En la calle Urquiza de Toay, ayer por la tarde, habían viejas regando en el frente de sus casas, nenes que dejaban pasar autos para patear una pelota en la calle y tipos sentados en la vereda chupando un mate, rascándose la panza.
Observar una imagen tan dolorosamente típica de un domingo más que avanza decidida e indiferente sobre la ciudad, fue lo más sórdido que se respiró durante el trayecto hacia el barrio “Los Profesionales”: la vida sigue su curso, siniestra y tranquilamente.
La cara larga y aburrida del policía que estaba parado, burocráticamente acodado sobre el patrullero, frente a la vivienda en cuyo frente aún permanecía el cartel escrito a mano que anunciaba el servicio de belleza (pestañas y uñas), donde Antonella trabajó y vivió sus últimos 6 meses de vida junto a dos de sus tres hijos antes de quitarse la vida.
-No sé nada, mi turno recién empieza, pero fue un suicidio. Andá a la comisaría.
La versión oficial, difundida esa misma tarde y reproducida por los medios, con rapidez señalando que la muerte ya estaba “esclarecida” y que la joven tenía “dos niños de 3 y 5 años”, cuando en realidad tenía tres hijos, devela apenas un aspecto más del desdén que los organismos pertinentes le demostraron no solo en vida sino incluso después de muerta a Antonella, madre que seguía viva pese al “estrés y la depresión” –como le dijo a BIFE en junio de este año- pura y exclusivamente para recuperar la tenencia de su primera e invisivilizada hija de 9 años, y para poder brindarles un techo a todos. En 2021 se la quitaron por encontrarse en situación de calle (vivía en lo de una amiga). No la pudo volver a ver. Por eso, cada tanto, se escabullía en algún acto del colegio y a la distancia la observaba.
Esto escribió BIFE sobre lo que decía Antonella de su hija y sobre la depresión que sufría: “Cuando se le consultó qué es lo más urgente que necesita, más allá de la seguridad de un techo, Antonella respondió: “Recuperar el contacto con mi hija de 9, que me la sacaron hace 3 años y no me dan ni espacio para verla. Los abuelos paternos me la quitaron, y la están utilizando para cubrirse al momento de vender drogas. Mi nena ya pasó por varios allanamientos, no puede ser que tengan más derecho que yo, que soy su madre. Por esta situación sufro estrés y depresión, no doy más”.
Esto escribió BIFE el 4 de junio, un día después de que Antonella y Florencia López decidieran ocupar las dos casas luego de que intentaran pasar la helada noche del 3 de junio en los vagones del tren de Toay junto a sus hijos.
“La conversación con las mujeres transcurrió en penumbras. El frío se empezó a sentir a partir de las 18.30 horas, y para las 20 horas, momento en que se tuvo que prender una vela sobre un poco de cera en la mesada, el aire fresco penetraba a pesar del abundante abrigo que uno llevaba. Para ese entonces, el hijo de 6 años de Antonella Villalba (25) dormía en un colchón con alguna frazada. El otro, de 2 años, la acompañaba sentado en un balde dado vuelta, masticando un trozo de milanesa”.
“No doy más”, dijo Antonella en junio. Les habló con el corazón de una madre que sufre estrés y depresión, y le respondieron con un patrullero y con el corte de todos los servicios básicos.
Florencia, su amiga y compañera, dijo ayer entre lágrimas que Antonella murió por el abandono del Estado. Pero no hubo abandono, hubo un municipio presente que estratégicamente fomentó el desequilibrio emocional de las dos jóvenes madres con sus tres hijos, cuando la acosaban con patrulleros para que no pudieran salir, cuando le cortaban la electricidad, el agua y el gas en pleno invierno, cuando le negaban la ayuda social, cuando arbitrariamente le posponían las audiencias, cuando no le respondían las cartas dirigidas al intendente y cuando el municipio las denunció y el Poder Judicial las formalizó por el delito de usurpación tras ocupar las dos viviendas vacías.
Florencia también dijo que Antonella murió por el desprecio de la sociedad. Y en cada entrevista que este medio le realizó, y en cada conversación que se tuvo fuera de micrófono, se percibía un cuidado en sus palabras temerosas, como si estuviera condenada eternamente a rendir cuentas a una comunidad hipócrita y a dar perpetuas explicaciones sobre que su situación de vulnerabilidad no la eligió. En todo momento Antonella aclaraba que no quería nada “regalado”, que no buscaba aprovecharse de nada, que trabajaba de vendedora ambulante y brindaba servicio estético, pero que su departamento donde alquilaba se partió al medio y no la aceptaban en ningún otro lugar y el techo para aplacar el frío en los niños no puede esperar. Solo quería un techo.
“De acá no nos vamos hasta que nos den una solución. Queremos salir adelante, queremos estar bien, trabajar y darle lo mejor a nuestros hijos. Estamos solas. No recibimos ayuda de los padres ni de nadie. Pero no podemos volver a la calle porque tenemos criaturas y se viene el frío invernal. Solo queremos un techo”, decía Antonella a BIFE en junio.
Si uno ingresa a ese “techo”, si uno camina por el interior de esa vivienda del barrio Los Profesionales de la calle Urquiza al 300, puede notar rápidamente que se trata de un sitio abandonado, precario, venido a menos. Tanto es así que los médicos y demás profesionales negocian un alquiler en otro lugar antes que caer en esas casas, que son del municipio. No voy a gastar palabras en describirlas, las imágenes hablan por sí solas.
“Paso a paso”, decía Antonella, sollozando a mediados de junio. “Primero un techo, después acomodarme con el trabajo y luego tener un poco más de plata para pagarle a un abogado y recuperar a mi nena”.
En aquel momento se comentaba que una tragedia iba a ocurrir, porque las temperaturas de este invierno fueron muy bajas y los niños eran muy chiquitos. La tragedia ocurrió finalmente, pero con Antonella que dejó a tres niños.
Entre esas paredes despintadas y llenas de humedad Antonella dejó parte de su dura historia. Una infancia que prefirió olvidar, plagada de abusos y violencia, huidas y rebusques, porque comenzó a trabajar a los 9 años. Ha cuidado niños. Ha limpiado casas y terrenos. Y ha vendido torta fritas hasta el hartazgo.
Luego tuvo otra etapa de violencia con su ex pareja, padre de sus hijos, violencia que se extendió hasta el último día. Vecinos de la zona advirtieron que eran habituales los gritos y golpes, motivo por el cual en muchas oportunidades acudía la policía.
Antonella se había quedado sin trabajo, la violencia con el padre de sus hijos se había vuelto cada vez más recurrente, y estaba muy cansada de las condiciones de su vida y de la contienda con el municipio de Toay. Así se lo explicó a Florencia en un mensaje de Wasap, que ayer por la tarde se lo mostró a este cronista. “Me voy a matar, fíjate los nenes”, le dijo tiempo atrás. Ya había intentado quitarse la vida.
¿Pero quién le quitó la vida a Antonella? La familia insiste en que no fue un suicidio, ya que su ex pareja estaba presente. Por otro lado, la versión oficial dio por cerrado el caso asegurando que ella misma se ahorcó con una soga colgada del árbol del patio. En el caso que fuera así, ¿es correcto decir que ella misma ató el nudo en la rama? ¿O acaso fueron los sucesivos atropellos y omisiones por parte de los organismos encargados de cuidar de su integridad, ninguneándola hasta el último minuto de su vida, incluso para desconocer que Antonella no dejaba a dos sino a tres niños sin madre?
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