“Estuve como colaboradora en varios festivales, pero este es el primero en el que estoy como invitada y te aseguro que es uno los mejores en los que participé. No tiene nada que envidiarle a ninguno”, dijo de forma convincente una de las productoras que llegó a Pico desde Bariloche en representación de uno de los cortometrajes en competencia. Habían pasado casi 24 horas desde que arribé a la ciudad del norte de la provincia para escribir sobre la séptima edición del Festival de cine que desde 2015 cotiza en alza. En esa mesa, en la que esperábamos por bebida y comida, todos coincidieron con el gran despliegue, la hospitalidad y la calidad del evento que durante una semana se convertiría en el mayor atractivo de la ciudad.
El jueves 3 de agosto marcó el inicio del festival en el Cine Teatro de General Pico, una sala con 534 butacas, donde la conductora Gabriela Radice sacó a relucir sus atributos como animadora sin dejar que se produzca ningún vacío. Organizadores, autoridades, realizadores y auspiciantes subieron al escenario para participar de la apertura. A cada uno de ellos se les entregó un afiche de los films próximos a exhibirse en el marco del acontecimiento para armar una suerte de collage sobre una estructura que terminaría siendo intervenida con un grafiti. La séptima edición de uno de los eventos culturales más importantes de la provincia estaba en marcha.
Post apertura me dirigí hacia el hall del cine junto a varios de quienes estuvieron presentes en la sala. El lugar auspició como punto para un primer contacto entre cineastas, organizadores y prensa de medios locales. Permanecí en un costado esperando a Ana Contreras, amiga y parte del festival en su rol de programadora. Fue ella quien me presentó a Alejo, uno de los realizadores que llegó a la ciudad para presentar “He has never ever eaten a cake” en la competencia de cortometrajes regionales. Alejo es oriundo de El Bolsón y lleva una desfachatez propia de la zona; poseedor de una melena de rulos, bigote que subraya su nariz y un porte relajado que disimula sus 41 años. Me preguntó que film venía a presentar, una pregunta que se reiteraría en las horas siguientes por parte de otros y que yo respondería de manera automatizada: “No, no soy realizador. Vengo a cubrir el festival para BIFE, un medio santarroseño”.
Minutos después de intercambiar unas pocas palabras, Francisco, otro de los cineastas, se acercó y nos preguntó cómo seguía la noche. Me sumé a Alejo y a Fran y juntos nos dirigimos al hotel en el que tanto jurados, realizadores y periodistas fuimos alojados por invitación de la Asociación Italiana, entidad artífice del Festival y propietaria los dos cines de la ciudad: el Cine Teatro Pico y Gran Pampa, este último cuenta con más de 700 butacas. Pablo Mazzola, el experimentado director Artístico, permaneció en el cine para presentar “Los Delincuentes”, la película de Rodrigo Moreno que hasta el momento sólo se había presentado en Cannes. Una gestión destacadísima por parte del equipo de programadores del festival de Pico: contar con uno de los films nacionales del año y al que le auguran un prometedor recorrido internacional.
El paso por el hotel fue fugaz, ni siquiera pude registrarme. Solamente pasamos a buscar a Valeria, amiga de fran. “Con ella voy a todos lados”, señaló el director de “Desierto” mientras la ayudamos a terminar una Stella Artois en una de las mesas del comedor del hotel. La próxima parada era el bar el Bosque, lugar elegido por la organización, con Jorge Epifanio a la cabeza, presidente del Festival, para el coctel de bienvenida. En el camino, hablamos con Alejo sobre algunas películas, puntualmente del mumblecore, ese movimiento del cine independiente estadounidense que irrumpió en los primeros 2000 con “Funny Ha Ha”, los films de los hermanos Duplass, Joe Swannberg y su musa, Greta Gerwig. Antes de poder acomodarnos en la barra del bar, una de las camareras nos colocó unas latas de Andes ipa en la mano. “Bueno, gracias”, dijimos al unísono tres de nosotros. Muchas personas que visualicé en el hall del cine ya se encontraban en el local cuando llegamos.
