Alejandro B. es un adicto que está recibiendo un tratamiento en un centro de salud de Santa Rosa. Lo conocí personalmente mientras realizaba una entrevista con el tranza más honesto de la ciudad.
Se trata de un artículo (que se publicará próximamente) que detalla la vida ardua de un dealer serio, su espíritu emprendedor y su capacidad estoica para evitar tentaciones y para saber tratar a toda hora con la fauna más diversa e intensa.
La idea de dar con un comerciante honesto surgió luego de haber recorrido Santa Rosa un viernes cualquiera sin ninguna intención clara más que salir del tedio de la casa. Esa noche me sorprendió ver tanta gente esnifar sin disimulo en todo momento y en todo lugar.
El baño del bar al que asistí frente a las vías era un desfile, cosa que me pareció lógico. Pero cuando salí unos minutos a comprar un atado me encontré con un show desinhibido en casi todas las veredas. Vi a dos chicas y un chico apenas metidos en un garage descubierto dándose un raquetazo. Otro joven en el kiosco duro como la puerta intentando pedir una lata. Un grupo que, tras bajar del auto y antes de entrar a un bar, dijeron “ahora sí” y se dieron un saque. Más tarde otro flaco al lado de un árbol haciendo malabares para que el viento no tire el polvo. Y así.
Lo conocí personalmente mientras realizaba una entrevista con el tranza más honesto de la ciudad.
Me fui con la sensación de haber visto una cuadrilla de zombies sin brillo en la mirada, que percibían a la ciudad como un decorado vacío, un río sin agua, una pasión sin sangre. No sé si ese era mi estado o si era efectivamente el resultado de lo que la gente consumía. De modo que me puse en la búsqueda de un dealer serio para tener un pantallazo general de los productos que circulan en la ciudad y sus efectos.
Fue así que mientras bebíamos una cerveza y conversábamos con mi fuente, la puerta se abrió y entró Alejandro. Se sentó y le sirvieron agua en un vaso. Nos presentaron y me contó su historia. Dijo que el 18 de agosto de 2019 decidió dejar la cocaína. No fue la última vez que esnifó pero sí el día que lo pensó por primera vez.
Nadie deja en el instante que se lo propone sino luego de una serie de permitidos que pueden durar toda una vida.
Alejandro recuerda ese día porque estaba sentado en su sillón sintiéndose una mierda por haber traicionado a su novia cuando de pronto apareció el dealer como un fantasma enfrente suyo. Eran las 10 de la mañana de un domingo en Santa Rosa.
-¿Cómo entraste acá?- preguntó sorprendido pero sin moverse un milímetro del sillón. El tranza explicó que había pasado la noche ahí mismo y ofreció el último papel que tenía en su bolsillo.
Alejandro aceptó, aliviado por eliminar la culpa luego de decirse a sí mismo que no pertenecía a ese mundo, e inauguró así una cadena de permitidos cada vez más fuleros y cortados que se estiraron hasta la semana pasada.
El 6 de abril del 2024 a las 2 de la tarde dió un cierre a aquella promesa que había dado inicio a las concesiones, vistas en retrospectiva como la peor película de su vida. Sentado en el mismo sillón que hacía 5 años, dijo: “Soy cocainómano”, e inició el tratamiento.
Nadie deja en el instante que se lo propone sino luego de una serie de permitidos que pueden durar toda una vida.
Delantal blanco, camilla negra, un título enmarcado sobre una pared pálida, un escritorio, una lámpara verde. La imagen no podía ser más dolorosamente típica. El médico entró y dejó unos papeles sobre la mesa. Se sentó. Observó a Alejandro que miraba el piso, su vergüenza, y agarró de nuevo los papeles.
-Estos son los resultados-, dijo.
Tenía el tabique como una cascada, los ojos ovalados y una boca semi-abierta.
-No sos cocainómano-, informó el médico. El otro levantó la mirada.
-Sos alcohólico.
Alejandro no recuerda cuándo fue la última vez que tomó de la buena. Cuando la probó por primera vez lo hizo tímidamente, como pidiéndole permiso a sus rutinas. Buscaba un poco de “intensidad”. Sin embargo la cocaína lo engañó. Le hizo creer que podía entrar y salir. Pero lo único que entraba y salía era el dealer de su casa al que esperaba todo el día.
Sus rutinas se desplomaron y se erigieron alrededor de los caprichos de tranzas sin empatía que aparecían y desaparecían de acuerdo a sus intereses y nada más que a sus intereses.
En las esperas, descubrió el morbo del monólogo desquiciado en compañía de pajarracos indeseables. Cometió el error de creer que podía concretar las cosas que planeaba de jarana. Y empezó a tomar hasta para saborear mejor el cigarro.
