Ariel Pájaro Sumajer, el Embajador de la Picaresca Pampeana

Es el pájaro cantador con más trayectoria de la zona, y tiene un rol crucial en el medio ambiente espiritual de La Pampa profunda y sus provincias aledañas. Vida y obra del primer músico y monologuista de la llanura.

Si alguien puede representar la irreverencia festiva de La Pampa es Ariel “El Pájaro” Sumajer. Monologuista de la llanura, standapero de la localidad pujante del sur, con su guitarra siempre a cuestas y sus cuentos dotados de campos, de bares perdidos y casas de barrio, con personajes alucinados, entrañables y precipitados, empujados por un sentido común extremo, hacen del Pájaro Sumajer el Embajador de la Picaresca Pampeana. No hay otro.

Dios me ha dado un don, yo he hecho lo que él me enseñó”, dijo Luis Landriscina en esta reciente entrevista, referente natural del Pájaro, quien hace una década siguió ese consejo y explotó decididamente su talento, el de narrador popular, héroe de sobremesa, maestro del fogón, retratista oral de la idiosincrasia y de los mitos que pululan en los pueblos olvidados por el centralismo provincial. 

En sus cuentos hay paisanos, hay viejos lobos de la noche, hay gringos de pueblo que derrochan colesterol con sus cachetotes coloraos como pimientos, la frente blanca, la remera sobre el pupo y el jean a mitad del tuje; en sus historias danzan porteños que ordeñan toros, atrevidos ingeniosos que no dejan a nadie sin apodos, está la vieja que le dicen comedor escolar y el viejo que lo llaman Mocoretá de naranja porque de las chotas la mejor, o al que bautizan sapo sin lengua: no puede levantar el bicho.

Pueblo chico el de Bernasconi cargado de personajes que viven en casitas de barrio bien pegadas llamadas casa-cucha porque mientras unos tienen sexo otros escuchan, en camas que han pasado de tantas generaciones que aunque no se utilicen de fondo siempre se escucha el wiqui wiqui wiqui, o bien cada tanto se escucha la radio del pueblo que para trabajar maneja con tranquilidad sus horarios y la llaman FM El Culo porque abre y cierra cuando quiere. 

Retratista oral de la idiosincrasia y de los mitos que pululan en los pueblos olvidados por el centralismo provincial

Los velorios, donde hay uno -el Chuni- que acomoda la peluca del finao con un clavo y gangoso él promociona su funeraria en la radio (“Acá tenemos todo sólo nos falta usted”), son desopilantes e igual de importantes que los bailes del pueblo. Está un mellizo que adivina las bombachas gracias a sus nuevos zapatos de charol espejados y el cabezón del condado que saca a bailar a 14 a la vez. 

Los hay optimistas como Fernandito que ante cada tragedia sentencia que podría haber sido “pior”, y los hay escabiadores como el Negro Barragán que se agarró un sólo pedo a los 14 y lo mantuvo hasta los 60. Y por supuesto está Pájaro, nuestro protagonista, sociólogo callejero, mide la temperatura del pueblo y toma nota. Con mirada y olfato (nariz) aguileña, lleva a todos lados bajo el brazo el libreto desde donde saquea situaciones de la realidad y las hace sátira, las deforma, les ajusta una tuerca, les omite o agrega un detalle.

Infancia y adolescencia, el origen de la picaresca

Sus ojos están en alguna línea del techo de una escuela primaria de Bernasconi pero en realidad visualizan una mesa y al anfitrión, su padre, y a señores de voz gruesa sentados alrededor que ríen, beben, escuchan tango, respiran humo y bohemia, hay músicos, hay cuerdas y guitarras apoyadas en una pared desde donde el mismo pibe que ahora imagina, está observando, entusiasmado.

-¡Ariel! Prestá atención. 

Pájaro nunca fue un buen alumno, bastante volado era, ya en tercer grado soñaba con ser músico, y aunque esas reuniones dejaran de existir, lo iban a marcar para el resto de la cosecha de los días. 

Ahora tiene 16 años y patea la calle, lleva la guitarra a todos lados aunque no sabe bien para qué. Ya está consolidado en la noche, es de los que salen un miércoles y vuelven el mismo día de la semana siguiente. A falta de un padre es adoptado por viejos zorros de bares que lo influenciaron, muchos nombrados anteriormente, de quienes aprendió la picardía y a ser, en el fondo, buena gente. No es alérgico a nada pero el trabajo formal le genera cierto sarpullido espiritual, así que se las rebusca para mantener algunos vicios. De repente algo le sugiere que debe colgarse de un vagón en movimiento e irse a Cipoletti. Allá va, con una mochila marrón, 2 remeras, un pantalón y seco como una pasa de uva en Algarrobo del Águila. Es alojado por una familia amiga, limpia colectivos y se hace verdulero. Su madre, al poco tiempo, lo hace traer “de las pestañas”. 

