El 16 de marzo de 2014 fue un día frío y ventoso, como si a alguien ahí presente le importaran esas cosas. Una mujer lloraba desconsoladamente sobre el ataúd de 1 metro 90cm. Era su tía. La madre postiza que crió a Claudio Méndez rompía en llantos sobre el cuerpo del joven de 26 años que yacía apenas con el ceño fruncido, como con cierta preocupación en el rostro. Hacía 24 horas había sido asesinado a sangre fría por cogolleros en la vereda de su casa y dejaba atrás a su pareja y sus dos hijos, niños de 5 y 7 años que no concurrieron al entierro del padre por razones obvias.
De hecho, pudieron hacer verdaderamente el duelo casi 9 años después cuando en diciembre de 2022 falleció la bisabuela de Méndez (la última integrante de su familia de crianza, porque dos años antes murió su tío y un año atrás su tía) y pidieron enterrarla junto a Claudio, su bisnieto. Tuvieron que abrir la tumba y en ese proceso desapareció el tabú que se impuso alrededor del padre durante todo este tiempo. Con el tiempo, uno adquirió un aspecto físico casi calcado al padre y el otro más parecido a la personalidad, carismático, emprendedor, con amigos en cada rincón.
De esa manera lo recordaban los presentes en el cementerio mientras bajaban el ataúd. Pero acaso, en ese momento, todos se lamentaban y pensaban en el sinsentido, en lo trágico y absurdo que había sido el día anterior, durante la madrugada del 15 de marzo en el barrio Empleados de Comercio.
Desde el enorme tanque de agua, subiendo por escaleras oxidadas, casi en la esquina de San Luis y Guatraché, en una superficie llena de palomas a unos 50 metros, arriba de lo que antes fue un descampado y ahora un pequeño complejo de departamentos, desde esa altura, se pueden observar los barrios Villa Parque y Empleados de Comercio, separados por calles de tierra de un lado y de asfalto de otro.
Las palomas que habitan en el tanque toman vuelo y se entremezclan con palomas mensajeras que son liberadas de una jaula en una casa blanca con una cruz en el frente y se diferencian del resto por la rigurosidad de su vuelo, obedientes, vuelan en perfectos círculos casi en la mitad Empleados de Comercio, por encima de una casa en cuyo patio se alzan por los tapiales 10 plantas de marihuana todavía sin cogollos. En la sala próxima a ese patio, en la entrada principal, en la madrugada del 15 de marzo del 2014, una joven pareja -de 23 y 26 años- se saluda y se prepara para dormir con la ropa puesta y con la llave en uno de los bolsillos.
El 16 de marzo de 2014 fue un día frío y ventoso, como si a alguien ahí presente le importaran esas cosas. Una mujer lloraba desconsoladamente sobre el ataúd de 1 metro 90cm
Ella vuelve de una cena familiar y se acuesta. Él decidió quedarse con un amigo y estar atento a los movimientos; se dirige al patio, observa por última vez las plantas y vuelve a la habitación con su mujer. Arriba de ellos, bajo la noche oscura y silenciosa y sobre el techo de la casa, tres sujetos, tres sombras, aguardan mientras toman vino y pastillas.
Claudio Méndez escucha un ruido, abre los ojos, da un salto de la cama y con un bate en la mano sale a la vereda y cierra la puerta para que su pareja, que iba detrás, no pueda salir. Desesperada, intenta abrir la puerta cuando escucha un golpe y un disparo. Claudio Méndez había acertado pegarle con el bate a uno de los sujetos que estaba parado en la casilla de gas y fue en ese momento que otro, desde el techo, dispara una bala que entra por el estómago y queda alojada en el glúteo.
Claudio Carlos “Mono” Méndez fue uno de los primeros autocultivadores solidarios de verdad, en tiempos en que no era una moda cool pertenecer a la cultura cannabica, espacio con alto espíritu emprendedor para organizar eventos reflexivos sobre la utilidad del cáñamo y para vender aceites, filtros, pastelitos, en fin, cosas orgánicas, pero que hoy, curiosamente, esta militancia concientizada no lo recuerda ni homenajea.
Por la dedicación, el cuidado y el amor al cannabis, hacía un año que su patio era el más codiciado por los cogolleros de la ciudad. En 2013 fue el primer intento de robo. Cómo sucede siempre, los facinerosos eran conocidos que tenían información de la plantación. En aquel momento no pudieron extraerla pero hicieron una denuncia anónima y la policía les secuestró unos 8 kilos de marihuana.
