Sueños de un hombre ridículo en el muelle

Un cronista solo en Puerto Madryn ve pasar el “Día de los enamorados”. Una pareja en la playa. Una chica que se acerca. La teorización sobre el amor –en épocas de redes y cátedras gratuitas-, frente al mar. El primer abrazo cálido y la arena sobre su espalda. Un relato verídico de un amor imposible.

Una chica reposaba los pies en el mar. Parecía mirarme con mil ojos a la vez, parecía merodearme como un Pitbull Terrier esperando el momento para el ataque. Ella tenía un flequillo onda stone, una sonrisa que iluminaba mi sombra y estaba descalza; los dedos de sus piernas parecían gozar al refregarse con la arenilla raspándose unos a otros.

Hacía días que no tenía comunicación con otros seres humanos  que no fueran familiares que tampoco conocía. La última vez había sido en un bondi que mandaba turismo de la municipalidad de Madryn, a la planta de aluminio Aluar. Iba sentado al lado de una chica que llevaba una servilleta en su mano, y estornudaba ininterrumpidamente. En cada estornudo perdía grandes porciones de su alma.

Entonces la miré de reojo, y saqué un barbijo que me había comprado en una farmacia antes de viajar para el sur, me levante del asiento, y me fui para el fondo. Los demás pasajeros me miraban.

Parecía mirarme con mil ojos a la vez, parecía merodearme como un Pitbull Terrier esperando el momento para el ataque”

Durante días hable mucho con gente vieja. Cuando uno llega a otra provincia la gente vieja habla de cómo se robaron todo, sobre quiénes venden la droga en la zona; de lo que nunca fue y de lo que nunca será.

Existe un grado de resignación común e interiorizada en la sociedad.

Pero volviendo a la medianoche del 14 de febrero. La historia con aquella chica que duró lo que dura la imaginación.

Estaba tirado sobre la arena de la playa, en Puerto Madryn. Escuchaba el ruido de las olas arrimarse mientras observaba el peregrinaje de las parejitas entre la oscuridad sobre las orillas del mar. Era la noche de los enamorados. Me había acercado a una parejita de heterosexuales porque el pibe estaba tocando la guitarra.

Por lo menos podría escuchar algo de música.

El pibe rascaba las cuerdas de la guitarra con la mirada perdida en algún horizonte del mar, mientras que la chica movía su pierna y contemplaba el instante; como consintiendo en cada golpe y acople el ritmo de su ser amado.

Ella no le había pedido una canción más pero el pibe seguía con su mejor repertorio: seguramente con esas canciones que tanto le gustaban a ella; con esas con que la había conquistado; o más bien, con los mismos track de siempre que la abruman en todos los 14 de febrero.

La historia con aquella chica que duró lo que dura la imaginación”

A los minutos ella se le había lanzado sobre esa guitarra que dejó de chillar esas canciones de cualquier karaoke, entonces, el pibe le toco una pierna, y ella se arrojó a sus labios.

Sobre el amor se teoriza y mucho. Desde Platón hasta Schopenhauer. Existe un discurso que se repite cada año: ese resentimiento culpógeno de que todo es una mentira y qué, en realidad, las celebraciones son una trampa más del capital y de su publicidad oculta que circula. Un análisis marxista.

Así habla el resentimiento.

Pero lo que más me rompía los huevos eran aquellos y aquellas que daban cátedras de relaciones gratis por redes sociales con conceptos trabajados en una clase de fundamentos básicos de sociología en cualquier facultad de humanas del país. Los detractores del amor romántico en un mundo cada vez más deshumanizado mecánico. En definitiva, anhelan amores utópicos, la síntesis ideal; el eterno equilibrio.

El amor, para ciertos discursos de manual, aparecería en una lista de factores de riesgo que perjudican a la salud.

Y están en lo cierto.

Sobre el amor se teoriza y mucho. Desde Platón hasta Schopenhauer. Existe un discurso que se repite cada año: ese resentimiento culpógeno de que todo es una mentira”

Cuando parpadee, ya habían desaparecido como dos fantasmas. Se habían ido a coger. Fin de la historia.

En medio de la oscuridad de una noche de imponente luna la chica apareció y se acercó hacia donde estaba sentado. Tenía la piel bronceada, una pollera de jeans celeste; una remera blanca, pero su rostro era el negativo de una foto. La chica me pasó de largo, pero se sentó sobre el tapial de un muelle, atrás mío, a unos 5 metros. Pensaba en cómo posicionar mi cuerpo de manera tal que los mismos movimientos corporales le comuniquen una invitación a sentarse conmigo; para conversar, tomar algunas cervezas, y después, quién sabe…quería volver a los pensamientos previos, a la contemplación, a la brisa del mar, fumar unos cigarrillos, y tirarme como un polluelo mojado atornillado en la inmensa soledad a metros de muelle Piedrabuena.

-¿Me convidas fuego?- Preguntó

-Sí. Tomá.

-¿Qué haces sentado sólo?

-Nada. Mirando las estrellas. Me gusta estar tirado, observando el mar, y flashar con las luces que se destiñen desde a lo lejos.

Sonrió.

– Yo estaba dando vueltas también. Me acerque a los chicos de la guitarra, pero tal vez querían compartir la noche solos.

– Ah. Yo también me acerqué por lo mismo. Pero el pibe toco unas canciones muy irresistibles y se fueron.

– ¿Por qué?

-Claro. La hizo muy rápido. Le hizo las canciones de amor mas prácticas de la historia. Esas canciones no fallan, pero follan.

– Qué idiota.

Lo que más me rompía los huevos eran aquellos y aquellas que daban cátedras de relaciones gratis por redes sociales con conceptos trabajados en una clase de fundamentos básicos de sociología en cualquier facultad de humanas del país”

Tomábamos cervezas, y hablábamos del universo, las estrellas, la infinidad de la vía láctea, el vacío, la insignificancia de la vida y la nada. Ella estaba al lado mío, muy cerca y las horas trascurrían, las lenguas se adormecían mientras que la atracción de los cuerpos era de inminente a inmanente.

La brisa había levantado una tenue correntada de aire fresco que ocasionó el primer abrazo para calentarnos mutuamente. Las lengüetadas no se hicieron esperar, ni tampoco las manoseadas. Parecía que jugábamos a quién cosquilleaba mas al otro en la sensibilidad de los órganos genitales.

Caminamos largos trechos dejando profundas huellas sobre el suelo húmedo repleto de algas verdes de la marea baja del mar en la noche. Ella –que iba sin la timidez cómplice del amanecer–  me decía que las algas verdes aparecían defectuosamente como efecto del movimiento mecánico de las turbinas de los cruceros de turistas extranjeros que llegaban.

Las mareas suben y bajan diariamente. Es el  movimiento: rotación de la luna, un factor natural que dirige y capitanea a las mareas y a la llegada o salida de los barcos.

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