Boom Boom Kid en Toay y lo oculto de la noche

El proyecto de Nekro sacó del letargo a Apold que fue testigo de la última presentación de la banda bonaerense en La Pampa. ¿Pero qué hay detrás de un recital más de Boom Boom Kid? La particular concurrencia que posee I Love Daiana, un viaje al centro de la noche, el interminable Jake, sus fantasmas que brillan sin luz, una rara afección y un regreso lleno de abismos

“Llevo conmigo esta marca en la frente desde el día que me la di en el Jockey”, dijo Nekro agitado, cuando ya había pasado la mitad de su show. La cicatriz a la que hizo mención Carlos Rodriguez –aka Nekro- fue a causa de dársela contra una de las cajas flotantes ubicadas en el techo del que fuera el templo rockero de Santa Rosa en una de sus primeras presentaciones en suelo pampeano. Con un par de visitas después de ese accidente, el padrino argentino del do it yourself volvió este 2023 a sus 51 años con sus elásticas canciones hardcore.

Nekro retornó a La Pampa –esta vez a Toay- para tocar con su proyecto más estable: Boom Boom Kid. En la previa del recital, mientras la banda soporte amagaba con arrancar, le pregunté a Gustavo -quien me facilitó el traslado hasta el Club Guardia del Monte- por qué creía que un artista como Rodriguez, músico que siempre editó su material de forma independiente con una tirada limitada de discos y cassetes y sin difusión masiva por radio y tv -tanto en los 90 con Fun People, o ya en los 2000 con BBK-, había logrado hacerse de un puñado nada despreciable de seguidores en la provincia. “A mí siempre me gustó, pero no me acuerdo cómo conocí su música. Supongo que haya pegado acá tiene que ver con que vino muchas veces”, respondió sin dejarme del todo conforme.

Boom Boom Kid sacó del letargo a  Rodrigo Apold que fue testigo de la última presentación de la banda en La Pampa. ¿Pero qué hay detrás de un recital más del proyecto de Nekro? La particular concurrencia que posee I Love Daiana, un viaje al centro de la noche, el interminable Jake, sus fantasmas que brillan sin luz, una rara afección y un regreso lleno de abismos
Nekro (foto Flavio Clarembaux)

Esta fue la primera vez que tanto Nekro como yo pisamos el club Guardia del Monte. Un gimnasio con capacidad –según el número arrojado mientras íbamos en el auto- para unas 800 personas. “Está tranquilo, tranquilo parece. Poquita gente”, soltó otro de los ocupantes del vehículo mientras estacionábamos. Estaba claro que la banda encargada de abrir la noche iba a tardar en comenzar así que ir por unas latas pagando un menor costo en el carrito pegado a la entidad deportiva significaba la mejor opción. “Tengo Schneider, Imperial, imperial Ipa o Pampa Ipa”, dijo una de las emprendedoras gastronómicas que estaba detrás de una improvisada caja registradora. Compramos tres Pampa Ipa. “Vamos a tomar una cerveza de acá, de nuestros pagos” dijo Gustavo, mientras yo, desconfiado del lugar de origen del brebaje, dirigí mis ojos hacia el rótulo del envase: “Procedencia Pilar, Pcia de Buenos Aires”, informé y así logré bajar la fiebre de pampeanidad que se había suscitado. “Qué hijos de puta –tiró Gustavo-. Claro, mirá, si ni siquiera es un caldén el que está en la etiqueta, es un ombú. Qué hijos de puta”. Frustrados por no haber podido aportar a la economía de cerveceros pampeanos, y ya con la banda soporte tocando, apuramos la birra con sorbos más generosos e ingresamos al club.

I Love Daiana fue el grupo elegido por la productora Rancho Aparte para telonear a BBK con la –probable- presunción de que ellos le iban a traccionar algo más de gente, pero no fue del todo así. El grupo liderado por José Tomas es indiscutiblemente una de las formaciones más convocantes de la movida local, cuyo núcleo duro se originó durante 2016/2017, años en que las demandas del clima de época florecieron y allí estuvieron los recitales de ILD para auspiciar como punto de encuentro para les pibes que ataban pañuelos naranjas y verdes en sus mochilas agitando con ansias de revolución segmentada. De hecho, durante sus tocatas el grito de guerra feminista –el mismo que emula “un grito indio”- fue una práctica recurrente por muchos de los asistentes que se acercaban a sus shows.

