”

A las tres de la tarde entré a la laguna. El tibio sol calienta las panzas redondas de los tipos desparramados en el pasto. Un niño me tironea de la manga y con la bandera argentina corre hasta el monumento de Alfonsín, traspasa la mirada perdida del vendedor de casacas, del panchero, del busca que hace equilibrio con la espátula, “yo sólo sigo a Cristina”, la profundidad del barbudo que observa el horizonte, “soy peronista pero de los peronistas de en serio”, un bípedo que agita solo, “soy peronista por rama genealógica”, el habitual marginal que deambula, “vengo a ver qué pasa”, los deditos en V de éstas señoritas que son docentes, “somos del campo nacional y popular”, la mirada soberbia de un negrito canchero, “soy peronista porque es el único lugar para hacer algo”, el tierno viejito de boina, “mi madre durante el primer peronismo…”, y pasa el tiempo y aparece más gente que vive entre grietas húmedas como plantas casmofíticas y otra avalancha de sardinas se aproxima.

Peronista con aspecto de profundidad

La señora de los cinco dientes se sienta en una reposera en el medio de la concentración y tres pibas bailan y se agachan con la ayuda de rodoblantes. Aparece un tufo a manteca rancia, circula cierto termo clandestino, el birrero intensifica su oferta, uno reta a otro: “Sos peronista y catalogás a la gente”, el chimichurri salta por los aires y llega la gente tucumana de Manzur. Apretados como una falange, tan identificables como blanco sobre negro por su vestimenta fosforescente que encandila, se mueven en un bloque verde como un gran mamut y acarician la mirada ante tanto uniformidad blanco y celeste. Porque curiosamente abundan las banderitas Pro de Argentina, y estos tucumanos vinieron a tensar la cuerda de la tranquilidad con sus cánticos festivos, a incomodar alegremente, a decir “aquí estamos”, a recordar también que el peronismo es unidad en la diversidad, unión y trasgresión al mismo tiempo, que no puede ser una totalidad sin grietas porque se pierde la esencia que es no tenerla, esa impureza, “vamos todos juntos pero nosotros somos nosotros y te lo voy a demostrar con mi descarado verde fosforescente”, decían sin palabras los desprolijos tucumanos. 

¿Qué representa la blanca y celeste? Es una narración del Pro ¿y qué tipo de patriotismo expresa? Por lo menos, en esta última experiencia, el del mercado financiero y el FMI. Y por cierto ¿qué hacía la carota de Mao Tze Tung y de Engels, Marx y Lenin adelante de todo, flameando sin ningún tirón de oreja? Hubo un exceso de civilización, a veces un festín estático perfectamente organizado para que se vaya de la casa a la laguna y de la laguna a la casa; y por momentos, dicho sea de paso, se percibió como una euforia impostada, una certeza de que en el fondo, por más de que “a volver vamos a volver”, los mesías no existen y que el futuro inmediato tiene el rostro de la desgracia. Hubo emocionalidad, sí, y una gran dosis de racionalidad, un baño de realidad.

¿Y cómo pedirles mayor euforia a estos viejitos que asistieron al acto con sus arrugas que circundan el trayecto de cuántas crisis sobre sus espaldas?

Tucumanos plebeyos y transgresores

Alrededor de las 5 de la tarde, momento del auge choripanero, me encontré a Ramiro y Matías -de José C. Paz- con su carrito de chorizos, y a su lado un pibe de gafas, picado por la viruela y vendedor de remeras. Los tres estaban en una zona privilegiada, porque ahí se concentraban los consumidores. El vendedor de remeras gruñó:

-¡Chabones qué hacen, saquen esos chorizos ya mismo de acá, me llenan de humo la mercancía. ¡Qué están haciendo!

El humo salía intensamente de la parrilla y el vendedor de remeras insistía con la mirada fija. Me ofrecí a ayudar, y moví estratégicamente junto a Matías las patas de la mesa de modo tal que no se aleje tanto de esa zona y no inunde de humo la ropa. Matías y Ramiro y el vendedor picado por la viruela se saludaron afectuosamente, al haber llegado a un acuerdo en el que todos salían beneficiados, y luego me saludaron a mí, que solicité una rebaja o la aplicación de “precios cuidados” al sanguche de chorizo con criolla que me estaban preparando, por mis servicios brindados. “Pero por supuesto, compañero”, dijo Ramiro sin problemas y accionó el 20% de descuento. 

¿Qué hacía la carota de Mao Tze Tung y de Engels, Marx y Lenin adelante de todo, flameando sin ningún tirón de oreja? Hubo un exceso de civilización”

Hay algo de peronismo en esa situación. Una idea de solidaridad que desconoce la caridad. Una intención de llegar al consenso a través de un voluntarismo sincero con voluntad de poder, es decir, con voluntad de recibir una tajadita. Solidaridad y mangazo, en simultáneo. Una paradoja imposible de ser interpretada desde la moral, con cierto equilibrio o ciertas dosis -a veces justas- de individualidad y colectividad. Y una competencia que tiene que ver con la transgresión, o con la determinación de imponerse espiritualmente más que materialmente.

