Demetria Riveros Armoa no sabía poner un enchufe ni cambiar una lámpara. Pero a lo largo de sus 40 años, un estado espiritual la gobernó: el de buscar nuevos horizontes. “No quedarme”, dice ella. Hoy lidera la primera cuadrilla de mujeres del área de conexiones de la CPE. Pero antes tuvo que atravesar una vida repleta de obstáculos.
Sumida en la pobreza, migró desde Paraguay para escapar de un matrimonio arreglado. En Buenos Aires le quitó el velo al trabajo esclavo de las “niñeras cama adentro”. Logró salir y, de a poco, aprendió español, aunque conserva el guaraní como marca de identidad. Fue madre, viajó, terminó el colegio y se especializó. Alcanzó alturas que nunca imaginó. Es feliz. Sin embargo, hay algo que le hace ruido en la cabeza, que la incomoda: tiene que ver con sus orígenes, con su conciencia de clase y con el trabajo que a veces debe realizar cuando pone o retira conexiones.
La noticia de la primera cuadrilla integrada exclusivamente por mujeres fue bien recibida en Santa Rosa. ¿Por qué también generó sorpresa, si en pleno siglo XXI las mujeres ocupan cada vez más oficios históricamente masculinos? Una posible respuesta está en el alto grado de peligrosidad del trabajo: un paso en falso, un descuido mínimo en la rutina más absurda, puede costar la vida a varios metros de altura.

—Naturalmente hay que pasar por capacitaciones, y tenemos herramientas y medidas de seguridad —dice Demetria en diálogo con Revista Bife—. Lo más riesgoso es una fuga eléctrica. A veces, entre los cables en mal estado, detrás del gabinete, no identificás la falla y tenés que tener muchísimo cuidado. Hay medidores que están en malas condiciones, mal hechos o llenos de tierra. Y sí, puede pasar cualquier cosa.
—¿Cómo me siento? —se pregunta—. Hace tres años que estoy en esto. Me siento segura. Ya pasé por la etapa del miedo.
Nació hace 40 años en Edelia, una pequeña localidad de Paraguay que lleva el nombre de la hija de Domingo Barthe, un empresario francés que adquirió esas tierras a principios del SXX. Hoy allí viven unas 17 mil personas dedicadas casi exclusivamente a la agricultura.
La familia de Demetria tenía 23 hectáreas de chacra, y ella y sus hermanos trabajaban la tierra y ayudaban con el ganado. Es la séptima de diez hijos (uno fallecido), y ya en la secundaria resultaba muy difícil para sus padres costearle los estudios.
—No es como acá, que pedís y te dan los útiles y todo —dice.
En Paraguay, la única opción era casarse con un hombre de “mejor” familia. Y en eso estaban sus padres cuando ella vio una oportunidad de escapar. Una señora recorría el pueblo buscando una niñera para trabajar en Buenos Aires. Demetria no quería seguir el destino de dos amigas que se casaron con hombres treinta años mayores. Tenía 18 cuando se embarcó sola hacia la Capital Federal.
Su primera experiencia como niñera cama adentro fue mala. No sabía español.
—Ni siquiera sabía qué significaba la palabra “palta” —recuerda.
No le tenían paciencia. Era muy joven y solo manejaba el guaraní.
—La señora no me quería. Quería que me regresara.
Consiguió otro empleo, también cama adentro, en una casa del barrio porteño de Palermo. Allí otras dos empleadas le enseñaron el oficio. Al principio todo parecía ir bien, hasta que se dio cuenta de que prácticamente no podía salir. Pedía ir al médico por un dolor de cabeza y no se lo permitían.
—No tenía forma de salir de la casa —cuenta.
En una de sus pocas salidas, para hacer compras, conoció a un hombre paraguayo que más adelante fue el padre de su hija. Gracias a esa nueva relación, dejó su trabajo de niñera: una forma de esclavitud aún naturalizada en varios sectores de la sociedad argentina. Se fue a vivir con su pareja.

Trabajó en una fábrica de ropa. Dio a luz. Se separó. En 2009, con 24 años, llegó a Santa Rosa luego de seis años en Buenos Aires. En 2013 terminó el colegio y empezó a trabajar en una empresa de limpieza.
—Pero quería algo más para mi nena —dice.
Repartió currículums por todos lados. La Cooperativa Popular de Electricidad le dio una oportunidad.
—Me sorprendió, porque me llamaron muy rápido.
A la semana ya estaba trabajando en el área de maestranza. Pero Demetria quería más. Comenzó a estudiar en la EPET y se especializó en electricidad domiciliaria. En 2019 se recibió como técnica superior. Poco después llegó la pandemia, pero en 2022, apenas fue posible, ingresó al área de Conexiones.
—Fui la primera. El 3 de abril de 2022 —dice con orgullo.
Al principio trabajaban en cuadrillas mixtas. Hoy, con la incorporación de Alejandra Roseo (33), formaron la primera cuadrilla compuesta íntegramente por mujeres.
—He tenido muchos momentos de angustia —reflexiona—. Ahora estoy bien, tranquila, muy feliz con este nuevo logro. Aunque a veces no es tan fácil salir a la calle.
—¿En qué sentido? —pregunta Bife.
—Es un momento complicado, de mucha crisis, y a veces la gente no entiende que una va a hacer el trabajo que le corresponde. Y, sí, a veces tenés que quitar medidores por falta de pago. Retirar el cableado es doloroso. Ves familias con chicos… y por ahí te putean. Da mucha pena, porque yo entiendo lo que significa no tener dinero. Pero bueno, soy optimista, y sé que se puede salir de todo.