Al tema lo había elegido la mayoría en la clase pasada, y el profesor Mariano no aceptaría hoy ninguna concesión a las pocas cabezas diseminadas a lo largo del aula, que mantenían la frente vertical sobre la carpeta. “Bueno”, dijo el profesor Mariano, como lo hacía cada vez que quería romper un clima, pero aceptando detrás de esa palabra y ese gesto con las manos, la realidad, que sus alumnos percibían sin tener que recurrir como él a justificaciones ni excusas.
El profesor Mariano miró su cuaderno, abierto sobre el escritorio. Leyó los nombres de los grupos, levantando la vista a medida que constataba la cantidad que habían faltado. En ese momento, por la ventana que daba a la calle, pasó un colectivo blanco, lleno de gente con las manos afuera, agitando las banderas, o adentro golpeando bombos. El profesor Mariano siguió con los ojos el colectivo, igual que los chicos en el aula; algunos seguidamente aprovecharon ese momento para sacar los afiches tubulares en los que se notaban las manchas de escritura con fibrón oscuro del lado de adentro. El profesor dibujó una tenue sonrisa al notar la urgencia para pasar a exponer, fingida o no, de los alumnos.
Al tema lo había elegido la mayoría en la clase pasada, y el profesor Mariano no aceptaría hoy ninguna concesión a las pocas cabezas diseminadas a lo largo del aula
No necesitó llamarlos; sacaron las hojas de la carpeta y se pararon frente al pizarrón; pegaron el afiche mirándose para averiguar quién empezaría leyendo. El profesor Mariano fue hasta un banco vacío, se sentó, y preguntó, sabiendo la respuesta, si hoy era el acto político; también preguntó la hora. Los alumnos que estaban al frente le dijeron a coro que sí, que había y que empezaba a las siete de la tarde. Luego de la respuesta, el profesor Mariano, junto a los alumnos sentados, vieron más relajados a los expositores. “Comiencen entonces”, dijo el profesor, pensando en el misterioso poder de ese pedazo de papel rectangular colgado en el pizarrón, con líneas y flechas, que siempre servía de instrumento para hacer sentir importantes a los alumnos, protagonistas.
Otro colectivo pasó muy lento por la ventana, casi frenando; aguardaría unos minutos estacionado a metros de la escuela, se dijo el profesor Mariano. Los tres expositores se miraron nuevamente ante la orden del profesor para que comenzaran, y fijaron sus miradas en algunas de las caras que estaban en el aula, casi todas burlonas desde el banco, desafiantes, como deseando secretamente el error al compañero para poder brillar en el propio turno, frente al curso. Levantó la cara y comenzó a hablar uno de los tres, que giró su cuerpo hacia el afiche apenas sintetizó, con las palabras cortadas y las frases sin terminar, el punto del tema que habían elegido para hablar.
El profesor Mariano fue hasta un banco vacío, se sentó, y preguntó, sabiendo la respuesta, si hoy era el acto político
Tocando el papel arrugado en el pizarrón continuó otro; seguía con el dedo las flechas de una punta a la otra, que se dirigían a una sola palabra remarcada con otro color, y que el alumno mencionaba con diferente tono de voz. El tercero aportó algo al final; sólo cambió de lugar lo que habían dicho los otros dos, que había sido muy pobre, pensó el profesor Mariano. “Si mire los pocos que somos, cómo nos quiere tomar”, le dijeron, tras darse cuenta ellos mismos que lo que habían hecho al frente, lo que habían dicho, era una hazaña, como tantas otras veces. El profesor Mariano les negó esa excusa, derrumbó sus dos o tres argumentos, siempre los mismos, y pidió que se sentaran y que pasara otro grupo. “Después sabrán su nota”, les dijo.
Otros tres se pararon, cortaron cuatro pedazos de cinta, y colocaron el afiche blanco sobre el pizarrón. Estaba todo escrito, un texto sinuoso hasta el final. El profesor Mariano aclaró, antes de que comenzaran la exposición, que justamente eso que habían hecho era lo que él había pedido que no hicieran. “Pero si varios también hicieron lo mismo. Qué nos viene a decir a nosotros”, contestaron ya con el amague de volver a sentarse. El profesor Mariano pidió que leyeran lo que tenían escrito en el afiche y que después les haría algunas preguntas. Ellos contestaron que a los anteriores no les había hecho ninguna pregunta y que a ellos sí. Se sumaron ahí nomás los otros que quedaban sentados, que no habían pasado todavía, pero que ya querían atajarse para cuando les tocara pasar. El profesor Mariano se paró, se puso adelante y pidió que se sentaran. “Esto lo venimos hablando hace mucho chicos”, dijo. Y aclaró que los afiches eran una ayuda memoria, guías, soportes para que auxiliaran en la exposición, pero que antes tenía que haber un trabajo previo, saber qué se va a decir, y con qué finalidad, a dónde se quiere llegar.
“Después sabrán su nota”, les dijo
Uno de los alumnos se dirigió intempestivamente al frente, despegó de un tirón el afiche y lo hizo un rollo, sin quitarle la cinta, mostrando su enojo y la decisión silenciosa de no hacer nada más durante el tiempo que quedara de clase. En ese momento pasaron caminando frente a la ventana, sobre la calle, varios alumnos, casi el resto de los que no estaban, una jauría de animales sedientos, por como estaban reunidos, pensó el profesor Mariano. Uno de los chicos del curso los vio y les silbó, para que se acercaran. Iban cargando gran cantidad de largos afiches doblados, y otros llevaban unos baldes con engrudo. El profesor Mariano los notó llenos de vitalidad. Se rieron pero no respondieron con insultos a lo que les gritaron los que estaban dentro del aula. “70 pesos pagan profesor por pegarlos en el barrio nomás”, dijo una alumna. “Los pagan allá ¿no?”, agregó otro.
El profesor Mariano volvió a preguntar a qué hora era el acto. “Y salen algunos colectivos desde acá, de la plaza”, contestó otro alumno que ya guardaba los útiles. El profesor Mariano dejó que todos guardaran sus cosas, y en los minutos que quedaban explicó, haciendo algunos breves gráficos en el pizarrón que casi nadie miró, cómo debía usarse el afiche al momento de exponer.
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