No hubo más sexo, ni amor, ni música. La única fiesta que se desarrollaba ocurría alrededor de la mesa donde el dealer picaba la merca para escapar de la horripilante sensación de que el polvo en la bolsita se está terminando…
No aguantó más las impuntualidades de su proveedor y empezó a recurrir al primer barrilete que encontraba. El producto que consumía fue deteriorándose junto con su salud mental, hasta que sus días pasaban sumergidos detrás de una capa de dureza total. Se le congeló la sangre, la mente, el alma. Dejó de reír, de llorar, de gozar.
La única fiesta que se desarrollaba ocurría alrededor de la mesa donde el dealer picaba la merca para escapar de la horripilante sensación de que el polvo en la bolsita se está terminando…
-Sí, sos alcohólico-, reiteró el médico-. No tenés cocaína en sangre. En cambio, tenés un hígado bastante dañado.
Alejandro se puso pálido como la pared. No sabía si le estaban haciendo una joda o si definitivamente se había vuelto loco.
Ocurre que Alejandro había empezado a consumir todo lo que aterrizaba en su nariz. Los carroñeros inescrupulosos le suministraban una bolsa tan cortada que directamente no tenía ni una pizca de cocaína. Como lo anestesiaba, Alejandro no se quejaba. Además atravesaba la curva descendente de su vida y mucho no le importaba.
Permanecía en un estado de solidez insoportable y la única forma que encontraba para descontracturar su alma era con alcohol. Desde muy temprano abría una cerveza y seguía todo el día con whisky y ginebra. Bebía de a sorbos en un acto reflejo, casi inconsciente, necesario para relajar, como fumar un cigarro. Por eso ni remotamente se imaginó que en verdad tenía un problema con el alcohol.
-No sos la primera persona que viene creyendo que es cocainómano y descubre que no estaba tomando cocaína, sino otra sustancia mezclada.
Alejandro no recuerda con precisión las sustancias que tenía en sangre y orina, pero en general a la reina blanca se la corta con talco, Maicena, aspirina, vidrio molido, bicarbonato de sodio o antiflamatorio.
“Se la suele mezclar con un revuelto medicamentoso. También se utiliza levamisol, un antiparasitario para vacas que adormece los labios”, explica Emilio Ruchansky, periodista especializado en drogas y editor de la revista THC, en un entrevista publicada en Página12.
Según detalla Carlos Damian, jefe de servicio de Toxicología de Fundartox, en países que no son productores como Argentina los consumidores obtienen un producto con un 30% de cocaína. No fue el caso de Alejandro, que directamente recibía un menjunje de distintos polvos blancas.
“No se puede generalizar, varía según la sustancia que se incorpore, el tema es que en la gran mayoría de los casos no se sabe con qué la combinan”, dice el profesional de la salud.
El problema mayor que persiste alrededor de los estupefacientes, se sabe, es el corte que se origina como consecuencia de la prohibición y del comercio clandestino, provocando, entre otras cosas, mayores dificultades pulmonares, cardiovasculares, hepáticas o renales.
“A las alteraciones físicas hay que agregar otras psicológicas y sociales propias de la adicción”, dice Carlos Damian.
Y esos desequilibrios psicológicos fueron los que castigaron a Alejandro, aislándolo de la vida social.
El problema mayor que persiste alrededor de los estupefacientes, se sabe, es el corte
El médico le aconsejó y le proporcionó una lista de direcciones y contactos de alcohólicos anónimos y de psicólogos. Alejandro salió del consultorio sintiéndose un espectro de otro tiempo, como mirándose desde afuera. En ese estado de irrealidad, recordó los últimos años de su vida y sintió que un bloque oscuro de angustia se impregnaba en toda su mente y cuerpo.
Tras difíciles sesiones con psicólogos y grupos terapéuticos, unos meses después Alejandro empezó a “salir adelante”. Pudo dejar el alcohol y empezó otro tipo de actividades. Sin embargo en casi todo momento sospechaba que a su vida le faltaba un poco más de “pimienta”. No podía volver a ser el correcto hombre de familia que se despierta a las 6.30 y se acuesta a las 22.
Dejándose iluminar por la luz de las coincidencias, un día cualquiera y a través de un amigo de otro amigo, conoció al comerciante anteriormente nombrado, el tranza más honesto de Santa Rosa.
Hoy Alejandro es un moderado cliente vip, porque el señor dealer, que suministra un producto más caro pero sin corte, no deja ingresar a cualquier pajarraco a su hogar. Si bien volvió a tomar moderadamente, lo que consume no le deja resaca ni le impide realizar sus actividades diarias; además no probó una gota más de alcohol. Cuando Alejandro aparece -dice- se lo trata con respeto y le ofrecen solamente un vaso con agua.
Por eso, ante la duda, siempre recurrí a tu dealer de confianza.
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