Emergencia alimentaria: “El crecimiento de la gente aislada que cae en la pobreza es tremendo”

En mayo del 2020 Revista BIFE se subió a la camioneta de Juntos por una Sonrisa y participó del recorrido diario que hacía este comedor móvil por los puntos más vulnerables de la ciudad, asistiendo con un plato de comida a familias de Zona Norte, el Nuevo Salitral, entre otros. En aquel entonces hacía dos meses había comenzado la cuarentena y el crecimiento de la demanda alimentaria había sido exponencial.

Lo más distintivo de ese momento, más allá del deterioro de grupos que ya estaban por debajo de la línea de la pobreza, fue el reflejo de los “nuevos pobres” y la “vergüenza” que manifestaban aquellos que nunca antes tuvieron que recurrir a la ayuda de una organización para alimentarse. Aquella situación fue narrada de la siguiente manera:

“Todos los días al mediodía se va formando una larga fila compuesta por individuos que concurren desde hace tiempo y por los nuevos que aparecieron, aquellos que socialmente cayeron unos peldaños con la cuarentena, mujeres trabajadoras que nunca antes habían precisado de ninguna ayuda y que ahora forman la fila con la mirada caída en las baldosas, hombres avergonzados que dan una, dos, tres y hasta cuatro vueltas a la manzana antes de recibir el plato o que miran de reojo desde la otra vereda hasta que deciden cruzar por su ración”.

Personas que tuvieron que aislarse más de lo habitual por diferentes motivos e ingresaron a una espiral social descendente de la que no han podido salir

A un año de aquel recorrido, lejos de haber mejorado la situación se agravó. Un hombre que aparece en la crónica “agarrándose de las paredes” por un cáncer de estómago que lo terminó de fulminar este año, antes de que eso ocurriera le pidió a Darío del Río (quien llevaba adelante el comedor móvil) que no deje de asistir a sus hijos porque era la única manera que tenían para comer.

El nuevo drama, a más de un año del inicio de la pandemia en Argentina, son aquellas personas que tuvieron que aislarse muchas veces por diferentes motivos e ingresaron a una espiral social descendente de la que no han podido salir. “Nos estamos manejando mucho con la gente aislada, porque es demasiado el pedido de ayuda, nos piden de todo”, afirma Darío del Río en comunicación con Revista BIFE.

“El crecimiento en los pobres aislados es tremendo. Hay familias que han estado más de un mes aisladas, porque se contagia uno, después otro, y así. Y mucha de esa gente no vuelve más a su trabajo habitual, de modo que se vuelven dependientes de nuestra ayuda”, lamenta.

Otro de los temas que preocupa es la merma en los alimentos que antes recibían solidariamente de comercios, carnicerías, panaderías, kioscos y gente en general, y que ahora ya no pueden ayudar más por falta de recursos. “La ayuda que estamos teniendo es re poca, son contados, pero bueno”, dice Darío, “la juntamos e intentamos repartirla de la mejor manera. Tenemos a Santa Rosa Tiro Club, que viven haciendo colectas. Mi hijo va a bicicrós donde también hicieron colecta de útiles. También la panadería La Flauta. Yo junto desayunos del hospital, donde laburo. Y una amiga (Mariel) nos consiguió la cobertura de pollo. Otro amigo Paco, y así”.

Durante el año dejaron el comedor móvil y pusieron un comedor en Zona Norte. Hace un mes lo cortaron por diferentes motivos, y ahora diariamente ayudan con ropa y mercadería (ya no con el plato de comida) a familias focalizadas.

La siguiente es la crónica que se narró en la que se cuentan las peripecias de un día de trabajo en el comedor móvil Juntos por una Sonrisa:

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Crónica de un día en el comedor móvil de Santa Rosa

¿Viste como mira? Parece que está comiendo con la mirada“, dice Darío sobre la expresión de uno de los chicos que observa -parado en la vereda con una remera de river y un taper en la mano- la olla de fideos con tuco y pollo y pan que van cargados en la caja de ésta camioneta. Dice y rápidamente –no hay tiempo que perder– enciende el motor en dirección hacia otra casa, en Zona Norte, donde otra familia espera todavía tibio el menú del día. 

Darío del Río había pasado a buscar al cronista de BIFE a las nueve de la mañana en su vehículo, una Chevrolet gris que actúa como una primera línea de choque contra el hambre y la miseria en la que trasportan unas 250 viandas por día, todos los días. Junto a 10 personas más llevan adelante el comedor “Juntosporuna Sonrisa“, que entrega a domicilio alimentos a las familias más necesitadas de la ciudad. De lunes a lunes desde bien temprano hasta entrada la tarde consiguen productos y preparan almuerzos y meriendas y los reparten en los asentamientos del Nuevo Salitral y otros 20 grupos familiares que precisan de la ayuda.