Más tarde ocurrió otra situación. Estaba tomando imágenes de chorizos embadurnados de aceite y de grasa con carne en parrilla carbonizada y humo, cuando el choricero dijo: “Vos me sacaste fotos toda la tarde y te apareciste con un sanguche de otro carrito”, y se interpuso entre mi cámara y los chorizos. De manera que le compré uno con 50% de rebaja, porque fue antes de que Alberto hablara, cuando el acto estaba por terminar y los buscavidas se querían salvar. Cuando le pagué, el choricero se corrió. Esto me hizo acordar a una anécdota que me contó un ex diputado nacional, peronista importante en los 90 y principios del 2000. “Una vez en la Cámara de Diputados -dijo- el ministro de Salud de aquel entonces estaba siendo sometido a una interpelación, lo estaban acribillando. Momentos previos yo había visto cómo bajaban tomógrafos de una camioneta y los colocaban en otra. En el cuarto intermedio fui a ver al ministro, que estaba transpirando y le dije ‘cómo te están dando, querido’.  Preocupado, me dijo que no sabía cómo salir del embrollo en el que estaba metido y aproveché para decirle que tenía una estrategia para que se dé por finalizada la sesión. Aliviado me agradeció y me dio la mano, entonces le dije ‘bueno, pero quiero tres tomógrafos’. Opuso cierta resistencia y finalmente le arranqué dos. Esos fueron los dos primeros tomógrafos que tuvo La Pampa”.

Una intención de llegar al consenso a través de un voluntarismo sincero con voluntad de poder, es decir, con voluntad de recibir una tajadita”

El choricero me armó el sanguche y lo dejó a un costado. Paso siguiente, acomodó la parrilla, enfiló los chorizos, puso el cuchillo sobre la carne y avivó el fuego, para que pueda tomar una imagen digna. Me demostró que en el caos hay organización desde donde surge el orden, porque, como dijo Martín Rodríguez, orden queremos todos. Entonces, me entregó el choripán. No conseguí un tomógrafo pero sí una imagen digna. Hicimos política.

Digna imagen choricera

Tipos y tipas se entrecruzan con banderas entre el típico desorden armónico que rigen las vidas, por caminos que se abren, se cierran y se aprietan en sectores con mates, con cervezas, poblados de lugares comunes. Comunes como la muerte. Comunes como el peronismo, porque el peronismo volvió a ser ese lugar común para estar acompañado en la soledad atroz de la existencia, que se elige, en definitiva, para ordenar el caos. El caos de la cotidianeidad, porque lo desordenado es lo diario, es decir, la vida misma:

-¡Quiero trabajar y comer, coger, chupar y descansar!”, grita el desesperado. 

-¿Y después?”, pregunta el ingenuo, “hay que pensar en el futuro”, aconseja el utópico. 

-Y después vemos, ¡pero quiero trabajar, comer, coger, chupar y descansar!”. 

Es ese lugar común al que se vuelve para recuperar las necesidades básicas insatisfechas de la monotoneidad del día a día; y gracias, también, a la incompetencia del otro, ya que si después del 2017 no hubieran destruido todo tan rápidamente ¿dónde estarían todos estos “cabecitas” que se ven ahora en la laguna Don Tomás como brotes de yuyos o plagas de langostas? ¿hubieran desaparecido? Para nada, porque el peronismo es más parte de la Cultura -o un aporte a la Cultura- que un partido político. Ocurre que ante la ineficiencia de los partidos sigue siendo una marca que se utiliza para juntar votos y ganar elecciones; entonces todos estos “cabecitas” se hubieran inoculado como el fenómeno viral que son en los ámbitos donde se toman las decisiones y se ejecutan; porque si hay algo por quién dobla el peronista, es por el Poder. A ellos les gusta estar cerca del calorcito de las brasas de cualquier parrilla donde se cocinan los choris de tu destino.

Eufórico peronista pasado de rosca

Está por comenzar el acto, y un muchacho con la bandera de Argentina en la espalda trepa como una pantera negra un árbol en la inmediación de la laguna. Se aposta en una rama. Un gordo de camioneros cabeza de búfalo y cogote de toro hace tronar un bombo. Una mujer morocha y achinada ríe como una hiena preñada al lado de un joven más pálido que un oso polar y delante de una petisa con nariz de águila. Una madre jirafesca alimenta a la cría y guarda la ubre porque el parlante anuncia una vez más que el acto “está por comenzar”, y el rostro tatuado de Perón en la espalda desnuda del hipopótamo tucumano de Manzur se expande por última vez. Las bestias se emocionan

A ellos les gusta estar cerca del calorcito de las brasas de cualquier parrilla donde se cocinan los choris de tu destino”

Aparecen Verna, Alberto y Cristina -los únicos oradores. Uno dice “llevamos 36 años y cumpliremos 40 de gobierno, se los quiero agradecer”, y los cornalitos enloquecen. 

Entonces, disparan un cohete de humo con la bandera de Argentina y las lúgubres aguas de la laguna comen el último cacho de sol y me cruzo a los buscavidas rosarinos, que me dicen: “Me rajo ya mismo que mañana a las cinco tengo que laburar… ¿no tenés 100 pe para prestarme?”.

Mujeres peronistas

1 thought on “Por quién doblan los peronistas

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