La desolada isla de los cuervos de mar en la Laguna Don Tomás

En un día ocioso de enero, Parra se sienta en la Laguna y da un pincelazo a la pequeña isla, hogar de diversos pájaros. Descripción, análisis y comportamiento de los biguás o “cuervos de mar”. La leyenda guaraní sobre violencia de género que encierra a estas aves.

Se encuentra más o menos en la mitad de la laguna, a unos pocos metros de la orilla. El mejor lugar para observarla es desde otra isla, una más grande, donde historias se evaporan cuando uno evoca el recuerdo del bar que estuvo atrás. La islita tiene aproximadamente doce metros de largo y cinco de ancho. En algún momento tuvo una superficie prolija, cortada al ras sobre una capa verde clara. Incluso existió, entre los dos árboles secos que subsisten, desamparados por el tiempo, una casita de madera, un pequeño hogar de aves. Como contención, troncos de menor tamaño cubrieron el contorno de la islita, y en cada uno de ellos era habitual que un ave se instale. Ahora, el pastizal destrozó la casita, la devoró, como también al resto de la superficie. La circunferencia no está contenida, está expuesta a la erosión del viento y del agua. Y los pájaros no se chocan más para ocupar el mejor lugar. Solo un puñado de misteriosas aves, mayormente biguás, persisten. No sabemos si estuvieron desde siempre, o si arribaron cuando la cultura se desprendió de este lugar.

Los biguás tienen diferentes nombres según la región. Yeco en Chile, Pato Negro en Bolivia, Cotúa en Venezuela, Patillo en Perú. También se les dicen Cuervo de mar o Pájaro chancho. Viven en mares, ríos o lagunas. Miden 70 cm de largo y pesan casi 1 kilo. Su cuello forma una S. Algunos tienen un parche de garganta de amarillo-castaño. Durante la temporada de cría, aparecen mechones blancos a los lados de la cabeza, y el parche de la garganta desarrolla un borde blanco.

Encontré en Corrientes dos hermanos que sienten la misma devoción por estas aves. Se llaman Paulo Ferreyra y Abel Fleita. Fíjense con la precisión que hablan: “Cuando aún no lo conocemos, durante la infancia, el biguá es una extraña ave ya que al no tratarse de un pato se vuelve raro encasillarlo”. Y es verdad, algo que conmueve es que no se los puede etiquetar.

Sólo los biguás persisten. No sabemos si estuvieron desde siempre, o si arribaron cuando la cultura se desprendió de este lugar”

De ellos descubrí la leyenda guaraní que retrata al biguá como un vengador de violencia de género, un ave que liquidó al violento secuestrador de su pareja. Resulta que el biguá se había ligado hacía muy poco con su nueva y bella esposa, llamada Jeruti. Un día el biguá salió a cazar y el carpincho (llamado Kapi’igua por el escritor guaraní Girala Yampey), un mal vecino, la secuestró y a rastras la llevó para los juncales. Al tiempo el biguá lo encontró y lo despedazó, pero la joven bella desapareció. Por eso se lo conoce al biguá por aquellas zonas como un “buscador enamorado”.

Jorge Cafrune le canta a los biguás

Durante una hora cuatro biguás negras estuvieron en el mismo sitio. Tres de ellas en un tronco, y el restante en el otro. Uno se ubicaba en lo alto, distanciándose de sus pares, que a su vez también mantenían una relación diferencial entre sí, pero más corta: su organización es piramidal. Hay otros seres vivos revoloteando en la isla, otros biguás y diversas aves se aproximaron en el transcurso de los 60 minutos. Estos cuatro, creo, no se percataron de la existencia del resto, o por lo menos no se desconcentraron por el revoloteo. Estuvieron firmes, casi impolutos. Según se observa, son los más grandes de la muchedumbre, con el porte decididamente oscuro.

Tienen la profundidad de los cuervos y la torpeza de los patos. Su canto es semejante al chillido de un chancho asustado, pero su porte es respetabilísimo. Combinan la belleza con la vulgaridad, y eso da como resultado un ejemplar exótico y elegante. Suelen pasar tiempo asoleándose para secar su plumaje, lo que devela también un espíritu vago y atorrante.

Así chilla un biguá.

Lo que más impresiona es su capacidad para quedarse quietas. La quietud constituye sus plumas. Miran en diferentes posiciones, y si sus ojos trazaran una línea, conformarían un mapa de la isla. Su porte, como se dijo, es decididamente oscuro, dos de los cuales se encuentran erguidos, con el cuello más estirado. El resto, si bien tienen una silueta ligeramente oblicua, están afirmados en sus ramas.

Son monógamos y procrean en colonias. El nido es una plataforma de ramitas con una depresión en el centro rodeado con ramitas y gramillas. Ponen hasta cinco huevos blanquecinos, azulados y blancos. Ambos sexos incuban durante aproximadamente 25–30 días, y ambos padres alimentan los jóvenes hasta alrededor de 11 semanas. A la duodécima semana los pichones son independientes. Tiene una camada de cría por año.

Combinan la belleza con la vulgaridad, y eso da como resultado un ejemplar exótico y elegante”

En todo este tiempo, dos ráfagas alternativas se presentaron, duraron cinco segundos cada una. Ocurre que hay un punto muerto a mi izquierda, a metros de mí, entre el puente verde de chapa desgastada y la terminación de esta isla grande donde estoy sentado. Es un pequeño sector estancado, sin circulación, ni siquiera el viento provoca movimiento. Pareciera que el tiempo, allí, se hubiese detenido.

Seis cuervos de mar, pero de menor contextura, con el pico amarillo, dieron cuatro vueltas alrededor de la isla, cuatro retornos a lo mismo. Pero dos de ellos siguieron más allá de la hora.

En el costado derecho de la isla hay dos aves, de otra especie, parecen garzas, con el pico prepotentemente largo. Todo este rato estuvieron metiéndolo y sacándolo del agua, una y otra vez, sobre sus patas largas, sin detenerse. O son increíblemente curiosas, o están profundamente desesperadas, porque ya conocieron todo y no encontraron nada.

Me acerco más, bien a la orilla para sacarle una foto. La saco, pero se da cuenta y se va. Yo también le doy la espalda. Me voy a dar la vuelta a la isla. Dos parejas, seis palmeras, una baranda verde. La recorro. Una montaña de tierra, dos cuadrúpedos, un bar que no está. Regreso. El pato también. Está en el mismo tronco, la misma rama. Sigue de espadas a mí.

Son las 19:30. La tierra cayó, nosotros con ella también. El sol está, pero no lo puedo ver. Apenas queda el resplandor de algo que no sé qué es, moviéndose en el horizonte, como luces tardías, llegando siempre tarde. Un brillo que ya no existe. El espectáculo me lo perdí, sucedió a mis espaldas. Acá no hay nada más que hacer, no hay nada más que ver. Me voy. Me fui. Porque en realidad nunca estuve, sino en esos cuervos de mar.

136 thoughts on “La desolada isla de los cuervos de mar en la Laguna Don Tomás

  1. Muy buen comentario en forma de relato para conocer lo nuestro que está aquí a pocas cuadras del centro de la ciudad, así como la descripción y comportamiento de los BIGUÁS o “Cuervos de mar” y la leyenda guaraní sobre el carácter vengador de la violencia de género que portan estas aves.

    1. Gracias Ricardo. Un fuerte abrazo.

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