“Que bien nos atienden”, deslizó Fran. “Comida y bebida gratis, esto es la gloria para los periodistas”, comenté recurriendo a la autoparodia. Les hice saber que en mi gremio el sanguchito de miga, la empanadita, la brusqueta y la pizzeta despiertan un particular interés. El trabajador de prensa está atento a cualquier evento en el que sospeche que va a haber catering por más que no tenga que cubrirlo periodísticamente. Es una característica intrínseca del oficio. En Santa Rosa, de hecho, hay un momento clave en donde periodistas y fotorreporteros esperan con especial entusiasmo: el brindis de fin de año en el despacho del gobernador. Generalmente la cita está pautada a las 11 am, y ya desde las 10:15 los obreros de la tinta y el papel –sobre todo miembros del SIPREN- se plantan en el pasillo y aguardan por ser los primeros en manotear el canapé de salmón. Adorables.
Más tarde, fue un camarero quien no permitió que nuestras manos permanezcan vacías y las abrochó con más latas seguido de una camarera que nos colocó dos bandejas de comida sobre la barra. Las trivialidades que toman por asalto una charla en un contexto de agasajo quedaron de lado y pude saber más de Fran y sobre su corto “Desierto”. Un documental donde utiliza el archivo para narrar parte de la historia de su ciudad, Comodoro Rivadavia. Y allí refleja la hostilidad del lugar y las obsesiones de su infancia ligadas a la fauna. Obsesiones que lo atraviesan hasta hoy. “Este corto forma parte de un proyecto más grande. Creo que es un proyecto que voy a llevar adelante toda mi vida”.
Las conversaciones regadas de alcohol continuaron. Valeria tiene 46 años, y es la co-equiper de andanzas de Fran. “Siempre no ven juntos y piensan que somos pareja. Y eso es un problema. Quiero que se me acerquen chicas en un bar, y no lo hacen. ¡Y a él tampoco se le acercan los chicos por el mismo motivo!”, lamentó entre risas. Valeria contó que está a punto de editar su primer libro. Creo recordar que se trata sobre la “muerte de las estrellas” o algo así. Pasamos horas bebiendo, y durante esas horas interactuamos con poca gente ajena a nuestra mesa. En cierto momento Jorge Epifanio se acercó y nos contó algunos pormenores de la organización y nos preguntó cómo la estábamos pasando. Durante los días posteriores, Epifanio estuvo presente en cada actividad, cada proyección y cada detalle logístico para el comfort de los invitados y lo hizo con una energía envidiable. También se arrimó Pablo Mazzola. Él nos recomendó ver algunas películas y tuvimos el atrevimiento de pedirle si podía gestionar una función de trasnoche para ver “Los Delincuentes”. Sorteó la situación y sutilmente nos dio a entender que estábamos pidiendo algo imposible. Ya no había ninguna mesa ocupada en el bar. Los empleados nos miraban de reojo apuntándonos filosamente. Empinamos los últimos restos del contenido de los vasos y partimos.
La mañana del viernes sirvió para recuperarnos de la noche anterior. A las 17hs en el cine Teatro Pico se proyectaron una serie de cortometrajes por fuera de competencia y disfruté de un puñado de ellos. Más tarde, a las 19hs acudí junto a Alejo al Gran Pampa para la proyección del documental “Agua Sucia”, film seleccionado en la categoría de mejor película nacional del festival. En los últimos años el género “carcelario” ha sido cooptado por la televisión y posiblemente haya llegado al punto de la saturación. Pese a esto, “Agua Sucia” sale airosa y la búsqueda de sus realizadores se materializa en la apuesta de la selección de “personajes” para centrarse en tres de ellos. Dos presidarios y un profesor que estimula a los reclusos para competir en un torneo de fútbol. Sin embargo, hay una historia que no termina de ser explotada: la relación de uno de los presos con su padre, un guardiacarcel de la prisión donde está alojado su propio hijo.
No eran más de las 21 y el próximo film, “Rotting in the sun”, que formaba parte de la competencia de largos internacionales, comenzaba a las 21:30. Treinta minutos para resetear las imágenes carcelarias. En mi caso con una corona, unos cuantos maníes y una porción de pizza en la mesa de uno de los bares de la ciudad. Junto a Alejo y Lu –productora del corto Vías- se sumó Cata, una chica piquense que actualmente reside en Río Negro y que tuvo la excelente idea de invitar a su padre a ver “Rotting in the sun”. Volví al cine sin muchas referencias de la película. Sólo sabía que se trataba de una cinta chilena y que era un tanto provocadora. Antes de los primeros 20 minutos ya había visto tres escenas de sexo oral entre varones con pijas de todos los colores y tamaños. Y al menos una penetración explícita. Reviente, sexo y coqueteo con el suicidio es lo que nos propuso en la primera hora Sebastián Riva, su director, para luego sacudirnos con un plot twist que te deja frente a un thriller. A todo esto, no podía dejar de pensar en el padre de Cata, uno hombre de unos 60 años que, probablemente, haya visto por primera vez en su vida felaciones y penetraciones entre personas del mismo sexo. Y en pantalla grande.