José Tomás de I Love Daiana (foto: Flavio Clarembaux)

El pasado 28 de abril fue la primera vez que vi al obrero y frontman punk sin su bajo. Ahora en sus presentaciones Tomas empuña el micrófono y se despliega sin ataduras por el escenario. El músico del Butaló se desenvuelve a lo largo y ancho de los tablones hasta vaciarse de sí mismo. La fórmula que lograron los “Malmo” locales continúa siendo eficaz.

Ya con un par de latas bebidas y un vaso de fernet compartido, hice un breve recorrido por el gimnasio mientras el dj genérico de estos días bancaba la parada hasta que Nekro asomara en el escenario. Ahí di cuenta que un poco más de público empezó a cubrir el lugar y llegué a la arriesgada conclusión de que al menos 200 personas asistieron al recital. Nada mal. Minutos después, Rodriguez irrumpió con una suerte de abrigo de piel aborigen, pero, para la tranquilidad de muchos, era de material sintético. El nuevo outfit adoptado por el líder de BBK no pasó desapercibido y fue comentario entre algunos de los presentes.

A pesar de sus más de 50 años, Nekro continúa utilizando su cuerpo como un instrumento más, respetando así esa regla innegociable del hardcore. La energía incontrolable del bonaerense tuvo su break dando lugar al primer clima de comunión colectiva con Si Pudiera, un clásico del cuarto álbum de estudio de Fun People. Posteriormente no sólo recordó su anécdota en el jockey, también dio un discurso pro vegano y recurrió a la nostalgia al ser alusión a uno de los formatos físicos más apreciados por quienes no contábamos con muchos recursos para acceder a nueva música a finales de los 90 y principios de los 2000: el cassette.

Nekro (foto: Flavio Clarembaux)

El momento más celebrado sucedió después de She Runaway, y fue – como siempre- con Brick By Brick, ese himno emo hardcore inquebrantable que convocó a quienes asistieron a pegarse al borde del escenario. “Espero que no haya sido así, así desde el comienzo y espero que no lamentes el haberme conocido, espero que no haya dolor dentro de tu corazón, porque el mío se cae en pedazos when i far away from you”.

Cuando Nekro terminó de tocar y agotar un pomo de espuma sobre los que más próximos estaban a él, ya no había mucho por hacer en el lugar. Me reuní con Gustavo, Rulo –creo que así lo llaman- y su chica para emprender la vuelta, ya que estuve gran parte la noche apoyado en una barrita de aluminio que recorre el largo de una de las paredes del club. “Vamos a tomar un birrin a Jake”, agitó uno de ellos. Y sí, vamos a tomar un birrin a Jake. Llevaba años sin caer ahí.

Ya en el auto, vimos que camino de vuelta a Santa Rosa era el indicado para evadir controles de tránsito, tal como lo debe haber hecho el 90% de quienes concurrieron a Guardia del Monte. Agarramos -obviamente- un atajo de tierra. Gustavo, notoriamente en pedo como cada uno de los cuatro que ocupábamos un lugar en el coche, le tomó gustito al sinuoso camino y pisó el acelerador. Un poco más, y otro poco más. La alta velocidad que tomó el auto incomodó a la chica que iba en el asiento trasero. “Tranquila Jesi, -se precipitó Gustavo-. No pasa nada”, le dijo mirándola por el retrovisor. Inmediatamente giró la cabeza hacia mí e insistió sonriendo: “No pasa nada, no nos vamos a matar”. Yo, que estaba sin ningún tipo de preocupación por la situación, seguí con mi mirada hacia delante mientras sonaba un tema de los Peppers en la radio y le dije en un tono relajado: “Si nos matamos, a mí me hacés un favor”. Se quedó callado y dejo de sonreír. Disfruté de ese momento. A los segundos, presumió de su suerte al volante. “Yo siempre llego. Y mirá que nunca sé cómo lo hago. Te juro. Vuelvo re en pedo y dado vuelta, pero no me la pongo”.