Ya en la camioneta, estacionamos un momento en la casa de Norma Godoy, cocinera clave en la dinámica del comedor móvil. Norma fracciona el almuerzo: una parte para “Juntos por una Sonrisa” y otra para la gente que asiste a su casa en el Fonavi 34. Todos los días, a eso del mediodía, se va formando una larga fila compuesta por individuos que concurren desde hace tiempo y por los nuevos que aparecieron, aquellos que socialmente cayeron unos peldaños con la cuarentena (la UCA estima que la pobreza al finalizar el aislamiento rondará en el 45%), mujeres trabajadoras que nunca antes habían precisado de ninguna ayuda y que ahora forman la fila con la mirada caída en las baldosas, hombres avergonzados que dan una, dos, tres y hasta cuatro vueltas a la manzana antes de recibir el plato o que miran de reojo desde la otra vereda hasta que deciden cruzar por su ración. 

Dejamos las ollas en el salón prestado por Apinta (Bolivia al 900) donde se pelan, se revuelven y se calientan a fuego lento en la cocina los esfuerzos de cada día de Verónica, de Ana, de Mónica, de Cintia (empleadas domésticas) o de Analia. Apareció Nicolás, que recientemente se sumó, me quedo cortando cebolla pal tuco, dijo y salimos para la casa de Darío en la otra punta.

hombres avergonzados que dan una, dos, tres y hasta cuatro vueltas a la manzana antes de recibir el plato o que miran de reojo desde la otra vereda hasta que deciden cruzar por su ración”

Había que despertar a sus hijos para servirles el desayuno. Los nenes se desperezan, Darío calienta la leche, cuenta historias de las familias que tienen focalizadas para asistir, atravesadas siempre por la pobreza y por alguna enfermedad -cáncer-, algún tormento -abuso- o alguna discapacidad -pérdida de las piernas-. 

Sobrevuela su historia personal. Es padre recientemente separado, porque el comedor móvil le trajo, en simultáneo, satisfacciones -ayudar a la gente- y amarguras maritales -separación-; ocurre que hay que “seguir el ritmo” de este proyecto, que es un desprendimiento de otro comedor que por cuestiones, digamos, metodológicas, decidió formar rancho aparte para entregar alimentos a domicilio al principio tres veces por semana, pero ahora no les quedó más remedio que hacerlo de lunes a lunes, con la recolección de donaciones permanentes (“no podés posponer ir a buscar una donación porque eso genera la impresión de que no te importa”) y el teléfono encendido las 24 horas (“por eso tengo que estar solo”).

Vamos a retirar bolsas de ropa al Lucio Molas, pero no están, y una médica cardióloga encierra a Darío en su oficina, en donde este cronista se cuela y escucha:

-No pude traer las bolsas, tuve que hacer cosas con mi hijo. Quiero decirte algo, y no quiero que vuelvas sobre lo mismo- la mujer, alta, rubia, anteojos, hace un repaso de su vida agitada, su falta de tiempo-. Quiero que me aceptes 1.500 pesos para la nafta…

-¿Por qué mejor con eso no comprás carne?

-¡Porque no tengo tiempo, Darío!– la doctora ya lo había retado una vez en la calle porque no le había aceptado una ayuda-. Me haces un favor a mí, y le haces un favor a todos, porque yo me siento bien ayudando, y porque la nafta es necesaria-. (En las recorridas se gasta aproximadamente un tanque por semana, es decir, 3.500 pesos cada 7 días).

Sucede que Darío no acepta plata para que no haya malos entendidos, pero en esta ocasión dio el brazo a torcer porque la médica insistió mucho, y además ella tiene mucho carácter, y también le dijo: “Yo confió en ustedes, pero si te quedás tranquilo me mandás una foto del tiquet y listo, no se jode más, agarrá la plata, tomá”. 

Pasamos a buscar tortafritas por una casa barrial, y alrededor de las 11 am frenamos en av. Spinetto, en la pollería Granjas Pampeanas porque una nueva colaboradora ofrece pata-muslo: y mientras Darío y su hijo Matías agarran la mercadería, a lo mejor el hombre del almacén de enfrente del hospital Evita en la otra punta de la ciudad donde después de acá iremos a buscar dos grandes bolsas de facturas para que la gente pueda mojar con el café y la leche en polvo asignadas en la vianda del día, a lo mejor ese hombre ahora esté con un cliente sacando una cuenta almacenera; y la señora del Butaló que al finalizar la jornada -a eso de las 4 de la tarde- nos entregará bolsones de ropa y madera para los habitantes del Nuevo Salitral, y que nosotros cargaremos en la caja de la camioneta junto a dos colchones que previamente habremos ido a buscar por una obra en construcción de la calle Centeno 767, a lo mejor, quizá, en una de esas, en este momento esa señora del Butaló esté chupando un mate dulce y mirando a través de la ventana el reflejo de un sol casi primaveral. 

