Santa Rosa amaneció quebrada el sábado por la mañana al enterarse quizá del hecho más dramático alguna vez ocurrido en la capital pampeana, concebido por dos cerebros posiblemente atrapados por un sadismo que la psicología en algún momento tendrá que explicar. El caso se vuelve más tenebroso a medida que se van conociendo detalles. El hombre que más se mueve entre los muertos en La Pampa, el forense Juan Carlos Toulouse que casi no se sorprende con nada, dijo que en 27 años de servicio nunca vio “una paliza igual”. Ahora, se revela también que la criatura había sufrido abuso sexual en reiteradas oportunidades. Lucio murió por politraumatismo, es decir, no se pudo detectar un golpe fatal porque fueron varios y en distintos lugares los que lo condujeron a la muerte.
La incomprensión respecto al móvil que las condujo a cometer el daño irreparable, las torturas sistemáticas, el vínculo entre la madre y la madrastra, los tuit de una de ellas en los que se burlaba del padre y advertía que no había que traer niños al mundo si “no es tu deseo”, la supuesta inexistencia de denuncias, el silencio de las autoridades y la incompetencia de la justicia, policía, docentes, personal de salud y gente del entorno que no detectaron o no quisieron detectar los daños en el niño, formaron una olla a presión que dos días después estalló en el barrio Atuel y en la Seccional Sexta en el Butaló, entre pintadas, incendios, piedras y balas de goma, y con un grupo de vecinos (y otros atrás, esperando) queriendo entrar para ultimar con sus propias manos a las presuntas asesinas.
En medio de la conmoción y locura, de la vorágine informativa, de versiones cruzadas de un lado y del otro, de la extrema cautela a la hora de declarar por parte de los titulares de los organismos, Revista BIFE hizo un recorrido por la zona en la que Lucio vivió corto tiempo junto a su madre Magdalena Esposito y su madrastra Abigail Páez. Desde la calle Allan Kardec, pasando por Sergio López, Garay Vivas hasta la comisaría y la posta sanitaria afuera de la cual Lucio pasó acostado sus últimos segundos, se conversó con cada uno de los vecinos que se cruzaron y con aquellos que intentaron revivirlo aquel 26 de noviembre entre las 20.30 y 21 horas.
Gritando aparece un “chico de 12 años” con un nene en brazos
Viernes 26 de noviembre del 2021. Barrio Atuel, calle Garay Vivas y Núñez. 20.15 horas. Ramona Haydeé Suarez, 58 años, ha puesto la mesa, las milanesas en el horno y calienta aceite para fritar papas. Matías (lo llamaremos así porque no quiere dar su nombre verdadero), en la misma calle en una casa de rejas celestes con un Fiat Palio gris estacionado afuera, se prepara para irse a comer empanadas con su novia. Noche cálida, aún no ha comenzado a llover. 20.30 horas. Haydeé tira las papas en el aceite caliente, revuelve, escucha gritos. Una mujer de 27 años, flaca, diminuta, pelo corto (que es confundida por un chico de 12 años), aparece gritando, pidiendo ayuda. Carga a un niño de 5, con los brazos colgando, convulsionado. Intenta entrar a la Posta Sanitaria del Atuel pero está cerrada. Haydeé mira por la ventana, ve a Matías quitándole al niño de los brazos, recostándolo sobre la vereda, preparándose para practicarle RCP. Haydeé deja la mesa, las milanesas, las papas y se echa a correr. No es enfermera, pero en su vida ha salvado a unos tres niños reanimándolos en la vereda luego de que madres y padres intentaran entrar a la salita del barrio y la encontraran cerrada. “Ésta”, pensó Haydeé en el momento que vio lo que ocurría por la ventana y frente a la sartén, “es una más de todas las situaciones en la que un chico se ahoga o le agarra una leve convulsión”.
“Era amorosa, le hacía cosquillas y le cumplía los caprichitos, por ejemplo cuando quería patitas de pollo”
En la calle Allan Kardec, exactamente frente de la casa de las mujeres detenidas, hay una pollería, lugar predilecto de Magdalena, que concurría con Lucio (a veces iba Abigail) entre 3 y 4 veces a la semana. Hace unos meses que una pareja de jóvenes trabaja ahí. La mujer deja el trabajo, se limpia las manos y se para frente al mostrador cuando se da cuenta que un cronista de Revista BIFE se acerca.
