Ver el mar por primera vez en la guerra de Malvinas

Contemplar el océano y participar de una guerra, dos momentos de inflexión. Un antes y un después en la vida de cualquier individuo. Luis Pereyra, veterano del crucero General Belgrano, fue tatuado en el corazón por esos dos sucesos al mismo tiempo. Desde las huellas y cicatrices que se generan en 41 años, hoy cuenta su historia en Revista BIFE.


El crucero General Belgrano zarpó el 16 de abril. El 2 de mayo a las 16.02 impactó el primer torpedo en la sala de máquinas. El segundo destruyó la proa y el buque comenzó a irse a pique. Tardó una hora en caer a 4.200 metros bajo el mar. Fue la mayor tragedia naval de la historia. Casi 300 hombres murieron en el primer instante del ataque. El resto falleció en las balsas por las heridas, el frío o el oleaje. El crucero estaba a 210 milla al sur de la Isla Gran Malvina. Y ahí quedó como guardián eterno.


Mi vieja no se enteró que estaba en la guerra hasta que hundieron el barco, el crucero General Belgrano. Yo tenía 19 años. El submarino inglés Conqueror hacía dos días nos venía siguiendo. Eran las 4 de la tarde en altamar del 2 de mayo de 1982, ya habíamos salido de la zona de combate, y sentimos el impacto de dos torpedos. Yo estaba en la otra punta, arriba, de artillero, y el agua hasta llegó a mojarme. Tuve que caminar a lo largo del barco, agarrándome de la baranda para no caerme. En el camino vi hombres quemados, vi heridos por las esquirlas, compañeros caídos en las aguas heladas. En la desesperación, esperábamos la orden del general Bonzo: si se intentaba salvar el crucero o si nos arrojábamos desde cinco metros a una balsa, que era un punto naranja en medio de la inmensidad y de los vientos de un océano asesino, a 30 grados bajo cero. Pero, ¿sabés qué?

¿Sabés por qué no tengo recuerdos de Malvinas acá, en mi casa de la calle Antártida de Santa Rosa? Porque no me gusta que me tengan lástima. Hay gente que se sensibiliza… “Pobrecitos, eran tan chiquitos y los mandaron a la guerra”. No. No. Eso no sirve. Yo quiero respeto, nada más. Vas a una escuela, contás tu historia y viene una maestra y dice “eran unos nenes”. No señora, nosotros éramos soldados. Qué pibes, qué pobrecitos. Sí, la pasé feo, sí, estuve a punto de morirme… pero lástima a nadie. En conferencia de prensa, un alumno le dice al comandante Héctor Bonzo “usted llevó a chicos”, y él le responde: “Discúlpeme, yo salí con soldados y volví con hombres”. No fue un picnic para ellos. Les costó vencernos. Si el crucero hubiese llegado… todavía le doy vueltas en la cabeza.

“Pobrecitos, eran tan chiquitos y los mandaron a la guerra”. No. No. Eso no sirve. Yo quiero respeto, nada más

Me llamo Luis Pereyra, tengo 59 años y nací en General San Martín, La Pampa, en una familia humilde con 16 hermanos. Había que trabajar para ayudar a los viejos. De pibe trabajé en una fábrica de sal, fui peón de albañil. Cuando me aburría, cambiaba de trabajo. A eso me refería también con que no éramos niños, no es lo mismo la generación mía que la de ahora. Antes se tenía que trabajar, y estabas esperando a que te toque el servicio militar, era lo natural; no pensás mucho. A mí me tocó en la Armada, en Campo Sarmiento, en octubre de 1981. En diciembre me hacen el pase al crucero Belgrano, anclado en Punta Alta. Ahí pasé la navidad. Yo era artillero, tirador de la torre número tres, en la popa, la parte de atrás. 

Uno siente: voy a servir a la patria, voy a servir a la patria

El 2 de abril nos madrugamos con que habíamos tomado Malvinas. Nosotros no estábamos al tanto de nada. De repente, en el crucero, el aire que se respiraba tenía olor a guerra. Lo primero que hicimos fue sacar las municiones viejas de la Segunda Guerra Mundial, porque el crucero había sobrevivido a Pearl Harbor, al ataque japonés a la base americana en 1941 (en ese momento el crucero se llamaba “Phoenix”, luego Perón lo denominó “17 de Octubre” y, finalmente, “General Belgrano”). Y empezaron a llegar camiones con víveres y municiones. Antes de cantar el himno, el comandante Héctor Bonzo nos avisa que vamos a ir a la guerra. 

En su localidad natal, General San Martín, homenajearon a Pereyra colocando su nombre en una de las calles

No sé qué sentís, pero como te dicen que vas a servir a la patria, uno siente: voy a servir a la patria. Y uno está dispuesto a dar todo, la vida. Esa era la atmósfera que se respiraba. La misma adrenalina del día a día fortalecía este sentimiento de querer estar ahí, defendiendo a nuestro país. De ahí íbamos a zarpar, íbamos a matar o morir, no sabíamos si volvíamos, de nosotros dependía el barco, ya que éramos los artilleros. La ansiedad era lo que reinaba en esos días previos a zarpar. 

