Si bien hoy es un barrio tranquilo y familiar que suele ser noticia debido a los desbordes cloacales, el Río Atuel supo ser uno de los sitios más peligrosos de Santa Rosa. Tenía todos los condimentos para que así sea: carecía de comisarías, subsistía una juventud prepotente con cabecillas que impartían ciertas reglas hacia el interior y para aquellos de afuera que quisieran entrar (cobraban un “peaje”), y todavía estaban las pasarelas interconectadas por puentes con todos los pisos que facilitaban emboscadas, atracos, huidas y escondites. Todo cambió a partir de finales del 2003, cuando un sangriento episodio obligó a las autoridades a tomar medidas drásticas luego de la presión social.
“Viste las películas de los EEUU que están los negros del Bronx con fogones en los tachos… bueno, era así, olvídate”.
Año 2003, diciembre, día siete. Cuatro muchachos eufóricos están sentados o parados, con música, bebiendo vino y tomando “pasta” en una de las escaleras del barrio Atuel. Subiendo por ahí, caminando por el pasillo del primer piso, atravesando una pasarela, Laura termina de almorzar con su familia. Abajo, el Pasaje Amoroso, y en perpendicular desde el primer piso, se puede identificar el departamento 2 de la tira 17, la casa de Marcelo Lecitra, donde vive con su hija de corta edad y la madre de la niña. Ella se encuentra trabajando de vigilante comunitaria en el Hospital Lucio Molas, lugar en que más tarde verá a su esposo en una camilla, cubierto con una sábana ensangrentada.
“Lo primero que hizo fue agarrarse de la columna frente a su casa, y gritar. Nadie, en las pasarelas, bajaba para ayudarlo; tenían miedo”.
Marcelo Lecitra se sienta y los jóvenes de las escaleras se levantan. En el primer piso, Laura, a punto de terminar la sobremesa, cierra las cortinas para que no entre el sol fuerte que se presenta en un cielo despejado, sin viento; bosteza. Lecitra hamaca por última vez a su hija en una silla. Tiene un revólver en el cajón de una mesa de luz a pocos metros de donde está. Son las cuatro de la tarde del sábado 7 de diciembre del 2003, la atmósfera somnolienta de la siesta se despliega por todo el barrio en silencio, apacible, pero Lecitra escucha un ruido.
“Esos eran los muchachos que te cobraban peaje para que puedan entrar los de afuera. No había ningún conflicto previo. Entraron para chetearle la guita. Se complicó porque estaba la criatura en el medio”.
Dos individuos -Quiroga y Noguera- están frente a Lecitra, en su casa, y se trenzan. Otro espera afuera, hace de “campana”. La nena de Lecitra permanece acostada a pocos centímetros, lo que tensa aún más la situación dentro del departamento. Quiroga, apodado “Yerbado”, tiene una faca. Lecitra agarra el revólver pero tras un forcejeo en el que se desprenden mechones de pelo, se rompe un florero, el arma cae al piso y Lecitra es apuñalado en la zona intercostal derecha y en el abdomen. La sangre salpica las paredes y el piso.
“Se le salían las tripas, por eso utilizamos unas sábanas, para metérselas de nuevo adentro”.
Después de la absurda situación, los individuos huyen. Lecitra, retorciéndose, sale afuera, al Pasaje que luego llevará su nombre. Laura, que se encamina a la habitación, escucha gritos. De las pasarelas se ven cabezas como hongos que asoman. Laura ve a Lecitra agarrándose de la columna, sosteniéndose el abdomen, hasta que cae al piso. En camisón, Laura baja a toda velocidad. Después se suma otra vecina y una policía.
“Él estaba boca abajo. Las tripas estaban tocando el pavimento bajo el sol”.
“Los ojos bien celestes tenía”.
“Le preguntaba quien había sido y el Lecitra balbuceaba, no le salía ninguna voz, pero leyéndole los labios se entendía quién había sido”.
Los agresores escaparon y la policía salió a buscarlos. Primero se dirigieron a una casa ubicada en Gentile y Smithd, donde detuvieron Yerbado, joven de 23 años, cabecilla de la banda del Atuel. Horas más tarde detuvieron al otro agresor en el barrio, tras varios allanamientos. Los individuos, cuando escaparon, dejaron gotas de sangre que sirvió como pista para que los uniformados los encuentren. Días más tarde, cuando Marcelo Lecitra muere, el “caminito” de sangre a lo largo del Pasaje Amoroso se cambió de nombre por Pasaje Lecitra.
“Sentí todo el griterío. Uno se fue para la casa del padre y se escondió debajo de la cama. A los otros los atraparon de toque”.
A partir de ese día, la realidad del barrio Atuel cambió radicalmente. Más de 300 personas se manifestaron todos los días bajo la consigna “Basta de impunidad carajo: acá decimos basta!”, durante 20 días, hasta que Lecitra falleció. Los vecinos pedían seguridad. Era diciembre del 2003 y faltaban solo tres meses para que se desarrollen las multitudinarias marchas de Blumberg, “Todos por Alex”: el clima de época demandaba mano dura. Incluso dos semanas antes del episodio, Néstor Kirchner, que aún no había asumido como presidente, había arribado a General Pico y, en una concentración de 200 vecinos, le hicieron una sola demanda: mayor seguridad. “Ya es intolerable que nosotros tengamos que vivir enrejados mientras un puñado de delincuentes apañado por los de arriba roban, matan, se drogan y tienen aguantaderos en pleno barrio”, reclamó un vecino al diario La Arena de aquella época.
En las marchas, además, dos de los integrantes de la banda (“Toro” y el “Cabezón”) se apostaban en las pasarelas y desde lo alto amenazaban y arrojaban piedras a los manifestantes, lo que aceleró aún el proceso de seguridad en el Atuel.
“El Atuel está fuera de mercado, por la inseguridad ni por asomo le puedo vender ahí algo a alguien”, dijo Angel Aimetta, propietario de una reconocida inmobiliaria, en 2003 al diario La Arena.
Juan Carlos Tierno era el flamante ministro de Seguridad del gobierno de Carlos Verna, y fue quien se encargó de modificar el barrio para mayor tranquilidad de los vecinos. En primer lugar, la demanda más urgente: pusieron una comisaria dentro del barrio. En segundo lugar, cortaron las pasarelas que se conectaban entre todos los pisos y facilitaban la tarea de los atracadores; entre otras medidas como la desarticulación del Consorcio e implementación de una nueva Comisión Vecinal, el control del expendio de bebidas alcohólicas y el desarrollo de actividades recreativas y culturales para los más pequeños.
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