Como a todas las personas que conozco, me seduce la política, aunque sea de modo subrepticio. También comparto cosas políticas en redes, y hablo con mis amigos en mi grupo de Whats. Me considero un animal político, y no dejaría que me consideraran entre esa panda de mequetrefes que fingen ser neutrales pero que, en realidad, son de derecha. Por eso me es muy importante delimitar que soy alguien de izquierda, y lo soy mucho más desde que salí al extranjero, donde he visto cómo la gente latinoamericana con menos privilegios que yo es considerada de segunda clase, y donde también, lejos de amigos y familia, he experimentado ese tipo de soledad vital que te aparta de la derecha. En otras palabras, la muy afortunada y paradójicamente triste distancia produjo un descubrimiento.
A fin de cuentas, como dice Simon Leys (miren lo que es un tipo supuestamente de izquierda colocando en su página escrita a vuelateclado a dos conservadores), citando a Chesterton, sería mejor discutir los asuntos bajo un poste de luz que en la oscuridad. La izquierda, se entiende, es el poste. Ser de izquierda y luchar por la gente que tiene que luchar por sobrevivir (y, en el mundo de hoy, eso incluye a la clase media) sería mejor que ser de derecha y estar a favor de un grupo de tipos que, si no tuvieran plata, nadie los miraría con el menor respeto. ¿No lo creen así?
Además, hay algo que ha llegado a molestarme últimamente en conjunto con la política, y es las redes sociales. No sé si soy sólo yo, pero cada vez más me harta la cantidad de gente publicando cosas en redes, haciendo verdaderas cadenas de cargamontón[1] en contra de quien sea, llámese Enol Mosco, Dennis Avena Quaker, Mané Frodonaro o Mick Mieles. El problema es que, con el cargamontón físico, los pobres compañeros del colegio que lo recibían acababan aplastados debajo de una jungla de piernas y manos; y sentían en carne viva muchos golpes sacalágrimas junto con un progresivo peso que presionaba insoportablemente sus cuerpos infortunados. En cambio, con el cargamontón virtual, los mucho más afortunados Mosco, Avena Quaker y Frodonaro siguen tan campantes como siempre, dentro de sus mansiones, felizmente olvidados y a salvo de que una cadena de gente de izquierda se los comería vivos si pudiera. ¿O no?
Por eso ha llegado ha hartarme la política del mundo virtual. Tan chatarrera es como los miles de reels chatarreros que vemos todos los días y que nos distraen de leer una novela de Ishiguro o la autobiografía de Elias Canetti, o Los sonámbulos de Hermann Broch; por ejemplo, el otro día me mandaron un video de un camión de basura accidentándose, montado con un audio que imitaba burlescamente la transformación de Optimus Prime en robot. No niego que me reí muchísimo con este reel, tanto que olvidé lo triste que está siendo mi inicio de año (hay que distraernos del tráfago vital, sea laboral o amoroso, con algo, ¿o no?), pero, al mismo tiempo, caí en cuenta de lo insustancial que va siendo todo el internet en los últimos años.
Antes servía para algo. Te permitía bajarte de The Pirate Bay todo lo que quisieras, desde discografías completas hasta libros y películas. Así evitabas engordar los bolsillos de los pipones que presiden las multinacionales y los vencías en su juego. Pero esos pipones, como el capitalismo que presiden (¿o son presididos por él? Ayúdame a clarificarlo, Mark Fisher), han evolucionado. Son como las plantas que crecen en el cemento. Se adaptan a todo, rompen todo. Ahora, sin importar si eres de izquierda o de derecha, te tienen secuestrado dentro de los algoritmos siniestros que prohíjan y las redes sociales que inventaron.
¿Qué les importa que seas de izquierda y compartas un millón de posts en contra de Enol Mosco, si logran que uses Chat GPT para hacer tu tarea de filosofía o inglés, o para redactar un mail en el trabajo? ¿Qué les importa que, por la discreción que te caracteriza, no te metas en peleas en las secciones de comentarios del Insta, si ya tienen tus datos personales y el algoritmo en que te introdujeron se está nutriendo de tu itinerario de navegación? ¿Qué les importa que estés en contra de los estereotipos y el racismo, si consumes Netflix o Tik Toks sobre cualquiera de los asuntos sociales sobre los cuales crees tener una posición, en lugar de salir a la calle y empaparte del tema?
Si tan sólo Simone Weil te viera, te diría lo mismo que le dijo a Simone de Beauvoir cuando ésta última dijo que le parecía más importante el estudio del existencialismo que la opresión palpable que estragaba a sus semejantes: Weil te diría que te hace falta calle. Bueno, no lo dijo así, pero me he permitido remixear sus palabras en una forma más coloquial. También es cierto que la propia Weil no tenía nada de calle cuando le enrostró su gusto por lo superfluo a su tocaya. Pero no tardó en superar esta carencia y se puso a pontificar en sus extraños pero interesantes ensayos. Ello se llevó su juventud, pero también dejó en mí un respeto por ella y mi deseo de ponerme a buscar su biografía algún día. Por otro lado, esto no me deja duda de que, sin quererlo y sin avizorarlo, con la escritura de estos provocadores ensayos la pobre Simone ha dado pie al resumen banal de su pensamiento en unos Tik Toks que harán creer a bastantes ingenuos que, con poco esfuerzo y a gran velocidad, como lo exigen los tiempos actuales, donde leer es superfluo, han sorbido su filosofía por completo. Sin embargo, por suerte, también queda una semilla en aquellos que, a diferencia del que garabatea esta página, están dispuestos a adquirir la calle que la Simone menos conocida pedía.
Reconozco, como ven, que me falta hacer mi parte, pero, al mismo tiempo me da gusto reconocer en mí el espanto que me producen las redes. Debo confesar que soy más feliz desde que decidí desactivarlas. Quien quiera hablarme, que busque quedar conmigo algún día. Y (sobre todo en estos días) quien quiera hablarme de política, que reconozca, en primer lugar, que tiene tan poca calle como yo.
[1] Cargamontón: En Ecuador, dícese de la agresión física o verbal ejercida por varias personas en contra de una sola. La palabra suele escucharse mucho en la escuela o el colegio; en aquellos lugares, tal agresión se da en su variante física cuando un nutrido (este adjetivo varía en número dependiendo de la considerable o escasa contextura física del agredido) grupo de alumnos se lanza encima de un pobre compañero, dando como resultado que éste quede cubierto por una masa sólida e informe de brazos, vientres y zapatos.
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