Pájaro, nuestro protagonista, sociólogo callejero, mide la temperatura del pueblo y toma nota

Surge un divertido Pájaro cantor

Un Pájaro de 20 años, buscavida, jipón mal, petiso andador, codo en barra, sucio y desprolijo (diría Pappo), seguirá pedaleando un tiempo más hasta que Juan Manuel Doba, más conocido como Polo, lo lleva a trabajar de mozo a una sanguchería de Santa Rosa. Fue crucial porque mató dos pájaros de un tiro: servía lomitos y aprovechaba para hacer contactos en el ambiente artístico. Un año y medio más tarde volvía a su pueblo natal y abría su propio bar, A Donata. Entendió que podía vivir de la música. 

Se abre la puerta de su carrera artística que lleva más de tres décadas. Los primeros 11 años estarán enfocados en la música, siendo el humor un complemento del show (“porque veía que entretenía y pa cuidá la garganta”). Incorpora a Darío “Tato” Machetti, su tecladista estrella. Un ser especial, un genio nato, un tipo tocado por la varita del talento. Introvertido hasta la exageración, Tato agarraba en la primaria dos lapiceras y hacía vibrar el aula como si el banquito fuera una batería. Cuando sus padres le regalaron un teclado, Tato sacó notas de inmediato como si hubiera tocado toda su vida. Pájaro vio el talento y lo reclutó. “Era un fuera de serie, nunca antes visto, tenía un don”, remarca. Ahí fue el boom, Pájaro cierra su bar y vendrán años dorados de recaudación, giras en otras provincias y una popularidad en ascenso.

Compañero de ruta: Pájaro junto a Tato, su tecladista estrella. Durante años recorrieron La Pampa y otras provincias.

En Monte Hermoso, donde fuimos furor, teníamos un tema fuerte antes de pasar la gorra. Se llamaba “Camino a San Francisco” y yo tocaba con la guitarra entre las piernas y Tato tocaba el teclado con la frente, la nariz, el codo, casi que hasta con la chota. Era muy llamativo. Ahí poníamos al público a punto caramelo y pasábamos la gorra, juntábamos buena moneda, y a los que dejaban un 100 en aquella época, yo les sacudía una tarjeta. Nos hicimos conocidos, empezamos a laburar casi todos los días y nos llamaban de instituciones vinculadas al agro para animar fiestas”.

Trabajaban martes, miércoles, jueves, viernes, ensayaban en cabarts y tocaban los fines de semana en pueblos. “Teníamos mucha química en el escenario”. Los shows duraban 5 horas y necesitaban estirarlo como sea. Entonces fueron los impulsores del karaoke: mientras él cuidaba su garganta, invitaba a las personas a cantar y, de paso, la fiesta se hacía más familiar y cercana. El karaoke empezaba a expandirse en La Pampa y, otra vez, el ave Sumajer mataba dos pájaros de un tiro.

No es alérgico a nada pero el trabajo formal le genera cierto sarpullido espiritual, así que se las rebusca para mantener algunos vicios

“Hubo situaciones bravas también, sobre todo cuando tenía que salir a buscar la guita en la noche, tenía mujer e hijo y el ambiente de la noche es duro… hubo muchos golpes hasta que pude dedicarme 100% a esto”, advierte en esta entrevista exclusiva con Revista BIFE. 

El arco del humor: de la bohemia a la profesionalidad

Si era malo para la escuela, para recordar un cuento era excelente. La vagancia de andar en la calle le suministró una buena cantidad de anécdotas a temprana edad. Más allá de Fontanarrosa, Landriscina y Olmedo, se formó yendo a buscar el cinzanito en los bares cuando caía el sol. Rápidamente se destacó en las mesas de aquellos boliches. “Como me faltó el viejo de muy pibito, los viejos vagos de los bares como que me adoptaron, y gracias a esa gente salí buen tipo. Todos esos personajes que yo nombro son verídicos, eran todos parroquianos de bares”, explica. 

En un momento dado, Pájaro decide separarse de Tato y dedicarse exclusivamente al humor. Acá es cuando se populariza. Lo llaman de instituciones vinculadas al agro y junta buen dinero –semanas de 300 mil pesos– que, en un principio, es depositado en la timba. Poco a poco y gracias a su pareja empieza a cuidar su imagen, es decir, deja de quemarla en el casino y de tomar whisky en los show. “Antes para determinar el precio de mi show, calculaba cuánto necesitaba para la semana más una botella de whisky en el escenario, y así no iba pa’ ningún lado. Entonces pensé: ‘¿y si pido más dinero y de última me compro yo la botella y me la tomo cuando quiero en mi casa, tranquilo?’”. Empezaba a asomar la etapa del Pájaro responsable, rigurosamente profesional.