No podés posponer ir a buscar una donación porque eso genera la impresión de que no te importa, por eso esto es algo de todo el día”

En el salón está completa la banda de Juntos por una Sonrisa. Durante la mañana estuvieron cocinando y ahora sólo falta remover un poco la salsa, el pollo, colar los fideos, organizar la vianda, cargar todo en la camioneta, ponerse los guantes, el barbijo, pasar por lo de Norma, fusionar sus pastas con las nuestras, tapar la olla, taparla bien y salir para el Nuevo Salitral.

El reparto

A principios de julio del año pasado, tras la explosión de la crisis habitacional, se asentaron con sus ranchos unas 180 familias a la vera del Parque de la laguna Don Tomás. Desde ese momento el comedor móvil asiste en el lugar (“íbamos con una olla de 100 litros”). Con el tiempo el terreno fue descomprimiéndose y hoy viven ahí unas 30 familias.

“La gente me cuenta muchas cosas, más allá de una comida, quieren un oído, naturalmente, alguien que los escuche. También me muestran su situación para justificar el plato de comida, pero nosotros no necesitamos que nos muestren nada”, dice Darío mientras una joven madre sale de su casita de chapa y nylon, llega con un taper y comenta: “Estoy viendo si puedo empezar a vender unos bizcochuelos“.

Otra casa en el Nuevo Salitral, ahora llegan unos nenes con sus tarros, reciben la vianda, se acerca una mujer y se le ofrece una mochila para cargar bebés, se ven nuevas casas levantadas, “habrán sido construidas con los 10 mil pesos que dieron ahora“, comenta uno, y Cintia recuerda: “¡nos olvidamos el azúcar para Mariana!“.

Salimos del Nuevo Salitral, vamos a las familias seleccionadas. Un hombre sale con su señora, camina lento y bastante doblado, mientras sirven la comida y Matías saca un foto, cuenta que no puede tomar dos tragos de agua, sólo uno porque lo expulsa, vomita, está extremadamente débil, ocurre que no tiene estómago por un cáncer avanzado: “Es como les puse en Facebook, porque muchos no saben, gracias a ustedes mis hijos pueden comer, y yo no sé cómo agradecerles“.

Vamos a otra casa de un hombre que está en silla de ruedas, no tiene piernas, salen dos nenes y uno de ellos es el de la remera de river, el del taper en la vereda, el que “come con la mirada”, y acaso Darío insiste tanto con ese pibe porque quizá ve en esa mirada el reflejo suyo de hace unas décadas cuando muchas veces deseaba que le llevasen el plato de comida, como esa vez que su madre los despertó a él y sus hermanos a las 11 de la noche porque alguien había aparecido con un guiso caliente en el invierno frío. “Este cuando sea grande va a estudiar y va a ayudar a sus vecinos“, dice y lo palmea en el hombro, y éste asiente con la cabeza. Una vez le preguntó a Darío:

-¿Por qué hacés esto?¿Qué ganas con ayudar?

Y cuando le respondió que nada, que era porque había pasado por una situación similar y que había que estudiar y ayudar a los vecinos, el pibe le habría dicho:

-Yo voy a hacer lo mismo cuando sea grande. Voy a estudiar y a ayudar a mis vecinos. 

Es como les puse en Facebook, porque muchos no saben, gracias a ustedes mis hijos pueden comer, y yo no sé cómo agradecerles”.

Pasamos por la última casa, todavía algo en la olla queda y siguen llegando mensajes, llamados de colaboradores, pedidos o demandas, y se le entrega la comida a una madre sola con tres criaturas, y se le obsequia la torta que previamente otra madre obsequió al grupo de Juntos por una Sonrisa, y llegan más mensajes, y a eso de las 2 y pico de la tarde la jornada de viandas se termina, pero ¿mañana qué hacemos?, porque mañana será otro día, igual que ayer cuando se entregaron las viandas con un hombre vestido de payaso para divertir a los niños, o igual que pasado mañana cuyo menú sera ¿una tarta? ¿una tarta de acelga? una tarta de acelga con…? Entonces vos podés conseguir la verdura, y yo hacer la masa, y alguien limpiar las ollas, y mañana bien temprano buscar frutas, porque, a decir verdad, sería muy bueno conseguir frutas para mañana.