A la salida del cine nos quedamos charlando sobre la película con un par de espectadores y todos coincidimos en las buenas decisiones que tomó Riva sin desbarrancar. El padre de Cata no decía nada, tenía su mirada fija sobre una de las baldosas de la vereda del Gran Pampa y asentía suavemente con la cabeza manteniendo su rostro inmutable como si estuviera en estado de shock.
Una proyección de dos horas de cortos durante la tarde y dos largometrajes cerraban la segunda jornada del Festival de cine de General Pico. Con Alejo nos dirigimos desesperadamente hacia el hotel en busca de comida. Entre pasos apurados me contó de su relajada vida en El Bolsón, donde se dedica a filmar y a cuidar de su huerta. Nos sumamos a una de las mesas integradas por organizadores e invitados del Festival. Entre ellos, colegas de Página 12, La Nación, Télam y de un medio digital piquense. Comimos y bebimos rápidamente ya que el comedor estaba a punto de cerrar. Yo no tenía dudas que quería continuar la noche en algún bar. Alejo, Ana, y los periodistas de los medios nacionales, tampoco.
Nos ubicamos en una de las mesas que dan contra la pared de Nova Pizza. La charla en un momento viró hacia la utilización de la inteligencia artificial y el “riesgo” que esto implica para nuestro trabajo como periodistas. “Ya está acá, eh. No es que va a pasar en unos años. Ya está pasando. Esto no va a dejar sin laburo a todos”, expresó preocupado el enviado de Télam, aunque se permitió una confesión. “A ver, yo utilizo el ListenAll, eh. En la redacción lo usamos todos. Pasa que te simplifica las cosas”. Se trata de una app que permite desgrabar. Convierte audio a texto sin necesidad de tipear. Una herramienta noble.
Si el tema de la I.A. causó cierto desasosiego entre los colegas, los siguientes tópicos que se adueñaron de la mesa pulverizaron cualquier gesto de vitalidad: precarización y salarios. “Es una locura, una colaboración de 5 mil caracteres la pagan 6 mil pesos y si va a tapa del suplemento 10 mil pesos. Nada”, soltó la periodista de La Nación. Y agregó: “Yo soy colaboradora fija y tengo un sueldo, de ser de otra manera trabajaría de otra cosa”. El trabajador de Página 12 directamente no emitió palabra, sólo posó su mirada en el fondo de su vaso y tintineó los hielos durante unos segundos antes del último sorbo. Por su parte, el escriba de Télam dejó caer su celular sobre la mesa, miró hacia el techo y suspiro mediante vociferó: “La verdad que yo soy un privilegiado”.
Todos ellos partieron y en la mesa quedamos Alejo, Ana y yo. La charla volvió a girar en torno al cine, al proyecto del primer largo de Alejo y no mucho más. Antes de irnos, Ana, impulsada por el clima pre PASO, sintió curiosidad por la inclinación política de Alejo. Sinceramente creí que la pregunta no tenía mucho sentido porque de tan solo verlo uno podía dar cuenta que Alejo era un alquimista del desorden, un artista de la resistencia, un malabarista de la libertad que en su voz lleva el eco de un grito por la autonomía, que debajo de su campera tiene hecha carne una remera de Severino di Giovanni y en su mochila un ejemplar de tapa dura de “Crítica y Acción” de Mijail Bakunin. Pero la construcción que hice sobre él se derrumbó cuando respondió. “Yo voto a Guillermo Moreno. Y voy a fiscalizar por él en El Bolsón”. Estábamos ante un plot twist de mayores dimensiones que “Rotting in the sun”. Alejo era casco o guante, gorila puto vas a pagar las retenciones del gobierno popular, la década ganada, principios y valores, pastel de papa y mandarinas, bien peruca. Perdón por haberte prejuzgado, compañero. Brindemos.
