El 13 de marzo BIFE tuvo la primicia del robo de una planta de cannabis en la ciudad de Santa Rosa y tituló de la siguiente manera: “Comenzó la temporada de cogolleros”. Esa publicación tuvo más de 40 comentarios y la mayoría de ellos señalaban al cogollero como “rata”, “basura” y algunos seguidores pedían “plomo” para el responsable de llevarse la planta. Además de esos comentarios, BIFE también recibió un mensaje por privado.
“Todos esos que dicen que alguien que se lleva una planta es una rata o un rastrero que no se confundan. Yo no salgo de caño a arrebatar a una vieja ni a un laburante. Si tanto les jode que se ocupen de cuidar mejor sus plantitas para que alguien como yo no se las lleve”.
Respondí al mensaje con la intención de que me explique detalladamente en que se diferencia, según él, un rastrero de un cogollero. Le pedí que me pase un número para poder contactarlo y me dijo que no hacía falta, que sólo quería dejar en claro eso: que no era “rata” ni “rastrero”. Insistí y subí la apuesta. Le dije que en realidad quería verlo y entrevistarlo en persona y que lógicamente no iba a revelar su identidad y que me parecía muy llamativo que alguien se “enorgullezca” de ser cogollero y nos escriba. Me respondió que no, que no era ningún gil como para darme su teléfono. “Amigo, me estás escribiendo desde tu cuenta con tu nombre o apodo y tu foto. Lo único que quiero es hacerte una nota. No te voy a denunciar. Soy periodista, no policía”, le dije. Pasaron 24 horas hasta que volvió a contactarse. En su respuesta había dejado su número. Arreglé con él día y horario para visitarlo.
En 2021 se lanzó un registro de consumidores: el Reprocann. Esta iniciativa habilitó a que cualquier usuario pueda tener hasta 9 plantas de cannabis en floración y están autorizadas a transportar hasta 40 gramos de flores secas. Se cree que más consumidores se animaron a cultivar a partir de esta política. Y también se sospecha que el número de cogolleros aumentó.
Me tomo el colectivo hacia la zona norte de Santa Rosa donde me citó el cogollero que de ahora en más paso a llamarlo el “Bode”. La “B” es por la inicial de su nombre y “ode” corresponde a tres de las nueve letras que componen su apellido, aunque no necesariamente en ese orden. Me bajo cerca del hospital y camino unas cuadras hasta encontrar una despensa. Trato de no desviarme mucho porque estoy llegando varios minutos tarde de lo pactado y todavía no sé cuánto vale el tiempo del Bode. En la despensa compro un pack de Quilmes. En lo posible, cada vez que realizo una entrevista cara a cara, opto que sea con una bebida alcohólica de por medio porque sostengo que así la charla fluye más y también porque me ayuda a controlar mi ansiedad.
Es una tarde ventosa y la tierra que se levanta del asfalto se mete entre mis dientes y esa sensación siempre me pone de mal humor. Me detengo a mirar el celular para revisar una vez más la dirección mientras acaricio a un galgo maltrecho que se me acerca y olfatea el olor de mi perro en la ropa. Levanto la vista y reconozco al Bode que se asoma por la ventana y me hace seña para que me acerque. En el jardincito de la casita de barrio hay una muñeca Barbie trucha y chuflines desparramados y también una pelota de goma. “Qué hacés loquillo”, me saluda el Bode y me invita a pasar.
Lleva puesta una camiseta de River de hace varias temporadas con el dorsal 7 casi desintegrado del jugador cordobés Matías Suárez. En una de las paredes del comedor está colocada una tele donde suena a un volumen considerable un compilado de “El Noba” y en la pared que da al patio hay un modular de madera cartón con muchas chucherías sobre uno de los estantes; también botones, hilos, tapitas de gaseosas, boletas de luz y una estatuilla de una virgen, pero no es la figura de María ni de Luján. Le pregunto al Bode que virgen es y me responde que se trata de Santa Lucía. “La virgencita que protege los ojos”, me dice, y me explica que su hija, la del medio, nació con hipermetropía y que todos los meses la lleva al Molas para control y que por eso es devoto de esta imagen.
El Bode tiene 29 años y tres hijos. Dos nenas, una de 9 y otra de 6 y un nene de 4 años que corretea por el comedor con un autito destartalado que lleva en sus manos. Comparte techo con la madre de sus hijos que ahora se encuentra trabajando como empleada doméstica en una casa de Villa Alonso. Me dice que cuando él está sin laburo -como ahora- los chicos se quedan toda la tarde bajo su responsabilidad. “Decí que por suerte la mayor también me ayuda con los otros dos cuando vuelve de la escuela”, comenta.