Vamos a bailar, Beto

Un día antes de zarpar, nos dejaron ir a Bahía Blanca. Yo me fui a San Martín, a dedo. Una camioneta me levantó. Recuerdo que llegué cagado de frío, a la 1 de la mañana. Llegué y le dije a uno de mis hermanos: “Vamos a bailar, Beto”. Fuimos a un boliche de la época. Nos tomamos unos whiskys. Era una visita normal. Al día siguiente, almorzamos en familia y a la noche salió el colectivo para Bahía. “Beto, me voy a la guerra”, le dije antes de subirme. “No le digas nada a la vieja, si me pasa algo les contás”. Llegué a las 7 am. Me fui caminado al crucero… fue la primera vez que vi el mar.

Zarpan un 16 de abril

Nunca había visto el mar. Cuando zarpamos, el 16 de abril a la mañana, me impresionó la inmensidad del océano, era todo muy lindo. Una vez en altamar, no dormís; empieza el verdadero entrenamiento del marino. Hacíamos zafarranchos, de abandono o de combate. Te tocaba a las 5 de la tarde o a las 3 de la mañana. No hay horario. El entrenamiento era para tener velocidad y experiencia. Te podía suceder en cualquier momento el ataque. Así fueron pasando los días hasta el 2 de mayo.

De repente, en el crucero, el aire que se respiraba tenía olor a guerra

La antesala del hundimiento

El 1 de mayo fue el bautismo de fuego en Malvinas. Argentina se defiende y hunde un barco. Nosotros entramos en las 200 millas marcadas para que se desarrolle el conflicto bélico, y evitamos un desembarco. Al irnos de la zona de combate, giramos 180 grados y quedamos descubiertos sobre babor. El submarino nuclear inglés hacía dos días nos seguía. Le dan la orden para que dispare, pero el inglés no quería porque estábamos fuera de la zona de combate. Si a nosotros nos hubieran ordenado ir a Malvinas, y si el crucero hubiera llegado, las Malvinas serían argentinas. Hubiéramos tenido el crucero más dos destructores. Pero no se planteó así. ¿Por qué no se planteó así? Eran dos luchas políticas, no una guerra por Malvinas. Nosotros vamos a Malvinas para evitar un desmadre en Plaza de Mayo, y la Thatcher haciéndose propaganda “vamos a luchar porque aquellos indios se les ocurrió tomar Malvinas”. Fue todo un negocio entre ellos que lamentablemente… 

Primera batalla: mirás el abismo y el abismo te devuelve la mirada

Cuando le dieron la tercera orden al comandante del submarino, encendió los motores y disparó. Fueron dos torpedos. El barco no se pudo salvar porque rompieron los motores y se cortó la electricidad. Entonces empieza la primera batalla: con vos mismo. Te tiras a una balsa o te morís. Te preguntás cómo caer adentro. No sabés si temblás de frío o de nervios, ¿qué decisión tomar? Quise buscar un salvavidas y ves todo dado vuelta, gente herida, gritando… son momentos difíciles para decidir. Si no caes arriba de la balsa, caes en el agua, y tenés 5 minutos de vida por el frío. Dios me agarró del lomo y me tiró adentro de la balsa. Menos mal que el ataque fue de día. 

Luis Ángel Pereyra en su casa de la calle Antártida Argentina

Segunda batalla: el embudo de la muerte

El barco se estaba hundiendo de popa, y estaba haciendo un embudo de 300 metros a la redonda. Todo lo que estuviera a 300 metros, el barco se lo chupaba. Empezamos a remar pero la corriente nos llevaba debajo del barco. Se veían muchos compañeros quemados y heridos por la esquirla del torpedo. Yo traje un cabo herido hasta Ushuaia. A los días se murió en Bahía, pero esa es otra historia.

La corriente nos estaba chupando con el barco. Uno intentaba remar con las manos y sentía clavos que se te metían entre la piel. En un momento el ancla se cae de nuestro lado, se hunde hasta el final de la cadena y vuelve a levantarse, llenando la proa de agua. El barco se hunde y se vuelve a emparejar, y saca una ola. Una ola grande, que nos saca a todos. La ola nos salvó. Precisamente el ancla. Si no se hubiese caído nadie se hubiese salvado. Nos hubieran encontrado muertos dentro de la balsa. Después vimos cómo el barco se terminó de hundir. El crucero medía 180 metros de largo, era muy grande, era imposible que se hunda en una hora, hasta el día de hoy no le encuentro explicación. Uno se sentía seguro ahí arriba. 