En Jake habían tocado un par de bandas metaleras, pero ya quedaba poco público de ese palo. El patio, patiecito del “último bastión del rock” estaba atestado, como es habitual. No voy a negar que sentí el hociqueo de la depresión al reconocer a muchos de los rostros que frecuentaba años atrás. Como si todo se repitiera en el mismo lugar pero sin la vitalidad nocturna que supe ostentar. Me crucé con alguien al que no veía hace tiempo y que poco tiene que ver con el ambiente rocker de Jake. Un turro old school bonachón del cinco mil, portador de un marcadísimo seseo. Tomó de mi birra recién comprada, me preguntó por gente que yo no recordaba y me puso al día sobre la realidad de un amigo que tenemos en común. “¿El ruso? viviendo del bolsillo de la vieja, como siempre. La Ale lo sacó de largo. Lo dejó por un chaboncito del Mataderos conocido de él. Así que volvió al barrio y ahí anda esa cara, todo el día borracho”.

Jake Al Rey

Seguí dando vueltas y crucé algún que otro saludo. Tomé otro trago sin saborear de la birra que había dejado calentar y salí a la vereda. Vi a un amigo hablando con un tipo flaco de pelo platinado que vestía camisa, campera de jean, pantalones ajustados y botas. Todo un cosplay de Duff Mckagann de Guns N Roses. Hablaban de la discografía de Skid Row. Nada puede interesarme menos que la obra de Skid Row. Permanecí ahí. Me quedé parado, sin interrumpir. Revoleé la cabeza de un lado a otro tratando de ubicar no sé qué. “Qué hacés chabón”, me saludó mi amigo, luego de despedir al personaje anclado en los años dorados del hardrock. “Soltá esa cerveza, estás tomando meada”, dijo y me pasó su vaso. No nos encontrábamos desde hacía meses, así que la ocasión sirvió para hablar de nuestra actualidad. Yo procedí a contarle brevemente sobre mi reciente separación, y él sobre su también reciente problema de salud que tuvo que sortear. Me dijo que había padecido una fimosis y fibromatosis en la pija. “Es un dolor asqueroso”, describió achinando los ojos y raspándose los dientes. Se trata de una afección que no sólo no permite echar el cuero del pito hacía atrás, además, la piel se estrecha y lo aprieta fuertemente dejándolo del color de una ciruela. “Estuve 15 días internado. Y lo peor fue la recuperación”, me confesó. El viento empezó a hacerse protagonista de la madrugada. Los últimos borrachos de la Cueva del Chancho comenzaron a chocarse los hombros con los últimos de Jake.

Me despedí de mi amigo. Quedamos en hablarnos. Probablemente pasen meses hasta volver a hacerlo. Crucé las vías y caminé las pocas cuadras que hay desde el bar al departamento que alquilo. Llegué y abrí la heladera antes que la puerta del patio para que entre mi perro. Saqué la media pizza que había quedado de la cena y dispuse a compartirla con el can. 50/50. Mano a mano. Corté su parte de a trozos con los dedos y se la tiré en el suelo de la cocina. No me preocupé por las marcas de salsa y queso que iban a quedar sobre el piso. Me apoyé de espaldas a la mesada y le di el primer mordisco a una de mis dos porciones mientras miraba al animal disfrutar de su comida. La tele en el comedor estaba encendida. Sincronicé Youtube en el celular para que se reproduzca en el televisor y puse lo más reciente que había escuchado antes de irme: una versión en vivo de uno de los hits de BBK en Guatemala. Seguí comiendo y mirando a mi perro. “Espero que no haya sido así, así desde el comienzo y espero que no lamentes el haberme conocido, espero que no haya dolor dentro de tu corazón, porque el mío se cae en pedazos when i far away from you”.

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