“Yo me quiero morir”, dice.
“Nunca escuche nada y nunca vi nada raro. Qué te puedo decir. Me quiero morir porque venían casi todos los días y no me di cuenta de nada. Ya se los dije a la policía, esos que están ahí afuera, porque ni el niño ni el perro tienen la culpa, ¿el perro? Sí, el perro, porque hay un perro ahí adentro todavía, parece un ovejero, y yo le doy comida a los policías para que le den al perro porque sigue ahí encerrado, si hasta Apani viene a ver cómo está, pobrecito. Entre 3 y 4 veces por semana venía Magdalena con Lucio a nuestra pollería, un chiquito divino, no sabes. Si nosotros jugábamos con él. Hasta se pasaba atrás del mostrador y jugaba con mi padre, lo cargaba con un equipo de fútbol y todo. Era simpático, alegre, un chiquito divino. No parecía para nada un chico golpeado, yo te lo aseguro en base a lo que veía. La madre no lo retaba y no parecía un nene asustado, todo lo contrario. Si la madre, Magdalena, le hacía cosquillas al nene viste… cosquillas en las costillitas. Parecía amorosa, y cuando el nenito decía ‘mamá mamá quiero esas patitas’, la madre compraba patitas de pollo. Le cumplía los caprichitos. No entiendo nada, te juro. Yo le fiaba siempre y siempre me pagaba la deuda, todos los fines de semana. Y ahora me entero que el nene tenía mordeduras, quemaduras…”.
Más testimonios
Al lado del domicilio en cuestión hay un comercio. La dueña no ha visto ni escuchado nada. Sí explica que las dos mujeres eran nuevas en el barrio, muy serias, parecían cerradas. Dice que el chico era un niño divino, que una vez lo vio en la vereda con el brazo enyesado y le preguntó ‘mi vida que te ha pasado’, pero la madre lo corrió y lo hizo apurar para que no se detenga a decir nada. En la esquina, hay un quiosco. El hombre nunca vio nada, pero se lo ve furioso. Al costado hay otra casa que está pegada al domicilio de Abigail y Magdalena. Nerviosa, la chica que trabaja en una semillería dice que no puede colaborar en nada porque nunca está y nunca escuchó nada…
Matías, el primero en intentar revivir a Lucio
A esa hora, alrededor de las 21 horas, la calle Garay Vivas está oscura.
“Primero declaré 500 veces que había visto a un chico de 12 años con un nene chiquito en brazos. Parecía un nene con el pelo corto y flaquito. Y en ese momento de locura… Por eso me acerco, porque veo que es un chico y un nene, y pensé ‘estaban en una moto y se cayeron’, es normal. Después me di cuenta que era una chica, que era Abigail. Y después me enteré que no era la madre, sino la pareja”, cuenta a Revista BIFE Matías, la primera persona en intentar salvar a Lucio.
Cuando escucha los gritos (“ayuda, ayuda, me entraron a robar, me golpearon al nene, el nene se golpeó”) Matías ya estaba vestido y listo para irse a lo de su novia a comer empanadas. Era Abigail con Lucio en brazos, colgando “como si fuera un títere”. Matías cruza la calle. Están afuera de la Posta Sanitaria del barrio Atuel pero está cerrada, y ve que el niño empieza a convulsionar. Se lo quita de los brazos y lo acuesta en la esquina de la vereda para practicarle RCP. Abigail grita. Enfrente, a unos 30 metros, Haydeé, fritando papas, observa esta situación desde la ventana y se prepara para correr. Matías, en el piso, le practica respiración boca a boca a Lucio. A su lado, Haydeé le dice a Abigail que avise en la comisaría (a unos 10 metros) para que lo lleven al Evita. Llega una enfermera que vive al lado de la casa de Haydeé, y con un poco más de fuerza le presiona el pechito. Lucio larga una flema blanca que se desparrama por el piso y parece que le vuelve algún signo vital (“el nene llegó con vida al Evita, después nos enteramos que sólo le funcionaba el corazón porque tenía el resto de los órganos dañados”). La policía “no hace nada”, se rehúsa a llevar a Lucio al Evita (“encima un policía después me dice ‘vos no lo tendrías que haber tocado’, pero entonces explícame para qué carajo nos enseñan RCP”). Matías dice: “Haydeé, llamá a mamá, lo llevamos en el auto”.
