Después de un tramo final de campaña muy tenso, plagada de acusaciones cruzadas y advertencias sobre posibles irregularidades en el conteo electoral, Sergio Massa y Javier Milei se disputarán este domingo la sucesión de Alberto Fernández en un balotaje con final abierto que reconfigura el mapa de poder de la Argentina a partir del 10 de diciembre próximo.
Hasta anoche todavía sobrevolaba en ambos búnkeres de campaña un clima enrarecido e incierto, originado en buena medida en el número de indecisos que, según las encuestas, pronosticaba un resultado parejo, a pesar de que los estrategas de los dos candidatos reconocían este fin de semana una leve ventaja en favor de Milei. Sin embargo, tanto en La Libertad Avanza como en Unión por la Patria optaron por la cautela.
En ese contexto, las acusaciones del candidato libertario, de su hermana Karina Milei y de dirigentes de ese espacio que advirtieron durante la semana por la posibilidad de un “fraude colosal”, y cargaron contra la Gendarmería por el traslado de las urnas -en la tarde del viernes, el apoderado libertario relativizó las denuncias-, cobraron una inusual relevancia en una campaña dominada exclusivamente por manifestaciones negativas.
Este sábado, por caso, apoderados de ambos sectores fueron convocados de urgencia por la Cámara Nacional Electoral para bajar el nivel de confrontación en torno a las denuncias de fraude impulsadas desde LLA: los jueces pidieron evitar caer en sospechas infundadas sobre el resultado de este domingo.
Massa y Milei llegan a este balotaje -el segundo después del único antecedente que registra la historia, el del 2015, entre Mauricio Macri y Daniel Scioli- casi un mes después de la sorpresiva victoria del ministro de Economía, que en las generales de octubre cortó la inercia triunfal del candidato libertario de las primarias: según el escrutinio definitivo, el candidato de UP se impuso con el 36,7% -9,6 millones de votos- frente al 29,9% de Milei -cosechó 7,8 millones de votos-.
En tercer lugar, Juntos por el Cambio, con Patricia Bullrich como candidata, coronó otra de las sorpresas de la primera vuelta con una frustrante performance que redondeó el 23,83% de los votos -6,2 millones de personas-.
Desde entonces, Massa siguió adelante con su estrategia personalista, centrada exclusivamente en su figura, despojado premeditadamente de cualquier insignia kirchnerista y desmarcado, como pudo -¿pudo?-, de la severa crisis económica, mientras que el diputado de LLA tardó solo 48 horas en sellar un acuerdo electoral con Macri, que se apoderó de la campaña libertaria hasta militarla con insistencia a través de los medios.
Milei, un candidato outsider y ultraliberal que logró capitalizar el creciente malhumor social con el sistema político, denostado bajo el concepto de “casta”, se dejó influenciar desde aquel momento por el ex presidente a cambio de un mayor control en la fiscalización -un rubro tabú en el campamento libertario-, y una alianza de gobernabilidad, al menos en lo parlamentario, si es que logra ganar el balotaje.
Macri, según su entorno apurado por Bullrich, decidió que también se jugaría su futuro político detrás del candidato de La Libertad Avanza, impulsado, en buena medida, por su enemistad pública y privada con Massa.
A partir de ese pacto, en parte del círculo rojo y en el sistema político el balotaje quedó reducido ya no a Massa vs. Milei si no a Massa vs. Milei y Macri. En la oposición, la dirigencia se repartió detrás de esa dicotomía.
El ministro de Economía se dejó tentar por la figura de Macri. Durante el año, había trabajado de manera incansable para dividir la oferta opositora y tener una chance de llegar al balotaje, un objetivo cumplido a pesar de la crisis inflacionaria que se agravó en su gestión al frente del Palacio de Hacienda. Massa, sin embargo, optó por insistir en su plan de polarizar con Milei, acentuar la “campaña del miedo” desplegada desde las PASO y tratar de exponer a su rival en algunas de sus ideas más polémicas, una estrategia que tuvo su summum en el debate del pasado fin de semana.
En las últimas semanas, en ambos equipos de campaña siguieron con especial interés la evolución del comportamiento electoral de los votantes de los distritos que definirán el balotaje, entre ellos la provincia de Buenos Aires -en particular, el conurbano-, Santa Fe, Córdoba y la ciudad de Buenos Aires.
En el caso de Córdoba -es la segunda provincia con mayor peso detrás de Buenos Aires-, la disputa se focaliza en el 6,73% obtenido por Juan Schiaretti -1,7 millones de votos-. De ese reparto depende parte del resultado. Fue el distrito que le dio a Macri la victoria en el 2015, con más del 70% de las adhesiones.
Milei intentó seducir a ese electorado el jueves, en su acto de cierre de campaña, con una sorpresa que, según confiaron, hasta el propio Macri desconocía -trascendió que no le cayó del todo bien-: la participación de Bullrich en el escenario.
En paralelo, en el último mes de campaña, Massa se dedicó a apuntalar su convocatoria de “gobierno de unidad nacional”, ayudado por parte del radicalismo, encabezado por Gerardo Morales. Para eso, el ministro hizo circular nombres de dirigentes. Apunta, en ese sentido, a captar al electorado opositor que en las primarias optó por Horacio Rodríguez Larreta, a parte de los votantes del radicalismo y del peronismo no kirchnerista.
Massa no tuvo, desde semanas antes de las PASO -es decir, durante toda la campaña- ninguna aparición pública con Cristina Kirchner, y las alusiones al kirchnerismo o a La Cámpora, la agrupación fundada por Máximo Kirchner, fueron casi nulas. Es más: desde el propio entorno de la Vicepresidenta aseguraron, estratégicamente, que, de ganar el ministro, la ex presidenta no tendrá ninguna injerencia en un eventual gobierno massista.
El líder del Frente Renovador aspira no solo a ser Presidente -será, tras la fallida experiencia del 2015, la segunda vez que lo intente-. Quiere ser el nuevo conductor del peronismo, y terminar con la hegemonía K de estas dos décadas. Cuando se reconcilió con la ex presidenta en el 2019, le adelantó que, desde ese momento, trabajaría para ser “jefe”. Desde entonces, se preparó a tiempo completo: amplió su capacidad operativa, robusteció su agenda en el sindicalismo, el empresariado, la política y la Justicia.
Al filo del cierre de listas, negoció con una audacia pocas veces vista hasta convertirse en el candidato de la mayoría peronista. Y logró desplazar a la oposición tradicional del PRO, la UCR y la CC, a pesar de representar a un gobierno seriamente reprobado.
Del triunfo, o la derrota, de cualquiera de los dos candidatos dependerá, por caso, el futuro de Cristina Kirchner y de Macri, que, a diferencia de su antecesora, que prefirió preservarse a la espera del resultado, optó por jugar a fondo detrás de Milei.
Esta noche, una vez que se conozca al sucesor de Fernández, empezará en ese sentido a resetearse el sistema político, y a configurarse un nuevo mapa del poder. Un cambio de época signado por una crisis fenomenal del círculo rojo. El peronismo deberá reinventarse. La oposición tendrá que acomodarse a los nuevos tiempos, y encontrar una nueva identidad tras la ruptura de la coalición que compartió en esta década la centralidad político junto al peronismo. Desplazada por la irrupción del movimiento libertario encarnado por Milei, que quebró ese bicoalicionismo y que, más allá del resultado de hoy, llegó para quedarse.