Tercera y definitiva batalla: el naufragio en un océano de nada

Ahora venía lo más complicado: sobrevivir arriba de la balsa en altamar. Cómo íbamos a pasar la noche, qué iba a pasar. Las piernas dejaban de responderte y vos sentías cómo cada vez más te congelabas. Yo orinaba y las primeras orinas sentías algo, después ya no. Te mordés el brazo. Te movés. Éramos 24 e intentábamos hacernos masajes para darnos calor, pero calor mental porque calor no había. Eran 30 grados bajo cero. El viento que cambiaba cada 10 horas. Las olas de 12 metros. 

Si nos arrojábamos desde cinco metros a una balsa, que era un punto naranja en medio de la inmensidad y de los vientos de un océano asesino

Pasamos la noche y la balsa se iba desinflando. Vos sentís cómo te vas quedando cada vez más sin vida. Otra noche no pasábamos. Fueron 28 horas en altamar. Un compañero mío entró en pánico. Tuvimos que pegarle. Si no le pegábamos nos mataba a todos. También le pedimos a Dios que nos ayudara. Intentamos sacar agua. Atendimos a los heridos, les pusimos morfina. Sandobal dijo “no peleen por mí, yo me estoy muriendo”. Usted no se va a morir, le dije. 

Nuestras dos custodias nos habían perdido. Cuando nos torpearon, los dos barcos destructores que venían con nosotros cometen el error de salir a buscar al submarino que nos atacó, a las 4 de la tarde. A las 6 ya es de noche. Entonces nos perdieron, perdieron de vista las balsas. A las 11 de la mañana del día siguiente nos vio un avión y se fue. A las 8 de la noche vimos un palo, que de repente desapareció. Pero eran las olas que no nos dejaban ver. Era el barco de rescate.

Lo logramos, dije

Se tiran dos buzos y atan la balsa al barco. Con un cuchillo que nos dieron, partimos al medio la balsa. Ya estaba atada y no había peligro de que se hundiera. Entonces el agua pegaba contra el barco y reflotaba la balsa, mientras las dos personas de adentro del barco nos levantaban. A mí me subieron congelado, no podíamos caminar. Nos llevaron a la caldera. Nos dieron un jarro de aluminio de chocolate. La tomamos como agua fresca, porque no sentís nada afuera ni adentro. Lo logramos, dije.

Diploma de honor: “En reconocimiento a su valor y patriotismo

El espanto en la oscuridad y el pueblo, mi mejor psicólogo

Cerraba los ojos y veía a mi vieja enferma. Cerraba los ojos y veía los muertos del crucero. Veía el montón de balsas y escuchaba el grito de los compañeros y el hundimiento, el hundimiento lo veía constantemente. Volvía a cerrar los ojos y veía a mi vieja llorar, enterándose que yo estaba en el crucero. Mi mejor psicólogo fue el pueblo. Porque todos te pedían que cuentes, y uno contaba y se podía descargar. Podía dejar por un rato toda esa pesadez. 

No me arrepiento de nada. Un viejo borracho y una vieja loca… no podés sacar nada bueno. Lo del Ara San Juan también fue negocio. Lamentablemente se negocia con seres humanos. Porque a ese submarino lo hundió Inglaterra, y el gobierno negoció. Fue muy feo cómo los abandonaron. Como nos abandonaron a nosotros. Eso fue lo que más me dolió. 

El abandono 

Lo que más me dolió fue cómo nos abandonaron. En muchos lugares te costaba conseguir trabajo, porque vos eras un loco de la guerra, porque vos eras un drogadicto. “Vos acá no entrás porque debés ser drogón porque te dieron droga para ir a la guerra”. Eso ocurría en todos lados. Un amigo que trabajaba en un hotel, cuando el jefe se enteró de que había ido a Malvinas, lo echó “porque mirá si te volvés loco y me matas la gente”. 

Si a nosotros nos hubieran ordenado ir a Malvinas, y si el crucero hubiera llegado, las Malvinas serían argentinas

A mi también me decían drogadicto. También fue por envidia. Porque en ese momento cobrábamos una pensión de 300 pesos. Entonces nos decían que “a ustedes drogadictos les pagan por haber ido drogados a la guerra”. Pero yo ya no le di más bola a eso de prestar oído para escuchar pelotudeces. Yo estaba convencido de que si me tocó ir ahí fue por algo. Y lo volvería a hacer. 

Rehacer la vida con la marca del legado

Estuve en casa un tiempo. Después me fui a trabajar en una cosecha de trigo. Luego de mecánico en Catriló. Ahí conocí a un muchacho que tenía una rectificadora en Pico. Estuve en Pico hasta el 87, que se saca la ley para entrar a trabajar en la provincia. Yo no quería ir porque me gustaba la mecánica. Pero mis compañeros me convencieron, porque era un trabajo fijo en Vialidad. Estoy en Santa Rosa desde entonces.

Estoy convencido que si yo me salvé del crucero, de la guerra, quizá fue porque es un legado que tengo que llevar para recordar y honrar a todos los compañeros que quedaron en el camino, tanto en Malvinas como en el crucero. Mientras estemos vivos será así. 

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