A 40 años de la Guerra de Malvinas, un especial de Revista BIFE. El retrato de una de las seis mujeres que estuvieron en las Islas. Además, tres historias de pampeanos que permanecieron en cielo, tierra y agua: un aviador, un soldado de trincheras y un marino. Por último, un relato que es una confesión de los vínculos entre el periodismo y el poder: “¿Cómo me enteré de Malvinas?”
Su madre le decía que tenía que ser militar porque se ganaba “buen sueldo”. Años más tarde sin querer terminó siéndolo. “Era mi contexto”, dice. Es 31 de enero de 1982 y Diego Leonardo Morano tiene 19 años recién cumplidos y es colimba del ejército argentino: aún no lo sabe, pero su destino será Malvinas. No hay tiempo para protestas, preguntas, ni miedos. Después de la revisión médica para ingresar al servicio militar obligatorio en la provincia de Córdoba es trasladado a Comodoro Rivadavia. Más tarde se dirige en un camión del Ejército hasta el Regimiento de Infantería 25, Sarmiento, en Chubut.
Morano es elegido entre otros 40 soldados para integrar la Sección AOR (Aspirantes a Oficiales de Reserva) del Regimiento que, meses después, desandará el camino para embarcarse en un rompe hielos y llegar a la base desde donde partirán para recuperar las Islas Malvinas. “Ese 28 de mayo fue para mí una nueva vida. Después de esa batalla fui otra persona”, confiesa Morano a Revista BIFE.
Intensivas prácticas de tiro, manejo de armas, preparación física, defensa personal e instrucciones nocturnas con brújulas. Es 26 de marzo. Morano se prepara para un último ejercicio militar en Río Mayo: se estaba poniendo en práctica un plan de contraataque para una misión especial y la creación de la Compañía de Infantería C.
El destino final: una escuela militar ubicada en Pradera del Ganso (Gosse Green), Darwin.
La misión: Defender y custodiar el aeródromo argentino.
El desembarco
Diego Leonardo Morano (DLM). “Llegamos a una escuela donde dormimos un tiempo. El Teniente Roberto Estévez (jefe de Morano en la 1 sección BOTE) nos ordenó la construcción de nuestra nueva casa- posición, ya que la escuela era un objetivo fácil para los ataques de aviones“.
(La posición de Diego Morano se encontraba a unos 200 metros de la escuela. Cruzando un puente)
DLM. “El estado de ánimo no era de algarabía. Era una guerra. Éramos un solo puño. El espíritu era de compañerismo. Estábamos unidos. Con el soldado Guillermo Huircapan –compañero de trinchera todo el tiempo- recibíamos la ración diaria de comida. Los días no cambiaban mucho: estaba siempre oscuro y con viento; garrotillo, lloviznas, frío y nieve. A veces salía el sol y otras se nublaba”.
Ese 28 de mayo fue para mí una nueva vida. Después de esa batalla fui otra persona
“Antes del primer ataque un 2 de mayo, con mis compañeros secábamos la ropa afuera de la trinchera. Nos calentábamos con un fueguito que con el tiempo se fue haciendo más frecuente ya que los que no estaban de guardia (había guardias de 4 horas) lo mantenían. El hambre, el frío y las condiciones de vida eran las del contexto de guerra. No era la vida común de cualquier ser humano. Existían alertas rojas a cada rato, sirenas que anunciaban ataques aéreos y bombardeos navales. De noche había simulacros nocturnos con sueltas de bengalas que iluminaban el terreno para “mellar” el espíritu del enemigo”
“Después de aquel primer ataque del 2 de mayo, sufrimos el aislamiento. Estábamos lejos del Puerto Argentino y la flota inglesa había hecho un cerco alrededor de Malvinas. La comida empezó a escasear y el racionamiento se hizo cada vez más distanciado. Comíamos las sobras que las tropas de la Fuerza Aérea (ubicada en el aeropuerto de Darwin) tiraban al mar. La leche de un tambo abandonado, la verdura de la huerta de la escuela. Seleccionábamos lo mejor y lo procesábamos para comer en nuestra covacha-cocina. Nuestro ranchito de chapa. El que nos salvó la vida”
Entre señales de alerta y guardias fueron pasando los días hasta el momento crucial en la vida de los soldados de la Sección 1, comandada por el Teniente Roberto Estévez. Diego Morano y sus compañeros comenzaron a sentir que la guerra les había llegado. Un 27 de mayo de 1982 Estévez le comunica a su comando que van a contraatacar para intentar frenar el avance enemigo.
Durante las primeras horas del 28 de mayo de 1982 iniciaron la marcha. No se percibía el horario. Pero no había amanecido. Se dirigieron hacía el cacerío de Darwin.
La batalla de Pradera del Ganso
Después de aquel primer ataque inglés del 2 de mayo, los comandos argentinos ya no habían vuelto a dormir ante semejante asedio constante. El miedo y la incertidumbre eran inevitables.
DLM. “El teniente Estévez nos dirigió hacia los montes de Darwin. Era un día normal en Malvinas. Frío y oscuro. Apenas podíamos vernos entre nosotros. El horario no se precisaba ni tampoco importaba. Con toda la munición posible, ametralladoras MAG, fusiles FAP y FAL, granadas, lanza cohetes, seguimos caminando entre la neblina de aquella madrugada del 28 de mayo”
“¿Son los nuestros?”, pregunta Estévez.
