Rugbiers, o la banalización del alcohol

Muchos medios asociaron la brutal y cobarde golpiza de los rugbiers con la ingesta de alcohol. En el marco de la recta final del juicio por el crimen de Báez Sosa, Mina Harker reflexiona sobre el componente espiritual de la bebida y dice: “Por más alcohol que un rugbier tome, va a seguir fantaseando con pelotas ovaladas, sangre y hombres sudados, con botines y complejos vitamínicos”.

By Mina Harker /

Si un hombre es criado por lobos, como cuenta la leyenda, vivirá como un lobo; también es cierto que los hombres que viven entre hombres están destinados a perpetuar ese comportamiento infame; el peor de los casos, naturalmente, es el de un rugbier que existe entre rugbiers, porque inexorablemente será un boludo. Un dato no menor sobre esta gente es que ningún escritor de talento los ha utilizado como personajes de ficción. Así de pequeño es el horizonte simbólico que los rodea y constituye. Por eso me sentí profundamente herida cuando a su cobarde brutalidad asociaron el catalizador sagrado de la genialidad: el alcohol.

Por más alcohol que un rugbier tome, va a seguir fantaseando con pelotas ovaladas, sangre y hombres sudados, con botines y complejos vitamínicos. Hegel lo dijo: en la semilla está el árbol. El que es, ya era. Y lo cierto es que la gente en general se parece bastante a los rugbiers. También ellos se sienten más vivos cuando inclinan el codo, y brillantes cuando lo empinan, justo antes de perder la consciencia, vomitar y mandarle mensajitos mal escritos a sus ex.

El peor de los casos, naturalmente, es el de un rugbier que existe entre rugbiers, porque inexorablemente será un boludo

Entonces, cuando presencio apologías al alcohol (y a otras sustancias herméticas) en círculos donde la conversación gira en torno a deportes, hijos, Netflix o Mariana Enríquez, no puedo dejar de sentirme un poco violentada. Estos pequeños esbirros del agua han precipitado el alcohol (que inspirara a Shakespeare y a Marlowe, egregios borrachos del período isabelino, a Sócrates que caminaba descalzo con una alforja de vino bajo el brazo y al que nadie jamás vio ebrio; el whisky que fulminó a Dylan Thomas en dieciséis medidas; la ginebra que le afinaba la voz a Luca) en los abismos del desprestigio.

Los alcohólicos de pirita son, por supuesto, muy fáciles de separar de los alcohólicos de oro. Para empezar, los alcohólicos de pirita nunca beben solos, siempre en manada, como los rugbiers. Su modus operandi es el de los grupos. Celebran con gritos y aplausos al que más toma para otorgarle legitimación a una experiencia cuyo sentido se les escapa. No pueden prescindir del público porque entienden que tomar es una prueba de fuerza, tomar no interesa, necesitan demostrar que toman. Pero la verdad es que ni siquiera toman, juegan a tomar. No se les cae una idea, pero son capaces de proponer mil artificios con naipes y monedas para “ganar tiempo”; mientras antes junten el valor para acosar a una piba o para patearle la cabeza a una persona inconsciente, mejor.

Por más alcohol que un rugbier tome, va a seguir fantaseando con pelotas ovaladas, sangre y hombres sudados, con botines y complejos vitamínicos

Resulta, sin embargo, que el alcohol no es un medio para un fin, sino el fondo sobre el que ocurre la magia, el escenario donde se proyecta el individuo. Por eso dejar de tomar para los alcohólicos de pirita es muy sencillo, solo tienen que dejar de tomar. Pero para los alcohólicos de oro, dejar la bebida significa renunciar al universo.

El alcohol se despliega en el libro multiplicando los sentidos, materializa la música, purifica la imagen y estiliza el lenguaje de los oradores. Pero para que esto suceda es muy importante saber de antemano qué leer, qué escuchar, qué mirar y, fundamentalmente, con quién conversar. Los moralistas que son acaso el escalafón más patético de la sociedad, incluso aventajando a los rugbiers, dicen que los que toman lo hacen para solucionar sus problemas. Los alcohólicos de pirita sí, de acuerdo. Pero los de verdad, esos que se quedan hasta altas horas de la noche con sus botellas y sus pensamientos, lo hacen para problematizar soluciones.

Para los alcohólicos de oro, dejar la bebida significa renunciar al universo

Me disculpo por el carácter taxativo y senatorial de la siguiente declaración, pero no puedo arriesgarme en un asunto vital a ser mal comprendida: es fundamental volver a separar el alcohol del rugby, porque nada le ha hecho tanto bien a la literatura como el alcohol y no hay nadie en este planeta más aburrido que una persona que juega al rugby. Hay gente que lee antes de irse a dormir para que le agarre sueño, yo entro en Tinder y me pongo a chatear con un rugbier.

Como buena teórica, nunca me olvido de la práctica. Por eso les quiero recomendar un cóctel (sean rugbiers o no) que nunca los va a dejar haciendo estupideces:

En un vaso grande echamos algo de escepticismo, con angustia incluida partiéndola con las manos, y reservamos un pedacito para decorar más tarde. Añadimos dos cucharadas de disconformidad. Antes de partir la belleza, la presionamos ligeramente y rodamos contra la mesa para que se reblandezca por dentro. La partimos por la mitad y con la mano la exprimimos sobre el vaso para que suelte todo el jugo. Usando un lápiz de madera a modo de mortero, “pisoteamos” los tres ingredientes para mezclarlos bien. Echamos hielo picado hasta la mitad del vaso y añadimos soledad hasta que rebalse.