“Qué se yo, la estampa de bohemio de los bares también es una imagen que se vende”, se le comenta con cierto escepticismo, y Pájaro responde: “Era una imagen para vender en los lugares que yo estaba, pero nunca iba a crecer. Ese ambiente era el del cabaret, con mucha delincuencia y otras cuestiones, y si bien yo nunca me mezclé en nada, andaba ahí. No fue fácil. Por ejemplo estabas tocando en una noche hermosa y venía de repente un borracho a ofrecerte piñas entonces uno tenía que dejar la guitarra y batirse a duelo. Digamos que la educación no era lo que prevalecía. Pero bueno, cambié de ambiente y me empecé a vestir distinto, antes tenía pinta de borracho, jipón, desarreglado, pero mi mujer me educó en ese sentido. Ahora ya me mezclo en cualquier lugar y la paso bien”. 

Mejor no hablar de ciertas cosas

En una época de transición que pretende cambiar ciertos paradigmas, con una sociedad sensibilizada hasta casi la infantilización, el humor es un nervio que se pone en debate. ¿Puede haber un humor deconstruido o es puro humor descafeinado? ¿Cuáles son los límites del humor? ¿Tiene límites el humor? Que no podamos soportar ciertos temas en clave satírica, ¿qué dice de nosotros? Como sea, un retratista de la idiosincrasia de un pueblo de La Pampa puede llegar a tener “problemas” cuando trabaja en alguna ciudad careta, o puede estar condicionado como “Messi con una pata atada”. 

Yo tocaba con la guitarra entre las piernas y Tato tocaba el teclado con la frente, la nariz, el codo, casi que hasta con la chota

Hoy me cuesta componer por lo susceptible que está la gente. Tenés que pensar cinco veces antes de contar un cuento, necesitas mucha concentración para no meter la pata. Igual yo tengo una personalidad que es como que se me permite ciertas cosas; lo comprobé una noche en Monte Hermoso. Hacía un show en el trasnoche que era verde, bien verde, y estaba hasta las pelotas. Y por ahí uno del público quería hacer un cuento menos verde que el mío y a la gente le caía mal. A mí se me reconocía, porque me decían que tenía una gran capacidad para putear, era muy grosero pero se ve que no caía así. Personalmente voy puliendo el show, hay muchos cuentos que se me vienen pero que los borro. Ahora estoy más para el humor en familia que para otra cosa. Es como tener a Messi para que juegue con una pata atada. Yo sé que doy para más, porque es otro tipo de energía la que se genera arriba del escenario cuando tenés libertad plena”.

Camino a San Francisco: cuando Pájaro ponía la guitarra entre sus piernas y tocaba con una Quilmes helada, Tato le daba al teclado con la frente. El público enloquecía y dejaba buenos y crocantes billetes

Ariel Sumajer sigue contando anécdotas del otro lado del teléfono, en su Bernasconi natal. Se detiene en su madre que lo bancó y le compró su primera guitarra amplificada, en Hugo “El Narigón” Ruiz, amigo devenido manager, el que lo apuntaló, su pata espiritual, “esos tipos que sacan lo mejor de uno”. Pájaro sobrevuela momentos que podrían haber sido bisagras en su vida artística como cuando rechazó un trabajo en un crucero relevante por el nacimiento de su hijo o cuando pegó el portazo luego de quedar seleccionado en el Show del chiste de Tinelli porque previamente lo habían boludeado (“nunca me dejé manosear por un productor”).

Más allá de Fontanarrosa, Landriscina y Olmedo, se formó yendo a buscar el cinzanito a los bares cuando caía el sol

Recuerda a los viejos zorros que lo influenciaron, remarca que a sus 51 años artísticamente está en el mejor momento, se centra en algunos shows, en esos arrebatos de éxtasis que hacen del mundo un lugar habitable, esas ráfagas de felicidad y excitación que ocurren cuando se improvisa arriba del escenario, cuando se da vuelta una tuerca, enfrente el público ríe, aplaude, y él -dientes separados, sonrisa pícara- levanta los hombros y dice: “Y uno se ha criao con estos personajes”. 

Estos personajes que Pájaro ha exhibido a lo largo de 30 años, pero que ahora él mismo se ha expuesto en este texto, porque finalmente el narrador ha sido narrado. El Pájaro se hizo cuento y leyenda del sur, la “capital de la alegría”. Junto al Negro, al Vasco y tantos otros, es un personaje más de sus historias. Acaso la síntesis de todos sus relatos. 

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