El comando argentino se había cruzado con una columna de ingleses entre la oscuridad de la noche en la altura del Norte del Cerro Darwin. Las ametralladoras, los morteros y las granadas explotaban por el aire de aquel cielo desdibujado por la neblina. El comando argentino abrió fuego con una ráfaga de proyectiles para todos lados.
Comíamos las sobras que las tropas de la Fuerza Aérea (ubicada en el aeropuerto de Darwin) tiraban al mar
DLM. “Pensaba en sobrevivir y disparar para que el enemigo no me mate. Retrocedieron tres veces. No sabíamos si los bombazos que nos caían eran del enemigo o nuestros. Desde ese momento el combate se tornó a muerte. Había que logran alcanzar el pozo que te podía salvar. Un compañero muere desangrado al llegar tarde. No pudimos parar la sangre que salía de sus heridas. Combatíamos a distancias que iban de 50 a 100 metros”.
“Teníamos compañeros aterrados y en pánico. Estaban inmóviles. Al vernos combatir nos ayudaron a recargar las municiones. Disponíamos de varios fusiles FAL y un FAP y nunca se trabaron. Disparamos antitanques y antipersonales con los fusiles a posiciones enemigas”.
Los minutos eran eternos en la madrugada de Darwin. Morano junto a sus compañeros se asomban para registrar desde dónde provenían los disparos y abrir fuego hacía los destellos enemigos. En una de las “asomadas” Sergio Zabala cae herido por un disparo en la cabeza. La bala le entró a la altura de la frente. Minutos antes Zabala se había puesto un casco que los soldados ya no usaban y eso le salvó la vida. Morano auxiliaba a sus compañeros con un paquete de vendas. Ambos siguieron combatiendo.
Horas más tarde el Teniente Roberto Estévez cae herido.
Uno a uno los soldados argentinos caían sobre el suelo de aquel infierno. Los soldados ingleses –que habían retrocedido ante el contraataque argentino horas atrás- desplegaron un ataque extremo desde el momento en que recibían la información de que los argentinos habían matado a H. Jones, un paracaidista inglés a cargo de uno de los comandos enemigos.
Eran los últimos minutos de Estévez al pie de la guerra, al mando del comando que había preparado para contraatacar a los ingleses y triunfar en Pradera del Ganso. Con dos tiros en una pierna, dos en un brazo; el Teniente continuaba dando órdenes a través de la radio a la artillería argentina, hasta que finalmente recibe un disparo en la cabeza que pone fin a su guerra.
Ellos tenían visores nocturnos. Nosotros seguíamos las centellas.
DLM. “Pudimos emparejar a medida que comenzaba a amanecer. Ellos tenían visores nocturnos. Nosotros seguíamos las centellas. Pero estábamos llegando al final. Después de la muerte de Estévez, toma el mando el Subteniente Peluffo, quién al ver desbordada la defensa decide rendirse haciendo agitar un trapo blanco. Entendió que seguir resistiendo hubiera terminado con la vida de todos, que no había que permitir más sangre derramada”.
“Nos toman como prisioneros y nos llevan hasta unos matorrales a culatazos y patadas, nos hacen poner cuerpo a tierra y boca abajo“
“Fue el momento de mayor incertidumbre que me tocó vivir. No sabía nuestro destino. Después de la muerte de H. Jones el clima era hostil. Nos empezaron a agrupar y nos llevaron hacia los matorrales que ardían por el fuego de la artillería, ahí estuvimos todo el 28 de mayo. Al final del día atendimos a nuestros compañeros sobre camillas improvisadas. Horacio Guiraudo y Quique Zabala mueren ese día. Rufino, Sergio Zabala y Ambrogio sobreviven”.
“Fue una de las 20 batallas más cruentas que tuvo el ejército británico en su historia. En ese lugar hay sangre derramada de mis compañeros. Luchamos y defendimos ese terreno con uñas y dientes. Orgulloso de haber luchado por la patria”.
A 40 años de la batalla en Darwin
Diego Morano siente los fuegos permanentes. Escucha las sirenas constantes. El olor a pólvora. El silbido de las fragatas cuando largaban los bombazos y el sonido del impacto en el suelo; el olor a los cuerpos quemados. “Los fantasmas están permanentemente. Duermo con un oído atento a los ruidos. Cuando se acercan las fechas pienso en el combate; la imagen del caído que llegó y se desangró. De alguna manera recordarlo me sanó”.
Cuando se acercan las fechas pienso en el combate; la imagen del caído que llegó y se desangró.
DLM. “Los primeros diez años fueron terribles. De esconder la basura debajo de la alfombra. El país era víctima de un estado represivo que gran parte de la sociedad avaló. Estábamos en un régimen autoritario. Se hacía el servicio militar obligatorio y nuestros padres estaban educados en el patriarcado. Durante mucho tiempo éramos los chicos de la guerra. Nunca me sentí un chico de la guerra. No me siento una víctima. Siento que no nos cuidaron lo suficiente. Hoy tengo una visión de orgullo”.
Los primeros diez años fueron terribles. De esconder la basura debajo de la alfombra
Diego Leonardo Morano tiene 59 años. Trabajó como analista en sistema y tiene 3 hijos. Actualmente vive en General Pico (La Pampa) y se siente un sobreviviente de la guerra, un sobreviviente de Goose Green, un sobreviviente de la vida con ganas de seguir viviendo; “un ser humano marcado por una experiencia” al que, a pesar de lo brutal, no cambiaría.
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