Casi un año después, dos días antes del asesinato, otros individuos habían querido entrar. Treparon por el techo y vieron dos furiosos perros. Volvieron con una bolsa de comida envenenada que sin embargo no produjo ningún desenlace fatal en los animales. Otra gente también ofreció dinero al vecino de atrás (sobre la calle Cané) para que les habilite el ingreso ya que desde ahí podrían robar las plantas sin levantar sospechas. El universo cogollero estaba acechando la zona, por eso la pareja decidió dejar a sus hijos en la casa de una tía. El viernes por la madrugada previo al homicidio hubo otro intento. Al día siguiente por la tarde se vio movimiento en los techos de la Guatraché y, por la noche, tres sujetos se apostaron con vino, pastillas y una 9 milímetros.
Claudio Carlos “Mono” Méndez fue uno de los primeros autocultivadores solidarios de verdad, en tiempos en que no era una moda cool pertenecer a la cultura cannabica
La mujer logra abrir la puerta y ve cómo tres individuos escapan: uno, con la botella en la mano, corre por la calle, los otros dos se van por los techos. Luego observa a su pareja, de pie, apoyado sobre el canasto de basura, agarrándose la pierna con una mano y con la otra sosteniendo el bate. Piensa que es un tiro en la pierna de modo que hace ingresar a la casa, lo sienta en el sillón y cierra la puerta con llave al mismo tiempo que llama a la policía y la ambulancia.
-¿Quiénes eran?- pregunta.
-Eran tres.
-¿Pero quiénes?
-Solo ví que eran tres.
La policía llega a los pocos minutos pero no atraparon a nadie, esa madrugada solo se llevan detenida a la pareja, quien vuelve a mirar a Claudio, que se quiere arrancar la pierna. El piso y el sillón estaban limpios, no parecía el escenario de un crimen porque no había rastros de sangre. Lo empieza a desvestir, busca en la pierna pero encuentra un agujero en el vientre. La muerte ya había puesto huevos en esa herida: la bala, al no generar orificio de salida, rebota, destroza varios órganos y se detiene en el intestino, entre la cadera y la pierna. En el sillón de la entrada de la casa, Méndez tiene la visión borrosa, sufre y maldice, se agarra la pierna. Sus ojos se empiezan a teñir de negro -como le sucede a quienes tienen una grave hemorragia interna- hasta que quedaron completamente oscuros, sin visión.
-Me muero, mi amor- suspira.
A las seis de la mañana, la ambulancia traslada a Méndez inconsciente. En paralelo detienen a su mujer y la dejan encerrada hasta las 12 del mediodía en la comisaría Sexta como principal sospechosa. En ese tiempo grita y exige respuestas. Le dicen que no se preocupara, que iba todo bien, pero ve cómo un uniformado le pasa un papel a otro, este lo lee y luego la mira. Ahí comprende que Claudio ha muerto. “Claudio falleció”, le dicen. Revolea un vaso y les grita: “Hijos de puta, me dijeron que estaba todo bien”. Pero el padre de sus hijos había muerto y con él se producía el primer homicidio de un autocultivador a manos de cogolleros de todo el país.
Minutos después del deceso, el forense le realiza la autopsia pero llamativamente -según nos confirman familiares- no sacan la bala del cuerpo de Méndez, elemento que hubiera sido clave en la investigación. Santa Rosa se despierta conmocionada por la noticia del asesinato a sangre fría que aparece en la tapa de todos los diarios. El Diario de La Pampa informa que por la tarde del sábado la policía demoró a 3 personas “de entre 20 y 30 años” por orden del fiscal a cargo de la investigación, Mauricio Piombi. “Hicieron allanamientos en la calle Escalante al 700, donde encontraron proyectiles de 9mm”, especificaron.
Lunes 17 de marzo del 2014, El Diario: “El chico era un laburante, lejos de la comercialización, pero sabían que cultivaba y lo estaban acosando”, declara un policía. Suman 4 detenidos.
Martes 18: Liberan a 1, son 3 detenidos. A uno le dio positivo la prueba del guante de parafina, que determina que ese día realizó un disparo (sería el autor material). “Mañana o pasado estará todo resuelto”, aventura un investigador. Buscan el arma que mató a Méndez.