El día sábado era el de mayor atractivo del festival. Actividades durante toda la jornada y todas interesantes. El plato fuerte fue la competencia de cortometrajes regionales y nacionales. Lo fue por la relación que entablé con alguno de los realizadores desde el jueves por la noche. Algunos de ellos iban a ver por primera vez su obra no sólo en un festival, también lo iban a hacer con un buen marco de público y, por sobre todas las cosas, en pantalla grande. Como Wenchi, alguien con quien hablé por primera vez en la mañana del sábado. Wenchi es una suerte de Redford sub-25 que se traslada con una notoria parsimonia y posee una gracia al hablar que camufla su porteñidad. Su corto “Viva Ceszco” narra la atracción de una chica por un chico dentro de la colectividad checa –a la cual pertenece Wenchi- en Buenos Aires. Bailes folclóricos, tradición, mucha birra y bondis hicieron de “Viva Ceszco” uno de los cortos que más aprecié.
El salón de eventos de la penitenciaría nos esperaba en horas del mediodía del sábado para un almuerzo organizado por la intendencia de General Pico. Un salón que claramente no estaba ambientado para reclusos, sino para cumpleaños de quince, casamientos y, en este caso, para invitados a un festival de cine. Compartí la mesa con quienes habían arribado a Pico para presentar sus cortometrajes, menos con Branco, un realizador nacido y criado en Ingeniero Luiggi que fue el único representante pampeano en la competencia con “Lo que dejamos en el camino”. Se sumó a mi mesa Laura, productora del largo “Almamula” y también Mariano, director de “Acá te dejo”, quien competía en la categoría de cortos nacionales. Laura habló sobre su experiencia en la publicidad durante el primer lustro kirchnerista, la última golden age con presupuestos siderales con la que contó el mundo creativo. El vino siguió corriendo por la mesa bastante después de levantarnos los platos. A las 15hs en el microcine del Gran teatro Pico había una actividad dictada por la directora Anahi Berneri sobre la construcción de personajes a través del tarot. “Vos no vas a abandonar y te vas a ir a dormir una siesta, supongo”, dijo Laura señalándome y haciendo clara alusión a mi ingesta de alcohol por encima de la media de los demás comensales. Pero no, no claudiqué y salí disparado junto a ellos.
Al ingresar al microcine cada uno de los asistentes tomó una carta del tarot y Berneri nos fue guiando y describiendo cada uno de los naipes y como a partir de eso se podía construir un guión. Me tocó por azar la carta de “El Carro”, una carta que, según explicó la directora de “Un año sin amor”, evoca un sentido de determinación y dominio. “En el centro de la carta vemos un carruaje, sobre el mismo, un guerrero se ubica erguido, empuñando las riendas con firmeza. Está vestido con una armadura que responde a su fortaleza y valentía acumulada a lo largo de sus viajes. En una mano sostiene una vara coronada por una luna y un sol, símbolos del equilibrio en el cosmos. Esta vara representa su capacidad para armonizar las fuerzas opuestas y dirigirlas hacia un propósito común”, describió Berneri.
Debo admitir que no tomé en su totalidad las definiciones sobre la carta vertidas por Berneri. La pesadez somnífera por las horas de trajín y el estado de una ligera embriagues derivaron en otra mirada sobre el naipe. Pensé que “El Carro” también es un rebusque que no termina de cuajar. Ahí está el guerrero, con su armadura y una vara en la mano, como queriendo demostrar algo, ¿pero qué? Uno no sabe si está en pleno control o si apenas tira de las riendas para no desbarrancar. ¿Se va para adelante o para atrás? ¿Triunfa o fracasa? Uno al ver la carta puede sentir la dualidad en el aire, esa tensión que no se decide a romper. El fondo de “El Carro” es un cielo estrellado, sí, como un recordatorio de que en el universo, el guerrero es solo un puntito en la noche infinita.
Me retiré minutos antes de finalizar el taller para descansar al menos una hora en el hotel e ir la proyección de cortos por dentro de la competencia en el Gran Pampa. Ya en la sala, la ansiedad, nerviosismo y éxtasis es lo que delataban los rostros de cada uno de los realizadores. La noche continuó con algunos de ellos en los bares de la ciudad entre cervezas y anécdotas sobre el camino que transitaron para concretar cada una de sus obras. Luego de cuatro días y tres noches en la ciudad, no tuve dudas que el Festival de cine de General Pico tuvo una séptima edición brillante, y su futuro luce igual de prometedor.
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