Los Detonados

Luego de una temporada sin publicar, Tevez vuelve con este ensayo sobre detonadores y detonados. Parejas santarroseñas cuya única existencia se sostiene por la ingesta desmedida de carbohidratos.

La Laguna Don Tomás como epicentro de la detonación, las panaderías, la mesa de mamá y papá, plataformas de streaming y, claro, el delivery.

Hay personas que provocan en el otro la detonación total. Hay parejas que se complotan o son cómplices para el mismo fin. El detonador se entrega a una posesión de hedonismo extremo que consiste en devorarse lo que la imaginación, la casualidad o el deseo – sobre todo el bolsillo- dispongan para deglutir.  Es una detonación mutua, que necesariamente incluye a un otro. -¡Aclaro! esto no es un juicio de valor positivo o negativo sobre esta especie de recreación que se aloja en determinadas parejas, es simplemente, la descripción de un hábito identificable y que nada tiene que ver con algún tipo de valoración sobre los cuerpos – . La historia entre David y Pamela -en este caso, pero que el fenómeno trasciende al género- de manera asimétrica. Ambos experimentaran domingo a domingo la irremediablemente detonación.

Antes de conocer a Pamela jugaba martes y jueves al fulbito con los amigos semanalmente; cuando podía concurría al gimnasio que pagaba todos los meses de manera simbólica (un gasto expiatorio para la culpa); vivía solo en un departamento que alquilaba en la zona céntrica donde la alimentación era irregular y discreta; una vida equilibrada y sostenida por el empleo público. Los domingos arrasaba con todo en la casa de sus padres en los almuerzos. “Cuando conocí a Pamela empecé con los postres, la merienda, la post merienda, la cena y devuelta el postre”, confiesa David.

Hay personas que provocan en el otro la detonación total. Hay parejas que se complotan o son cómplices para el mismo fin.

Antes de conocer a David concurría todos los días al gimnasio local después del trabajo – una vida equilibrada y sostenida por el empleo público-  e incluso salía a correr con un grupo de aspirantes maratonistas. Pamela no probaba bocado que no se saliera de la dieta dictada por el nutricionista; por las noches subía fotos luciendo las siluetas trabajadas en grandes espejos; recibía “fueguitos” interminables de los pibes en instagram; explotaba en tinder y demás salas donde lo erótico y lo sexual tuvieran lugar. “Podía comerse hasta 3 copitos de azúcar a pesar de la diabetes”, recuerda con preocupación retrospectiva Pamela a su ex novio.

Ambos quedaron atrapados en una recreación tóxica – que detallaremos a continuación – que les permitía escapar del aburrimiento de las tardes de domingo suicidas y de la salubridad del amor. Escapar de la monotonía de la relación con más monotonía.  Construyeron un plan sistematizado para todos los domingos donde la jornada comenzaba después del almuerzo familiar:

A las 15 horas exactamente, David pasaba a buscar a Pamela en su Renault Clio para dirigirse ambos hasta la Laguna Don Tomás.  Pamela compraba una docena de facturas para el mate (Las panaderías son lo único abierto un domingo) que incluía cuatro cañones de dulce de leche, cuatro bombas de crema pastelera y cuatro vigilantes comunes para disimular la obscenidad.

Ambos quedaron atrapados en una recreación tóxica que les permitía escapar del aburrimiento de las tardes de domingo suicidas y de la salubridad del amor.

Así Pamela y David enfrentaban el atardecer que iba falleciendo casi sin dirigirse la palabra. Observaban el horizonte de la laguna que se esforzaba por embellecer mientras se conectaban de manera telepática en la cena: “¿Pizzas o empanadas?”.

La relación entre el amor y la comida viene de larga data en occidente. Supone un compartimiento con el otro, es la demostración de interés o cariño hacia el ser más evidente. Es también un arma de doble filo. Incluso, estudios revelan que el estado de enamoramiento es similar a disfrutar de un plato de comida (El estado de enamoramiento en un primer estadío también te puede sacar el hambre, la detonación se produce una vez consolidada la unión). Se libera dopamina, se genera un placer que llega hasta el cerebro y hace que te comportes como un perro que mueve la cola después de no ver a su dueño durante mucho tiempo. Si un lector o lectora de esta nota negara la existencia de los detonadores no están siendo honestos. ¿Quién no conoce a algún amigo/a que no haya salido de una relación inflamado?

Las noches de domingo daban comienzo a la culminación de una auténtica masacre. La única discusión que afrontaban Pamela y David era si estaban para pizzas o empanadas. Ganaba siempre la elección de ambos. Buscaban una película en Netflix para matar el tiempo que tardaba el cadete en llegar con el pedido. David espiaba los resultados del partido de Boca en el celular. La noche terminaba en una heladería de medianoche. El sexo duraba menos que lo que tardaban en elegir el gusto del helado.

Después de conocerse David y Pamela no se reconocían en su propio cuerpo. “Mis amigas me dicen que ponerme de novia me perjudicó”, sostiene Pamela. “A mí la relación con Pamela me arruinó. Ahora cuesta volver al gimnasio y gastar en nutricionistas”, sentencia David. Si ustedes se reconocen en ellos – o han observado de cerca esta dinámica cuasi destructiva- está en riesgo su salud, ha asumido la condición de potencial detonador… o detonado.

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