PERISCOPIO URBANO sociedad

La cultura del mangazo en los menonitas

Continúa la saga del mangazo. En esta ocasión, la habilidad de ésta comunidad milenaria para garronear a un foráneo fotógrafo distraído que acababa de aterrizar en suelo santarroseño.

By Noel Parra /

(La primera entrega del Arte del Mangazo se puede leer acá)

Los menonitas se caracterizan por su hermetismo, imagínese que son fieles a los mandatos que vienen de 1525 de la época de Menno Simons, su gran líder religios (click) Han querido establecer un paredón cultural para que nuestro virus -el virus de Occidente y del modernismo- no se les inocule. Pero lamento decirlo, es tan tentadora nuestra cultura que cualquier buen menonita se corrompe.

Ojo, no estoy hablando de los placeres del sexo, la droga y el rock. Difícilmente un menonita se drogue con usted mientras ven una banda de rock para luego coronar la noche haciéndole el amor. ¿Se imagina un gringo o una gringa de esas en su cama, sin ninguna prenda más que una gorra o un pañuelo en la cabeza que le caiga sobre sus suaves hombros y trenzas? Mejor quite esa imagen de la cabeza, pervertide, porque eso no sucederá.

Por ahora. Dele tiempo.

Tampoco estoy hablando de Netflix. No. Nada de esas banalidades que cualquier mamífero puede hacer. Me estoy refiriendo a otro comportamiento, más enaltecedor, que tiene que ver con lo espiritual, con la habilidad, con la destreza, la competencia, con las ganas de imponerse, en fin, de decir “aquí estoy yo”. Estoy hablando del mangazo, porque ahora los menonitas mangan.

Y acá los quiere reivindicar. Pese a que los medios hegemónicos de La Pampa quieren demonizar a los menonitas por la insignificancia de que no pagan impuestos, como dicen en esta nota, sin entender que son liberales y libertarios y están en contra del Estado (cuando les conviene, naturalmente), yo los quiero reivindicar.

Han querido establecer un paredón cultural para que nuestro virus no se les inocule. Pero lamento decirlo, es tan tentadora nuestra cultura que cualquier buen menonita se corrompe”

La situación con la que me topé me resultó más linda e interesante porque los menonitas estaban admitiendo que eran una mercancía y que, como tal, la gente debía pagar por ella. Es decir, se estaban cosificando; y qué otra cosa más linda hay que cosificarse en esta vida. Bueno, sí, hay muchas cosas más lindas seguramente; pero esta cuestión de desmitificar el cuerpo, de no sacralizarlo, me parece muy bonita.

Dejo la blableta y paso a contar la escena.

Iba caminando por la terminal y no va que un forastero abre los ojos como un búho y deja caer la jeta hasta el pecho: había visto una familia menonita. El turista, que dicho sea de paso era más pálido que uno de ellos, tenía sobre su cuello un armatoste que parecía un cámara de fotos. Desesperado se arrojó contra una pared creyendo que así iba a tomar una mejor imagen. Por la emoción de haber visto a una familia cuya vestimenta parecía sacada del siglo 15, de una película de terror o de una película pornográfica, al improvisado fotógrafo se le cayó la tapa del lente, que impactó contra el piso.

Estaban admitiendo que eran una mercancía y que, como tal, la gente debía pagar por ella. Es decir, se estaban cosificando”

El menonita padre de cejas selváticas lo escuchó y se dio vuelta. Lo miró con un desprecio inusitado. Yo me regocijaba a unos metros de distancia, viendo la escena, en perpendicular a lo que era La Posta de la esquina de la Luro. El foráneo, sin reparar en la ira del menonita, recogió la tapa y se agachó para gatillar de la cámara. Pero el menonazo levantó los brazos y comenzó a sacudirlos, largando gritos en una lengua desconocida. Creo que era latín o alemán.

El fotógrafo se acobardó ante la reacción de la bestia medieval y lo miró con ojitos de guazuncho mojado. El menonazo se le retobó y lo encaró al medio, dejando atrás a su familia. Si pudieran ver el susto de este pálido sujeto estoy seguro que también se conmoverían. Me acerqué a la escena gozoso y danzante, y observé atentamente. El menonita le sacaba una cabeza, y con el dedo lo estaba acusando de no sé qué, mientras que el otro, con su triste cámara en el cuello, lo miraba. Entonces, el gesto clave, universal, trascendental: el menonita levantó su mano izquierda, la cerró casi como un puño y la hizo tronar contra la palma de su mano derecha, una y otra vez. Le estaba diciendo con las manos: “La mosca, querido”, “quiero cash, papá”, “dame la papota”, “yo también quiero teta”, una y otra vez, hasta que el fotógrafo comprendió.

El menonazo levantó los brazos y comenzó a sacudirlos, largando gritos en una lengua desconocida”

Sacó, entonces, un billete de 100 y se lo entregó. El menonita con la cara de un búfalo regresó con su familia y los hizo posar para dos fotos, y se fueron. Yo me acerqué al derrotado fotógrafo, le comenté sobre esta columna y le solicité la imagen. Pero el ingrato me la negó, y encima que lo quería hacer protagonista, me dijo “me salió 100 pesos”, y derrotado guardó su cámara.