Yendo al Hospital Evita
Aparece la madre de Matías en un Fiat Palio, cargan al niño y van en contramano hacia el Hospital. Yendo al Evita, Abigail grita y llora. Dice que lo había dejado 20 minutos solo.
-Pero cómo lo vas a dejar solo.
-Y bueno, yo siempre lo dejo solo.
-Sí, pero mirá el garrón este.
(“Después con el nene ya fallecido, empieza a decir ‘le tengo que avisar a la mamá’, entonces le pregunto pero vos no sos la mamá, y me responde ‘nono, yo soy la pareja”)
En el auto, Lucio, desfallecido, vomita sangre encima de la remera de Matías. Luego le secuestrarán a Matías esa remera, su celular y el Fiat Palio. Cuando llegan al Evita y Matías ayuda a poner a Lucio en la camilla, ve su cuerpito todo golpeado. “Este nene está todo golpeado”, le dice. “No sé qué pasó”, responde la madrastra.
La vuelta
Según el forense Toulouse, Lucio murió a las 22 horas del viernes 26 de noviembre. En el Hospital Evita todavía están Matías y su madre. Debido al drama, otro nene, el nene de Matías, está solo en la casa. Entonces su abuela, la madre de Matías, se prepara para volver. Abigail se sube al auto, le dice:
-Llevame a mí casa.
-No, yo voy a ver a mí nieto. Te bajás ahí.
En el trayecto, Abigail le cuenta a la madre de Matías que Magdalena (madre de Lucio) está trabajando en el Casino, que ella siempre se queda a cargo del nene, que lo dejó 20 minutos solo, y que cuando volvió estaba la casa dada vuelta y el nene tirado en el patio, golpeado y violado.
–¿Y vos cómo sabes que el nene estaba violado?– sospecha la conductora, que es jubilada de un sanatorio.
El drama de la salita y la comisaria
“El drama que hemos tenido es que hemos hecho zafar mucha gente, haciendo RCP y llevando a la gente en el auto al Hospital. Tendrían que tener un móvil cuando pasan estas cosas, porque no los quieren llevar. El otro día salvamos a una chica. La salita tiene que estar las 24 horas abierta sí o sí”.
“Yo estoy tranquilo, hice lo que tenía que hacer, lo que hubiera hecho cualquiera”, dice Matías, visiblemente nervioso. “Nunca más le presto servicios a nadie, ni aunque esté en el fin del mundo”, dice el hombre de 36 años, indignado y conmovido, apunto de tener una crisis de nervios.
En la Iglesia
Es sábado 27 de noviembre a la tarde. El barrio Atuel está conmocionado y perplejo. Aún la angustia no se tradujo en ira, que se desató al día siguiente, afuera de la casa de las dos mujeres y de la Seccional Sexta. Mientras tanto, un grupo de vecinos, entre ellos Ramona Haydeé Suarez, concurren a la iglesia.
Padre nuestro que estás en los cielos. Haydeé no durmió en toda la noche, se le subió la presión. Santificado sea tu nombre. El cura del barrio organizó una misa para que Dios tenga en la gloria al “angelito asesinado”, y por los vecinos que lo intentaron ayudar. Venga a nosotros tu Reino. “Fue para que estemos tranquilos, es muy difícil vivir una situación así; si se hubiera salvado es una cosa, pero falleció, nosotros hicimos lo posible, porque la otra venía corriendo pidiendo ayuda; yo estaba haciendo unas milanesas con papas fritas”. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. De la tragedia Haydeé se enteró esa misma noche, le tocaron la puerta, le dijeron “no sabe, Haydeé, estaba todo golpeado“. Y perdónanos nuestras deudas. Haydeé reza y mira al techo de la iglesia, luego el padre se acerca y le dice: “Si hay que levantar firmas se levantarán, para que la salita esté abierta y la comisaría más disponible”. Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. “Si usted viera cómo se lavaron las manos, esos de la comisaría, uno pide ayuda y se ve que ellos no quieren porque pueden, no sé, quedar pegados… pero no es así”. Y no nos dejes caer en la tentación. “Una persona grande es una cosa, pero una criatura, por Dios, con una criaturita no”.
Mas líbranos del mal.
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