¿Cómo una pareja de almaceneros sobrevive al caos de los precios y la prepotencia de los clientes?

Desde el balotaje, la inflación desbocada está generando tensión en algunos clientes. Para no sucumbir, entre el desgaste con proveedores y la permanente remarcación de precios, Adrián y Claudia adoptaron un método de supervivencia.

Enero, maldito enero, te abre las puertas y uno ingresa al año nuevo de inmediato con la lengua afuera. Se envejece en enero, mes ingrato. Mes clasista, a unos les da el confort del descanso y la pileta y a otros la irreparable necesidad del trabajo para pagar las fiestas de diciembre, bajo un sol innecesariamente cruel, por momentos humillante. Mes ladino el de enero, tramposo, te llena de esperanzas con el cuento del “nuevo amanecer”, verso del que muchos inocentes -futuros cínicos- se prenden y llegan a garabatear “metas” olvidables en agendas que piden a gritos ser incendiadas. 

Enero es el mes de los 90 días”, sintetiza, catedrático, Adrían. “Nunca te alcanza la plata”. 

El ventilador ubicado enfrente suyo está apagado porque el almacén en su conjunto se detuvo por un instante, cortaron la energía. En la oscuridad dos señoras deambulan por esta ampliación de casa de barrio que es hoy el almacén más equipado y concurrido del Ara San Juan. Una de ellas entrecierra los ojos, toma nota del precio del papel higiénico y se carga cuatro paquetes de cuatro rollos cada uno. 

Adrián la mira con curiosidad. A continuación se agacha detrás del mostrador, intenta sacar del ventilador de la heladera almacenera -cotizada en un millón y medio de pesos- una bolsa intrusa que fue vista de casualidad y de haber permanecido cinco minutos más girando maliciosamente podría haber producido el colapso del emprendimiento comercial que Adrián y Claudia comenzaron hace 5 años, cuando recibieron la casa de barrio. 

Adrián (38) y Claudia (38) formaron una familia tipo. Están juntos desde la primera juventud y tienen dos hijas de 12 y 13 años, la misma cantidad de tiempo que llevan en el rubro del comercio. Adrián empezó siendo camionero pero soltó la ruta al quedar embarazada Claudia. Claudia atendió sola durante un tiempo un almacén que pusieron hasta que Adrián dejó su trabajo como preventista y se dedicó de lleno a la despensa.

Hace cinco años, cuando recibieron la casa en el barrio Ara San Juan, ampliaron el frente y pusieron “Las Nenas”, la despensa central de la zona, en la esquina de Smidth y Holzman, de lunes a lunes de 9 a 23 horas. Es la primera gran devaluación que atraviesan juntos trabajando con los precios.

El almacén se pone en marcha nuevamente. Son las 10 de la mañana de un domingo de enero. Conocido por su impronta rockera, en este momento en Las Nenas suena Las Pastillas del Abuelo: “Como no vas a ser el rey del equilibrio Si conociste como nadie los extremos”. 

Adrián tira la bolsa y avisa a Claudia, que aparece en el mostrador para atender a las dos señoras.

Mes clasista, a unos les da el confort del descanso y la pileta y a otros la irreparable necesidad del trabajo

-El papel higiénico no está en oferta-, se anticipa Adrián, indicándole a la señora que espera con el cargamento de rollos. 

-Acá en la góndola dice que está a 200 pesos- con cierta prepotencia.

-Es un precio viejo, señora. Se nos ha pasado remarcarlo.

-Si en la góndola está ese precio, me lo tienen que cobrar a ese precio

La atmósfera se vuelve moderadamente tensa. La señora se resigna:

-Lo dejo, pero si vengo a la tarde y sigue igual, me los llevo. 

Adrián se vuelve, y con un mate se dirige al cronista de Revista Bife, que tiene un interés periodístico pero cumple esa mañana una función casi terapéutica. Ocurre que el incremento de precios ha subido desbocado a la cabeza tanto de clientes como de comerciantes, en definitiva, todos trabajadores. 

Desde la última devaluación, han sido múltiples las situaciones de confrontación que se ha vivido en la despensa. Algunos pueden aprovechar un olvido en la remarcación de precios (como la señora anteriormente mencionada), y otros hasta incluso acusar al vendedor de especulador por un producto que esté más elevado que en otro almacén, pero resulta que ha ese otro almacenero de barrio también se le pudo haber pasado remarcar un precio (perdiendo dinero) o su proveedor no le ha avisado.

De esta manera se va generando una psicótica cadena de equívocos en dónde hay que tener el equilibrio emocional de un monje tibetano para no adoptar rápidamente entre pares la amargura y la mirada torcida y acechante del desconfiado.

Si en 2001 clase media y clase popular se juntaron bajo el lema “piquete y cacerola la lucha es una sola”, hoy se multiplican las luchas pero todas dentro del mismo sector social: los laburantes.

Precarizados y hartos de madrugar al pedo porque no alcanza, con el ánimo disminuido, la felicidad agrietada, tensionados hasta el tuétano, ansiosos o ácidos, los laburantes también están condicionados en el amor, si hasta el queso rallado es hoy un buen motivo de separación. 

Adrián y Claudia sin embargo están juntos hace casi dos décadas y abren la despensa Las Nenas toda la semana de 9 a 23, horario laboral que se mantiene pero cuya intensidad ha aumentado a niveles desgastantes, ya que la constante remarcación de precios demanda un trabajo extra.  

Se va generando una psicótica cadena de equívocos en dónde hay que tener el equilibrio emocional de un monje tibetano

“Lo ideal sería cerrar, ponele, durante 2 días para acomodar todos los precios, pero no se puede porque, entre las 300 lucas de luz y otras cuentas, tengo tres empleadas, dos fijas y una franquera”, detalla Adrián. 

Durante buena parte del 2023 el incremento de los productos fue del 3 o 4% por semana, ahora -más precisamente después del balotaje, momento en que subió todo un 40%- es por día. 

En consecuencia, se debe estar permanentemente atento al cambio de los precios.  Tras haber perdido cierto dinero, los dueños comprendieron que hay que estar detrás de los proveedores preguntando el valor de cada producto ya que no todos avisan. Una semana entera, tras la devaluación, por ejemplo Claudia se tuvo que encargar exclusivamente de realizar los llamados pertinentes y remarcar los productos, mientras Adrián atendía en el mostrador. 

“Llega un momento que te termina acobardando porque tengo que sacar todos los precios y poner otros”, cuenta Adrián. “Cuando es aumento chico, lo dejo. Si de repente es del 20% sí. Uno intenta no irse a la mierda con los precios”, aclara.

A todo esto se le suma, como se dijo, cierta prepotencia de algún parroquiano. Para no provocar ningún derrumbe existencial y mantener la armonía en el negocio, Claudia y Adrián adoptaron un método por medio del cual identifican las características de los clientes y en función de eso se reparten la atención. Claudia, sobre todo, mejor plantada, atiende a la clientela más irascible. 

“Estamos en el barrio hace tiempo y ya conocemos a todos prácticamente. Entonces hay algunas personas que tal vez son más intentas y nos las repartimos para atenderlas, para poder seguir trabajando bien y no estresarse por demás”, dice. “También es verdad que agarro a muchos otros clientes para contarles sobre esta situación diaria y delirante que implica mantener un almacén en este momento”, agrega y concluye: “Pero hoy no le quemo la cabeza a nadie, porque esta mañana -señalando al cronista- tuve psicólogo gratis”.

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