¿Qué historia hay detrás de las dos madres que usurparon una vivienda en Toay?

Las madres temen que mañana las desalojen y queden nuevamente en la calle con sus niños. Infancias duras, violencia, trabajo, emprendimientos para salir adelante y una realidad cada vez más adversa. La historia de Antonella Villalva y Florencia López

Milei se convirtió en el primer presidente libertario del mundo gracias a un peronismo que con los años se enfrascó en un mundo de fantasía y no logró contener a los sectores de la sociedad cada vez más vulnerables.

Rápidamente, Milei empeoró la ya precaria cotidianidad de la gente y se consolidó como “influencer mundial”, más interesado en librar una batalla cultural en eventos internacionales y en fotografiarse con los nuevos dueños del mundo, como Elon Mask, Mark Zuckerberg o Sam Altman, CEO de OpenIA y Worldcoin. Este último es un proyecto de criptomoneda biométrica con reconocimiento de iris.

Worldcoin largó una campaña en el mundo para obtener la identidad y los datos de la gente -el oro del SXXI- a cambio de dinero, “con la misión de construir la red de humanos verificados más grande para dar acceso a la economía global”, según señalan en su página web. Dejándose escanear el ojo, la empresa te ofrecía una suma considerable de plata.

En septiembre del año pasado, Antonella Villalba, madre de 25 años y 3 hijos, quien la semana pasada usurpó una vivienda del municipio de Toay, se enteró de la existencia de Worldcoin y que en Buenos Aires pagaban casi 100 mil pesos por dejarse escanear el iris. “Solo te sacan una foto del ojo?”, preguntó incrédula Antonella y buscó los medios a su alcance para viajar. A los dos días le depositaron 92 mil pesos.

Antonella preparando la camilla para atender a una de sus clientas. Realiza tratamiento de pestañas “pelo por pelo”

Con ese dinero invirtió en dos lámparas, un ventilador y productos para uñas y pestañas, que le ayudaron para crecer en su emprendimiento de estética que lleva adelante desde hace 4 años, a la par de la venta ambulante de frutas y verduras. Antonella, con sus hijos a cuestas, recorre las calles de Toay, toca puertas y ofrece alimentos y servicio estético.

No le iba mal. Con su empuje, se la rebuscaba para pagar un techo y alimentar a sus niños. Hasta que, tras la desregulación de la economía, aumentaron los alquileres y la gente perdió poder adquisitivo: no pudo costear más el alquiler, sus ventas cayeron estrepitosamente y quedó en la calle. Antonella es una caída del sistema libertario y de una gestión municipal que no le da solución.

Nacida en Santa Rosa, tuvo una infancia que intenta olvidar. 9 hermanos, una madre alcohólica y un padre que abusó de todos su hijos. Un día una de sus hermanas intentó apuñar a su padre con una tijera. Como castigo el padre le cortó la mitad de los 4 dedos de la mano derecha. Antonella, siendo una niña, recuerda haber levantado las falanges del piso y llevárselas a su hermana mayor creyendo que se los podía volver a poner en su lugar.

Otro día, mientras el padre abusaba de una Antonella de 8 años, logró escapar y meterse en un hueco de una de las puertas de la casa. “Cállate la boca porque los voy a matar a todos”, amenazó el padre. Ese momento lo recuerda “patente” porque al día siguiente tenía que actuar en el colegio por un 25 de mayo.

Al poco tiempo se fue a vivir con la hermana que sufrió la perdida de parte de sus 4 dedos. Estuvo ahí desde los 8 a 12 años. Ella le enseñó a leer y escribir. Prácticamente en esa etapa no salía de la casa.

Trabaja desde los 9 años. Ha cuidado niños. Ha limpiado casas y terrenos. Y ha vendido torta fritas hasta el hartazgo. “Siendo niña iba a la carnicería antes de que abra a la mañana y me llevaba huesos para los perros y grasa para hacer las tortafritas”, cuenta al cronista de Bife. “Fue una infancia tan chota que no recuerdo ni quiero recordar muchas cosas”.

Luego tuvo una etapa de vivir en diferentes casas. Se la podía ver con una mochila de acá para allá en la que cargaba comida, ropa, cremas.

Uno de los niños de Antonella, durmiendo en una de las viviendas de Toay

Más adelante convivió con el padre de su primera hija, en el barrio Mataderos. Un día unos individuos le dispararon en la pierna y casi se desangra. Antonella, embarazada, lo cuido en ese proceso hasta que descubrió que le era infiel. Tras el reproche, recibió un golpe que le hizo volar una muela y una patada en la entrepierna que provocó que se adelantara el parto.

Antonella convivió un tiempo pero después se fue. En 2021 le quitaron a su primera hija (hoy de 6 años) por encontrarse en situación de calle (vivía en lo de una amiga). No la pudo volver a ver. Por eso, cada tanto, se escabulle en algún acto del colegio y a la distancia la observa.

“Paso a paso”, dice Antonella, sollozando. “Primero un techo, después acomodarme con el trabajo y luego tener un poco más de plata para pagarle a un abogado y recuperar a mi nena”.

Más adelante pudo alquilar un departamento en Toay hasta la semana pasada porque se empezó a partir al medio, con riesgo de derrumbe.

“Mi vida es toda lucha, estoy cansada”, resume Antonella. “La psicóloga me dijo que no puedo estar de acá para allá, que necesito una casa para criar a mis hijos”.

El viernes pasado apareció, de repente, el padre de uno de los hijos de Antonella. Según dice la madre, lo llamaron para que vaya a quitarle a su hijo. Antonella gritó pidiendo ayuda.

Florencia López, la otra joven que usurpó la casa de al lado, de 20 años y con una beba de 7 meses, llamó a su madre, sus hermanas y otras personas, e impidieron que el hombre se lleve al niño.

Uno de los patrulleros que vigila las viviendas las 24 horas. Las madres no pueden salir porque temen no poder volver a entrar

La semana pasada Florencia estuvo a punto de dormir con su niña en uno de los vagones del tren de Toay. Por esa razón su nena pescó una angina. En ese momento se contactó con Antonella y juntas ingresaron a una de las viviendas del barrio Los Profesionales.

Florencia decidió tener a su beba tiempo atrás porque estaba alcanzando cierta estabilidad laboral como depiladora y brindando servicio estético, al igual que Antonella. Sin embargo, la economía se derrumbó y no pudo pagar más el alquiler, que pasó de 25 mil a 190 mil pesos.

El padre de la niña es hachero. Vive en el campo y cada vez que vuelve a la ciudad ve a su hija. Florencia, no obstante, no le solicita ayuda económica porque apenas gana 6.500 pesos al día trabajando de 7am. a 7pm.

 “Las de Acción Social sólo vinieron una sola vez a amenazarnos y a ofrecernos un poco de plata para quedar en la calle de vuelta”, dice Florencia. “Eso sí, tenemos las 24 horas un patrullero afuera de las casas, no podemos salir, estamos encerradas y asustadas”, agrega.

“Si nos desalojan quedamos literalmente en la vereda, no quiero que me saquen a otro hijo, me van a destruir, estoy desesperada”, dice Antonella.

“Antonella no va a estar nunca más sola, porque ahora me tiene a mí, a mí mamá, mis hermanas y todo nuestro entorno que la respalda y la va a apoyar siempre”, dice Florencia, conmovida.

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