Tomamos asiento y voy al hueso. Le pregunto como viene el “negocio” y él se ríe y me devuelve un “¿qué querés saber, locazo”? Por qué sos cogollero, le digo. Se tira hacia el respaldar de la silla durante dos segundos mientras saca pecho y se vuelve a encorvar para responder: “Porque no voy a gastar guita de la comida de mis hijos en fasito y porque me gusta fumar. Por eso. También vendo si no me queda otra. Es la única que hago, eh. Preguntá por mí en el barrio y vas a ver que te dicen. Nunca me mandé una cagada de esas posta posta en el barrio. En este ni en ningún otro desde hace como 6 años”.
Hace 6 años el Bode se encontró con su tarde más oscura y juró no volver a verle la cara. Fue en una tarde de diciembre cuando recibió el mensaje de un amigo un año menor que él y de orígenes muy similares con quien compartió su infancia. Se trata del Hache, quien había quedado en libertad tras estar en prisión por haber robado un auto en la avenida Belgrano de esta ciudad y abandonarlo en el barrio Aeropuerto 48 horas después. Contaba con un envidiable prontuario y por ese hecho cumplió una condena de 6 meses. A tres días de estar nuevamente en la calle convocó al B.ode a celebrar su regreso. El punto de encuentro fue la plaza que se ubica frente a la escuela 221. No eran más de las 6 de la tarde cuando el Boode llegó en su playera y se fundió en un abrazo con el recién liberado. El Bode sacó de su mochila unos gramos de un paraguayo bastante digno que había comprado gracias a una changa como ayudante de albañil y se dispuso a compartirlo con su amigo. Si bien estar tras las rejas no era algo nuevo para el Hache, igualmente procedió a narrar su más reciente estadía. El paraguayo fue maridado con un Viñas de Balbo que el Hache ya había descorchado.
Cuando el tubo de Viñas asomaba por la mitad el Hache picó cuatro pastillas de Alplax y las vertió en la botella y mientras lo hacía le dijo al Bode que estaba todo bien y que era una tarde para estar re locos porque había vuelto. El Bode siguió fumando y a pesar de no haberle hecho gracia la acción del Hache igual continuó bebiendo del tinto. La tarde fue cayendo mientras el efecto de las pastillas con el alcohol fue en ascenso. El Bode no se encontraba tranquilo por esos días. Las fiestas se acercaban y casi no disponía de plata ni él ni su mujer y eso lo perturbaba. El hache comenzó a hablar sobre la posibilidad de hacerse de miles de pesos de manera inmediata y casi sin riesgo. Siguió hablando con más insistencia sobre el asunto mientras el Bode reflexionaba aferrándose al faso paraguayo y a la embriagues narcótica del vino y las pastillas.
La punta del Hache se trataba de un comercio en la Circunvalación. Era entrar, encañonar a los dos empleados, tomar la guita de la caja y salir. Según él, era un abrir y cerrar de ojos que tenía como fin pasar unas fiestas dignas. El Hache terminó de rubricar su próximo movimiento cuando sacó de su cintura un revolver .22 corto y agitando el arma emitió unas palabras que sacudieron al Bode. “¿Vas a pasar el 24 y el 31 dándoles fideos blancos a tu señora y tu hija?
Hasta ese momento el Bode sólo tenía ingresos a las comisarías por hechos menores. Pero esa tarde lo cambió todo cuando todo lo que podía salir mal salió mal. El robo que intentaron cometer se vio frustrado cuando uno de los clientes que esperaba en línea de caja resultó ser un policía de civil y en una rápida maniobra redujo al Hache y le quitó su arma y con la reglamentaria apuntó al Bode dando por terminado el asunto.
El Bode cumplió 10 meses de prisión en la Alcaidía. Su segunda hija nació mientras el estaba encarcelado. “Nunca más loquillo, yo no voy a volver a caer nunca más”, me dice con seguridad.
Saco de mi mochila el pack de cerveza y le ofrezco una lata pero la rechaza. Me dice que dejó de tomar desde esa tarde de diciembre hace 6 años atrás y que ahora sólo fuma. Saca de una riñonera que está sobre la mesa una bolsita con flores que al abrirla perfuman todo el ambiente y se pone a armar un porro del tamaño del dedo medio. Tomo un trago de Quilmes y le pregunto si esas flores forman parte de un “botin” reciente y mientras desliza la punta de la lengua de un lado al otro de la seda suelta una sutil sonrisa y asiente con la cabeza. Lo prende y le da una seca atorada que lo hace lagrimear y estira el brazo para pasarme el faso y le digo que no, que no fumo y un poco se sorprende y me pregunta el por qué y le contesto que dejé de fumar cuando me empezó a pegar mal. Se recompone y me da un consejo: “No te tenés que hacer la cabeza, loquillo”. Le respondo con una mueca mientras apuro la primera de las latas.