Miércoles 19: Jueza Florencia Maza imputa a 3 individuos (publican los nombres). Por la prueba de dermotest, uno habría sido autor material. Otro confiesa que días previos había querido robar las plantas pero que no estuvo la madrugada del homicidio; delata a quienes supuestamente fueron los autores.
Jueves 20: Detienen a 2 personas más, son 5.
Viernes 21: No hay noticias
Sábado 22: El prófugo, de 17 años, se entregó. Son 6 detenidos. Los otros 5 están acusados de “homicidio en ocasión de robo”.
Hoy, curiosamente, esta militancia concientizada no lo recuerda ni homenajea.
Acá se desinfla la investigación porque no encuentran “el arma homicida”. No hay más noticias hasta el miércoles 16 de abril: Queda un solo detenido, le dan 15 días más de prisión preventiva.
Más de un mes después, el 24 de mayo, El Diario publica que el único detenido hacía 10 días estaba en libertad por “falta de pruebas”. No tuvieron en cuenta ni el adn de la botella de vino, ni el adn del bate, ni la bala que quedó en el cuerpo de Méndez enterrado en el cementerio.
El 2 de junio lo recuerdan en Tiempo Argentino como la “primera víctima de cogolleros del país” y no hay más noticias.
Solo La Arena lo menciona al pasar en 2021 cuando informa que el 15 de marzo 3 hombres ingresaron a una vivienda con un palo y se llevaron una planta, “irónicamente ese día se cumplían siete años de la muerte de Claudio Méndez, primer cultivador argentino asesinado por un cogollero”, dicen.
En el entierro, Sebastián González desde un rincón recuerda el momento en que Claudio Méndez y llegó a su programa radial en la Siento Rock. Claudio se presentó con un póster de Nonpalidece. A partir de ahí se iban a ir de gira con la banda DM2 a Pellegrini o la Costa Atlántica. “No había una cultura cannabica, pero ese fue el comienzo de todo. Fue una gran persona, súper generoso, familiero, amiguero”, dice González 9 años después.
También está Sebastián Lara, el percusionista de DM2, recordando el día en que lo conoció cuando llegó con una torta para festejar el cumpleaños del grupo musical. “Tenía esas cosas el Mono, de corazón enorme”, dice.
No tuvieron en cuenta ni el adn de la botella de vino, ni el adn del bate, ni la bala que quedó en el cuerpo de Méndez enterrado en el cementerio.
Si bien no hay banderas ni murales, como sucede con otras personas que se vuelven leyenda por ser víctimas de muertes injustas en un contexto de negligencia política (en este caso la no regulación del autocultivo de cannabis que genera una laguna jurídica y allana el camino para el robo y la criminalidad), Lucas de la Serna, presente en el entierro, acaso pensando en el mítico Ford Falcon con el que se iban de gira, creará, junto con otro grupo de amigos, seis meses después del trágico día, el programa de radio “La Monada de Méndez”, que hasta el día de hoy se sigue emitiendo los sábados de 18 a 21 por la Siento Rock.
“Le buscamos sentido a esa gran reunión de amigos que un poco era lo que pregonaba el Mono. Siempre fue el agitador de las juntadas. De invitar a todo el mundo. Una persona solidaria como nunca más he conocido. La idea fue celebrar esa gran reunión que si no era por él no ocurría”, cuenta hoy De la Serna sobre el origen del programa.
Y arrodillada, frente al ataúd que ya está a unos metros de la superficie, entre sollozos y lágrimas, una de sus amigas más cercanas rebobina en microsegundos la película de su amistad, y aparece el Ford Falcon, aparecen sierras, aparece humo y grandes sonrisas. Agarra tierra y la arroja antes de que sea tapado en su totalidad, sin saber que 6 años después iba a estar arrodillada frente al mismo lugar, en un día hermoso de primavera pero cuyo clima interno era negro y huracanado, iba a caminar con toda la tristeza de la ciudad unas 30 cuadras una vez más entre sollozos y lágrimas hasta el cementerio, iba a conversar in mente con Méndez hasta recobrar la paz que produce la luz de las 3 de la tarde, se iba a arrodillar e iba a dejar la mitad de un cigarrillo de marihuana que alguna vez compartieron.
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