¿No te consideras un chorro?
No, ya no.
¿Y que es ser cogollero?
Mirá, loquillo, se trata de una planta nomás. Yo no lastimo a nadie cuando lo hago, yo caigo me llevo la plantita y chau. Porque es nada más que una planta. Una planta de faso es lo mismo que un limonero. Son plantas.
¿Nunca se te dio por cultivar?
Naa, eso no es para mí. Eso es para chaboncitos que tienen paciencia y le gusta todo ese mambo. Qué querés que te diga, no sirvo para eso.
¿Cómo te enterás dónde vive un cultivador, de qué manera das con la planta?
Mirá, yo ando mucho en bici. Me gustar salir re loco a pedalear y en esta época muchas veces pasás por una casa que el patio da a la calle y el olorcito a flores te voltéa, te juro. Hay veces que ficho así. Después hay pibitos que conozco que me pasan algún dato de alguien que cultiva y bueno, luego tengo que repartirles algo del “botin” como decís vos (risas).
¿Te hacés de plantaciones que están al aire libre solamente?
Sí, loquillo. Nunca reventé una puerta para hacerme de faso. Ya te dije, yo en cana no caigo nunca más.
Pero igual corrés riesgo llevándote plantas de un patio.
¿Qué riesgo, loquillo? Corro riesgo si me muerde un perro. Te pregunto, ¿vos conocés a alguien que haya caído en cana por llevarse maría de un patio? No. Nadie va preso por robar una planta de marihuana o de lo que sea.
Le pregunto al Bode si tiene más faso o si lo que sacó de la riñonera es la última reserva. Vuelve a reírse mientras se pone de pie y me dice que ya vuelve y cruza el pasillo que lo lleva a una de las dos habitaciones que tiene la casa y le pido permiso para abrir la puerta de la heladera donde guardó previamente el resto de las cervezas y me grita que sí, que no hay problema. Saco otra de las latas y mientras tiro de la chapita fijo la mirada en la figura de la virgen que ahora sé que la llaman Santa Lucía y que es la protectora de la visión.
El Bode cruza por delante mío abrazando tres frascos grandes de café y los apoya sobre la mesa. Las flores lucen espectaculares a través del vidrio que las contienen y denotan que quien las cultivó lo hizo con mucha dedicación y cariño. “Esto es lo que me queda, loquillo”, me dice llevando la mirada de un frasco a otro. Lo que a un cultivador le lleva meses de laburo para poder contemplar, al Bode sólo le lleva una noche. Se arma lentamente otro porro, esta vez más chico, y le pregunto cuánto de ese faso es para vender y cuánto para fumar y me responde que no sabe bien porque ahora está sin laburo y está vendiendo más de lo que desearía.
Salimos al patio porque ya no hay tanto viento y el Bode se sienta en una reposera y me dice que me puedo sentar en una de las dos sillas de plástico que hay pero prefiero apoyarme sobre la pared de la casa vecina. “Este es mi lugar, loquillo. Acá nadie me jode”, me comenta mientras lucha para darle mecha al faso.
Me dice que acá pasa la mayoría de las tardes mientras sus dos hijas están en la escuela y su hijo menor mira la tele. También me dice que acá, en las tardes que pasa sentado en la reposera, flashea mirando las formas de las nubes escuchando música desde el celular mientras fuma y también me dice que muchas veces se pasa de rosca pensando y me confiesa que en muchas de esas ocasiones piensa que todo podría ser distinto si cuando era más chico hubiese tomado otras decisiones y yo le pregunto como cuales y él con la mirada perdida en un hueco de la medianera me dice que muchas cosas pero que ya no importa y que tampoco se lamenta demasiado.
Las dos hijas del Bode irrumpen en el patio y el bode se levanta de la reposera y se agacha para atarle los cordones a una de ellas y también le acomoda los lentes. Les da algo de plata para que vayan al kiosco y mientras las observa irse me dice que esta es su vida y me repite que cuando escribió a BIFE quería dejar en claro que para él ser cogollero no es ser una rata y que solo se trata de plantas.
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